Manzanillo, añoranza y expectativa


Definitivamente, nuestra ciudad ha crecido mucho y, por tanto, ha cambiado grandemente; y así como ha mejorado muchísimo, hay cosas que extrañamos de aquel puerto que conocimos los que son de mi generación; es decir, de la ciudad en los setentas y ochentas. Extrañamos costumbres, extrañamos cosas y extrañamos personas.

Porque por ahí nos hace falta todavía ver al primer hippie, a Paco Morales, rondando en algún portal o quicio de edificio público, con su infaltable cordón en la cintura, a manera de cinto. Se extrañan las tostadas hechas en manteca, que se vendían en un carretón, y que lo único que llevaban arriba eran unas grandes cucharadas de salsa, bien picosas. Se extraña el grito del cevichero: “¡Si no quieren p’a tirarlo!”.

Se extraña la Tienda Azul y la Tienda Nueva, así como la de Don Pancho Ochoa, quizá la más famosa y surtida en su tiempo. Se extraña la zapatería Medura y la Canadá, así como el negocio de Tacho Muñoz. La Cenaduría El Farol por la calle Hidalgo, y los negocios, bonitos y pintorescos que despedían o recibían a los viajeros en la desaparecida central camionera.

Recuerda uno con nostalgia el antiguo Playón, y la calle Morelos. Los portales del viejo palacio federal y el café de Pacita. El negocio de Doña Chencha, al interior del anterior mercado 5 de mayo. Los videoclubes con elegantes tarjetas de socio y las tienditas de abarrotes en cada esquina, que están dejando su lugar a las tiendas de conveniencia o autoservicio.

El gigantesco tianguis de los canales del Seguro Social y la emocionante liga de baloncesto en las canchas de esta colonia. Los desfiles a las 11:00 de la mañana. Los desfiles deportivos y de niños vestidos de zapatistas en cada aniversario de la revolución, en vez de los grupos de baile exótico.

¿Dónde está el remolcador Escorpión en La Playita de En Medio? ¿Y los eventos culturales y artísticos en el antiguo edificio de la Crom? ¿Y los que se hacían en la Concha Acústica, hoy en ruinas? ¿Dónde quedaron los hidrantes en algunas esquinas, que se supone deberían servir para los bomberos en caso de un incendio? ¿Y el kiosco con postres y bebidas, con mesitas con sombrillas, en el centro del viejo jardín principal Álvaro Obregón?

¿Y las funciones del Teatro México? ¿Y las películas dos por uno en el Bahía, el Puerto o el Manzanillo? ¿Y la estación del ferrocarril? ¿Y la vista sin obstáculo alguno hacia el mar? ¿Y la pesca nocturna en el muelle fiscal? ¿Y los noviazgos en La Perlita? ¿Y las lunadas en el Mirador de Ventanas?

En fin, son muchas cosas que han quedado en el recuerdo; pero a cambio tenemos muchas otras cosas mejores. Sólo podemos sorprendernos de cuantas cosas han cambiado en cuatro décadas. No ocupamos tanto meternos a los libros de historia sobre nuestro municipio, que por cierto, no son muchos, pues la misma memoria nos habla de cuantos cambios hemos sufrido como ciudad.

Hoy por dondequiera tenemos semáforos, avenidas de cuatro carriles y con tráfico de alta velocidad, tiendas de autoservicio y departamentales por doquier, centros comerciales y portales en el centro histórico.

Hasta la presidencia municipal se ve renovada con una fachada totalmente diferente a la que conservó por muchas décadas. Al jardín Álvaro Obregón (también conocido popularmente como El Jardín Principal), ahora ya hasta el nombre le cambiaron y bajándolo claramente de categoría, le han puesto el mote de La Explanada del Pez Vela, y hasta las autoridades así lo mientan.

Tan sólo basta mirar a nuestros álbumes fotográficos familiares, para ver que todos poseemos fotos de valor histórico. Todos los rincones de la ciudad, del puerto, del municipio, han experimentado cambios severos; las plazas, los balnearios, los edificios, las costumbres, todo.

Sin embargo, quién sabe por qué milagro, aún lo reconocemos como ese mismo puerto al que amamos y con el que nuestras raíces van ligadas y metidas hasta lo profundo. Manzanillo cambia, pero su esencia permanece, sin que esto se pueda explicar.

La población ha aumentado, los requerimientos de servicios y la inseguridad también. Delegaciones completas han surgido de la nada, como el Valle de las Garzas. Las colonias empiezan a extenderse hacia Chandiablo y más allá. Las grandes empresas nacionales y trasnacionales empiezan a llegar. Comunidades antes aparte, hoy se han integrado ya a la ciudad, como Tapeixtles, El Pacífico o Salagua y hacia allá van que vuelan Jalipa, Francisco Villa y Campos.

Que emocionante vivir en Manzanillo, y que expectativa saber que en unos pocos años, todo esto que hoy vemos serán sólo recuerdos. Así es la historia. Se escribe día con día, delante de nuestros ojos; no sólo está en papeles y libros viejos.