99 aniversario del natalicio del destacado colimense Miguel Alvarez del Toro


Salvador Olvera Cruz

Miguel Alvarez del Toro vio la primera luz en la ciudad de Colima el  23 de agosto del año de 1917, donde llevó a cabo sus primeros estudios.

Fue proveniente de una familia de terratenientes, convirtiéndose el campo colimense en su primera escuela de Biología, donde se le desarrolló el germen de la historia natural, en particular de la zoología, convirtiéndose en el correr del tiempo en un hombre amante y protector de la naturaleza.

Don Miguel desde siempre como lo manifestaba en sus intervenciones académicas sobre el tema, que prácticamente todo su tiempo libre lo dedicaba a la observación y colecta de muy diversos animales, pero algo que siempre lo frustró fue la dificultad para preservarlos como especímenes; tarea en la que experimentó con diversos métodos y materiales, pero siempre con más fracasos que éxitos.

Sin embargo, esta situación cambió radicalmente cuando su familia perdió sus tierras y se vio refugiada en la ciudad de México, cambió de estancia, que supuestamente sería temporal pues había planes para radicar en Argentina, lo cual nunca sucedió.

El hecho es que los días se hicieron meses, los meses años y este estado de inestabilidad motivó que Miguel no continuara sus estudios profesionales.

Fue muy aficionado a la lectura, razón por la que siempre revisaba las listas de libros que aparecían en los periódicos, hasta que un día encontró una nota de un libro español titulado Manual de Taxidermia de Luis Soler y Pujol, publicación que una vez  en su poder y después de leerlo varias veces, le llevó a la práctica que lo llevaría a dominar el arte de la conservación de animales.

Por esos días en su casa se limpió un cuarto lleno de muebles viejos y en un baúl encontró un libro de Zoología, de Odón de Buen, después de la naturaleza, estos dos libros fueron sus primeros maestros de historia natural: pues uno le enseñó la forma de conservar a los animales y el otro, las bases de la clasificación y el estudio monográfico de los mismos.

Por ese tiempo de 1938 en que Miguel contaba con 21 años de vida, en la entrada del Bosque de Chapultepec se estaba organizando un museo con grandes planes futuros, el Museo de la Flora y la Fauna Nacional, dependiente del Departamento Autónomo Forestal y de Caza y Pesca.

Ante lo anterior y como la estancia en la ciudad de México se prolongaba, acudió Miguel al mencionado museo en busca de trabajo, obteniendo una plaza de peón a lista de raya comisionado al taller de taxidermia.

Sin embargo la falta de apoyo para realizar su trabajo le llevó a disponer de mucho tiempo libre, el cual utilizó para leer sobre zoología y para estudiar inglés, convirtiéndose en autodidacta en ambas actividades, razón por la que en corto tiempo el joven Miguel se convirtió de un simple mozo en subdirector del museo donde laboraba.

En el año de 1941 el Departamento Autónomo Forestal y de Caza y Pesca desapareció al constituirse la Secretaría de Agricultura y Ganadería, quedando el citado museo sin director y sin apoyo, regresando el colimense Miguel a su categoría de mozo.

Ante esa situación y desanimado, decidió dejar el museo, encontrándose en consecuencia  desempleado y sin ocupación fija, ocupando su tiempo en constantes visitas al Museo Nacional de Historia Natural, también conocido como Museo del Chopo, y otras veces, las menos, al Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Sus visitas al Instituto de Biología frecuentemente terminaban en discusiones con algún investigador, sobre la biología o taxonomía de una especie, pero frecuentemente se sentía menospreciado por carecer de estudios universitarios, forjándosele desde entonces cierto sentimiento de rechazo hacia los biólogos “de ciudad”, con mucha teoría y poca práctica.

Una de sus primeras actividades formales de campo fue la preparación de una pequeña colección de aves de varias localidades cercanas a la ciudad de México, la cual le fue solicitada por la Academia de Ciencias de Filadelfia.

Con el dinero obtenido y la solicitud de más ejemplares de áreas remotas, decidió organizar una expedición al Istmo de Tehuantepec, una región verdaderamente remota en aquel tiempo, excursión que casi le proporcionó su primera experiencia en un bosque tropical prácticamente virgen.

Cabe mencionar que en los tiempos en que visitaba el Museo del Chopo, también lo hacia el doctor Rafael Pascasio Gamboa, entonces gobernador del Estado de Chiapas, quien llevaba algunos animales para que se los disecaran.

