Y que se sale el mar


¡Ah, qué Pancho Vázquez Avalos¡ Así comentó mi tía abuela y madre de crianza Mercedes Vázquez Navarro. Fue una tarde en que los dos platicaban en la puerta de su casa de Reforma, de la ciudad de Colima, a una cuadra del jardín principal.

Así es que tu madre Natalia nunca les cuidó, los dejó como animalitos a que solo lucharan por vivir, Luis, José, Salvador y tú el más pequeño trabajaban en el palmar, frente a la costa del municipio de Cuyutlán.

Mira tía, mis hermanos se iban muy temprano, antes de salir el sol, ellos se dedicaban a juntar los cocos y le amontonaban a una distancia de unos quince metros y de ahí, después ser recogidos y llevarlos al rancho, donde en una planada les partían y sacaban la copra, a mí me tocaba llevar el rancho, (así llamado el almuerzo), fue un día común cuando sucedió lo feo del terremoto.

La mañana del temblor, me encontraba todavía en mi catre, mis hermanos habían salido muy temprano, como vivíamos en ese poblado de Cuyutlán, cerca de las vías del tren después de la loma o médano, que se encuentra en el centro del poblado, a unas tres cuadras del templo, la fuerte sacudida me despertó, ya que no fue poco tiempo el movimiento y del susto me provocó ir al baño, que era una letrina cubierta con palapas, que permitía ver de adentro hacia fuera, eran unos maderos colocados como un gran cajón, con una profundad de casi dos metros, y cubiertos por tablas con un orificio en el centro, que nos permitía realizar las necesidades, había una piedras acomodadas pegadas con cemento a manera de piso, ahí también nos bañábamos.

Había un alboroto de las gallinas, el gallo andaba engrifado y correteando de un lado hacia otro, el Sultán, nuestro perro de cuerpo grande, fue y se refugió donde yo me encontraba, por más que le corrí no hizo caso y permaneció con los pelos del lomo engrifado, como queriendo pelear.

Apurado y asustado por el temblor, rápido terminé mi necesidad y al vestirme sentí como si el piso se me hundiera, parecía que se meneaba, en eso escuché un tremendo ruido, como el golpe de una explosión de dinamita que cimbró de nuevo el piso,  una gran ola había reventado, puesto que como estaba criado en ese lugar, conocía bien el trueno de la ola verde, para mí era un paseo nadar sobre ellas, a mis dieciocho años, lleno de vida y conociendo la mar no me impresionaba.

Miré por entre las palapas al escuchar nuevamente otro trueno, además el crujir de maderos y palapas que venían siendo arrastradas a gran velocidad, por un borbollón de agua espumosa y de altura considerable como de dos metros, bajaban de la loma con gran velocidad, me dio mucho miedo pues no me explicaba qué pasaba, alcancé a correr por todo el corral y al entrar a la casa brinqué para asirme del madero que sostenía el techo de la casa, vi a mi madre estar arriba de la mesa cubriéndose por una pequeña barda de división, gritaba asustada y al verme colgado me dijo “no te sueltes, iré por ti”, respondí, no, madre cuídese y no baje, en eso se escuchó nuevamente el correr de otro borbollón de agua y vi pasar a sultán luchando en la corriente, instintivamente nadó hacia donde me encontraba, por suerte una mesa de madera flotaba cerca y logró subirse, el agua rauda corrió y quedó con baja altura que me permitió ir con mi mamá y darle calma, esto duraría media hora y bajamos viendo todas las atrocidades que había hecho la mar al salirse, muchas  viviendas destruidas, la calle llena de escombros, algunas personas golpeadas gritaban de miedo y dolor,  otras con cortadas y piel expuesta, cansadas de la lucha, el agua había llegado hasta las vías del tren, vi chapotear a Sultán que pretendía estar con nosotros, mi madre entró en pánico y preocupada por sus hijos que andaban en el campo.

Algunas personas que estuvieron cerca de la playa, y se salvaron, porque al darse cuenta que las mares se retiraban corrieron y alcanzaron a no ser devoradas, por la gran fuerza de la ola, comentaban que la ola había rebasado los doce metros, los hoteles de la playa habían sufrido estragos tales que estando a ciento cincuenta metros de distancia del marco natural del límite del mar, fueron cubiertos en su totalidad por la inmensa ola provocada por el maremoto.

Llegaron después de mucho tiempo las autoridades como el ejército mexicano y otras civiles, se habían organizado algunos pobladores para brindar rescate a los que todavía vivían y otros a recoger los que habían muerto y flotaban en los charcos que abundaban, siendo aproximadamente setenta y cinco personas, más de un ciento de heridos en el poblado, puesto que estaban bloqueadas las vías del tren y el acceso por carretera, fue difícil el auxilio llegara pronto, una locomotora  primero arribó del puerto de Manzanillo y a los dos días por carretera.

El sismo según se calculó fue de 6.9 y otro consideraban de 7.5 sacudiéndose el suelo por más de un minuto, provocando a las 7.00 hrs. El Tsunami, esa mañana del miércoles 22 de junio de 1932, sintiéndose el día tres y dieciocho del mes siguiente otros movimientos que no provocaron daños significativos.

El agua de la mar corrió por más de un kilómetro tierra dentro, no quedó en pie casa o enramada en una distancia de veinte kilómetros en el litoral, tomando como centro el balneario de Cuyutlán, tomándose su extensión desde el lugar de ventanas al pie del puerto, hasta terminar el municipio de Tecomán.

El auxilio llegó de Manzanillo vía ferrocarril y posteriormente por carretera, el agua dulce era importante y los alimentos fueron proporcionados por las autoridades y personas que, con pan, sardinas, vegetales salvaron a muchos de pasar hambre, los enfermos heridos fueron atendidos en Manzanillo generalmente, a muchos cuerpos encontrados sin vida se les sepultó, empero después al remover escombros, otros más fueron vistos dándoles un lugar bajo tierra.

Las horas pasaron y fui a buscar a mis hermanos, que informaron les tocó ver el resplandor naranja y luego violeta, surgido del mar por encima de las dunas, después borbollones de agua salada por distintos lugares, según la altura del arenal, inundándose algunas partes de los palmares, algunos con un estancamiento de medio metro.

Tía, recuerdo que uno de los amigos de mi mamá, me prestó un burro para ir donde mis hermanos se suponían estaban, encontré algunos animales ahogados cerca de la playa, un puerco que me traje en el burro y sirvió para alimentar esa noche a varios vecinos.

Días pasaron y para descombrar, se manejaron maquinarias y camiones, como mozo fui contratado y durante seis meses gané buen dinero, con el cual le reparé junto con mis hermanos la casita de mamá. Fue hasta que tú, Tía, enviaste por mí y ahora estoy aquí lleno de amor como tu hijo.