En esas visitas, el doctor Pascasio Gamboa instaba a los empleados del museo para que se fueran a trabajar con él en un museo que el Gobierno estatal deseaba crear, sin embargo nunca coincidieron en sus visitas, por lo que Miguel se enteró de dichos planes a través del periódico y de inmediato envió su solicitud para la plaza de técnico y taxidermista que se ofrecía.

Fie así como en 1942 llegó a Chiapas el joven Miguel, vestido “con toda la pedantería de la juventud: ropa verde militarizada y sarakof en la cabeza”. Para el común de la gente de la ciudad de México de aquel entonces el Estado de Chiapas significaba un lugar salvaje, cubierto de selvas, animales peligrosos e indios que tiraban flechas; pero para un naturalista de corazón, llegar a Chiapas significaba “llegar al paraíso”.

A su llegada a Tuxtla Gutiérrez se puso a las órdenes del Profesor Eliseo Palacios y su primera impresión fue de decepción, pues el museo era sólo el deseo del gobernador y aún no existía ni un local para albergarlo. Una vez conseguido un lugar y obtenido los primeros ejemplares, nació formalmente el museo a fines de 1942 con el nombre de Viveros Tropicales y Museo de Historia Natural.

Una de las primeras actividades a realizar era la búsqueda de animales, tanto para el museo como para el futuro parque zoológico, tareas para la que no era necesario ir lejos; pues en ese tiempo Tuxtla Gutiérrez era un pequeño pueblo tranquilo y a escasos dos kilómetros ya se encontraban venados, chachalacas, pumas y ocasionalmente algún jaguar.

Sin embargo, un triste acontecimiento vino nuevamente a cambiar radicalmente la vida de Miguel: como fuera la repentina muerte del profesor Palacios a fines de 1944, motivó que  el aún gobernador Pascasio Gamboa decidiera nombrarlo director de la institución.

A partir de este momento “empezaron sus amarguras” para mantener vivo el incipiente instituto, pero lo logró y siguió haciéndolo hasta el último día de su existencia física; pues Miguel Alvarez del Toro fue director del Instituto de Historia Natural del Gobierno del Estado de Chiapas a lo largo de 52 años.

Fue así como durante este largo período de actividad científica como zoólogo autodidacta, conformó una gran obra de reconocimiento internacional en beneficio del conocimiento y conservación de la biodiversidad del estado y por supuesto de México.

Álvarez del Toro fue miembro de la Sociedad Mexicana de Historia Natural (Socio Numerario, 1939), American Ornithologists’ Union (Fellow, 1947), Cooper Ornithological Society (Elective Member, 1948), Herpetologists’ League (Fellow, 1949), Turtle and Tortoise International Society (Miembro Numerario, 1969), International Crocodilian Society (Miembro Numerario, 1971), Grupo de Especialistas en Primates (Species Survival Comission, IUCN), Grupo de Especialistas en Aves Rapaces (SSC, IUCN), Sociedad Mexicana de Ornitología (Miembro Honorario), Sociedad Mexicana de Zoología (Miembro Honorario).

Miguel Álvarez del Toro, recibió alrededor de 30 premios y condecoraciones, entre las que destacan los siguientes: en 1952 el “Premio Chiapas”, otorgado por el Gobierno del Estado por su contribución al conocimiento de los animales silvestres; en 1977 The American Association of Zoological Parks and Aquariums le otorgó un diploma de reconocimiento por su trabajo en pro de la conservación de los cocodrilos.

En 1985 recibió la medalla “Alfonso L. Herrera” al Mérito en Ecología, otorgada por el Instituto Mexicano de Recursos Naturales Renovables y la Federación Ecologista Mexicana; en 1989 un “Reconocimiento al Mérito Ecológico y la Conservación”, otorgado por la Sociedad Zoológica de Chicago; en 1989 recibió el premio “Paul Getty” para la Conservación de la Naturaleza, otorgado por el World Wildlife Fund.

En 1992 fue seleccionado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP) para formar parte de The Roll of Honour for Environmental Achievement; en 1992 recibió el título de Doctor Honoris Causa por el Colegio de Postgraduados de la Universidad Autónoma Chapingo y nuevamente, en 1993, por parte de la Universidad Autónoma de Chiapas.

Entre múltiples distinciones de que fue objeto, en 1977 se inauguró el Laboratorio de Fauna Silvestre “Miguel Alvarez del Toro”, en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México; en 1980 el Gobierno del Estado de Chiapas determinó que el parque zoológico del Instituto de Historia Natural llevara por nombre “Zoológico Regional Miguel Alvarez del Toro”, ahora conocido como Zoomat.

Asimismo como un reconocimiento a su contribución en el campo de la Zoología, le fueron dedicadas diversas especies y subespecies de animales: Heloderma horridum alvarezi Martín del Campo y C.M Borget, 1956; Pulex alvarezi A. Barrera, 1958; Piranga bidentata alvarezi A.R. Phillips, 1975; Lepidophima alvarezi H.M. Smith, 1975; Dismorphia crisia alvareziJ. de la Maza y R. de la Maza, 1984; Troglopedetes toroi José G. Palacios-Vargas, 1985; Nototriton alvarezdeltoroi T.J. Papenfuss y D.B. Wake, 1987; Coniophanes alvarezi J.A. Campbell, 1990 y Anolis alvarezdeltoroi Adrián Nieto Montes de Oca, 1996.

Asimismo, Miguel Alvarez del Toro fue autor de siete libros y coautor de otros dos: Los animales silvestres de Chiapas – 1952 – publicado por el gobierno del estado de Chiapas; Los reptiles de Chiapas, con una primera edición en 1960 y la tercera en 1982, publicado por el gobierno del ese mismo estado; Las aves de Chiapas, con una primera edición en 1971 y la tercera por la Universidad Autónoma de Chiapas.

Los  Crocodylia de México, editado en 1974 por el Instituto Mexicano de Recursos Naturales Renovables; Los mamíferos de Chiapas, con una primera edición en 1977 y una segunda en 1991; Así era Chiapas, con una primera edición en 1985 por la Universidad Autónoma de Chiapas y una segunda, en 1990, bajo el auspicio de la Fundación MacArthur.

Las arañas de Chiapas en 1992, editado por la Universidad Autónoma de Chiapas; Chiapas y su Biodiversidad en 1993, editado por el gobierno del estado de Chiapas; Comitán una puerta al sur en 1994, editado por el gobierno del estado.

Miguel Álvarez fue autor también de 74 artículos, tanto científicos como divulgativos, publicados en diversas revistas, una gran parte de su obra escrita estuvo dirigida a la ornitología, pero también incluyó a los reptiles y los mamíferos, tratando los temas más variados.

Algunos títulos sobresalientes son:Striped horned owl in southern Mexico, The english sparrow in Chiapas New records of birds from Chiapas, Mexico Notulae Herpetologicae Chiapaseae I, A note of the breeding of the mexican tree porcupine (Coendou mexicanus) at Tuxtla Gutierrez Zoo, El último turquito Construcción y mantenimiento de un acuario escolar, Situación actual de los crácidos de Chiapas

Además de su obra escrita, es importante hacer mención sobre su obra en el campo de la conservación biológica; pues  durante sus 52 años al frente del Instituto de Historia Natural luchó incansablemente por la conservación de la biodiversidad del Estado de Chiapas, destacándose sobre lo anterior que  gracias a su labor, actualmente Chiapas cuenta con un sistema de áreas naturales protegidas, algunas administradas por el propio instituto, como El Ocote, El Triunfo, La Encrucijada y La Sepultura.

El parque zoológico de Tuxtla Gutiérrez, el Zoomat, es uno de los mejores en América Latina y presenta algunas características que lo hacen único: sólo se exhibe fauna estatal, su colección incluye también invertebrados y los animales se encuentran en un ambiente natural, modificado lo mínimo necesario. En el Zoomat se exhiben especies poco comunes en cautiverio, como el quetzal, y se desarrolla una muy activa e importante labor de educación ambiental a todos los niveles.

Miguel Alvarez del Toro dejó de existir físicamente en la noche del 2 de agosto de 1996; de acuerdo con su voluntad, su cuerpo fue cremado y sus cenizas reintegradas a la tierra en la reserva El Ocote.

Don Miguel, como cariñosamente era conocido, fue un hombre de pocas palabras pero de muchas acciones. Trabajar a su lado fue una experiencia grata y enriquecedora. Leer sus libros es como transportarse a aquellas épocas en donde la vida silvestre de Chiapas era abundante en sus selvas, bosques, ríos, lagunas, manglares y mares. Ahora, nuestra generación tiene la encomienda de mantener para la perpetuidad la diversidad de sus ecosistemas.

De acuerdo a sus últimos deseos, las cenizas de Álvarez del Toro fueron esparcidas entre la vegetación y los acantilados del río “La Venta” en La Selva El Ocote. Con su muerte, el 2 de Agosto de 1996, la opinión internacional lo denominó “El último naturalista del siglo XX”.