De acuerdo a los datos que se conservan sobre migración en Manzanillo, durante el Siglo XIX la mayoría de extranjeros que se avecindaron en nuestro entonces pequeño puerto, eran alemanes, los cuales empezaron a llegar en fechas tan tempranas como la de 1830, pero aumentaron a aumentar a partir de 1860, escogiendo para asentarse, como la mayoría de extranjeros por aquellos años, la falda del cerro de El Vigía, conocido hoy como el Sector 1, ya que esta área era considerada la más salubre, pues llegaban menos las miasmas de la laguna, y por el contrario, soplaba contra ella la sana y fresca brisa marina.
A partir de 1860 se terraplenaron y nivelaron las calles del puerto y empiezan a aplicarse las Leyes de Reforma, al implantarse una oficina del Registro Civil en Manzanillo. En el caso de los inmigrantes alemanes y otros extranjeros, esto era importante, ya que muchos de ellos profesaban el credo protestante.
Se hacían ambiciosos proyectos sobre la manera de unir a la bahía de Manzanillo con la Laguna de Caimanes o de Cuyutlán y cada vez más rutas de buques de carga y pasaje incluían a Manzanillo en sus itinerarios. Son tiempos difíciles a nivel nacional por la intervención francesa que pone en el trono de México al emperador austriaco Maximiliano de Habsburgo, cuyo gobierno toma al puerto de Manzanillo bajo su control a través del Mariscal Doway y el Gral. Leonardo Márquez.
Es en este contexto histórico que en 1864 llega a Manzanillo la familia alemana Müeller, compuesta por los padres y tres hijos. Aunque los nombres de los integrantes de esta familia se han perdido con el tiempo, son muchas de las familias pobladoras originarias del Cerro de El Vigía que conocen la historia de primera mano, pues sus abuelos los conocieron y convivieron con ellos, en algunos casos haciendo una gran amistad. El señor Müeller había sido funcionario del imperio prusiano.
El Imperio alemán se funda el 18 de enero de 1871 tras la victoria de Prusia en la Guerra franco-prusiana, y se consigue la unificación de los diferentes estados alemanes en torno a Prusia, excluyendo a Austria. Así Prusia se convierte en Alemania, bajo el liderazgo del canciller Otto von Bismarck, quien será el verdadero artífice de la unificación; posiblemente uno de los estadistas más importantes del Siglo XIX. Se inicia un período de gran desarrollo nacional alemán en todos los campos: economía, política y milicia.
Desde entonces Alemania se transforma junto al Reino Unido en una de las dos grandes potencias mundiales.
Al no ser un hombre de las confianzas de Bismarck, Müeller, que había sido un prometedor funcionario público del gobierno prusiano, opta por abandonar el país para buscar nuevas oportunidades en Manzanillo, donde hay muchos empresarios teutones firmemente asentados desde hacía más de veinte años en algunos casos.
En efecto, encontraban que aquel puertecito era un lugar muy agradable para vivir por su gran tranquilidad, por lo que una vez que el patriarca familiar encontró trabajo con uno de sus paisanos, procedieron a comprar un terreno para vivir en el cerro, al cual por cierto tuvieron que acondicionar, ampliando al escarbar en las laderas o faldas del promontorio, y para ello contrataron mano de obra para rebajar y edificar. Entre estos había varios chinos, que representaban mano de obra barata, y quizá por estar en las mismas condiciones de ser migrantes extranjeros y pese a las diferencias en cuanto a la posición económica y cultura, los Müeller hicieron gran amistad con un trabajador chino.
Al mismo tiempo, se levantaban algunas otras casas en el cerro, algunas de extranjeros, y otras, muy pocas, de familias locales, pero estas eran muy escasas, ya que los terrenos, como el que adquirió la familia Müeller, eran muy amplios.
Los trabajadores levantaron grandes muros o cortinas de piedra, rellenando con la tierra que iban extrayendo de la pared del cerro. Al fondo del predio plano resultante después de arduo trabajo, se construyó sólidamente la casa de los Müeller, que no hemos de creer que era una mansión lujosa, sino una construcción de ladrillo en capuchino de techo de tejado rojo.
Había un camino de aproximadamente tres metros de ancho, con cuarenta metros de largo por el lado del frente de la vivienda, el cual daba hacia la bajada hacia el camino real y que al final, cuando quedó concluido, fue cubierto con unas bellas losetas azules. Todos estos datos los proporciona la familia Milanés Padilla, quienes son de los vecinos viejos de El Vigía, que viven a cuarenta y cinco metros de donde viviera aquella familia europea de tan trágica estancia en nuestro suelo.
Un día, aquel chino le llevó a aquella familia una bolsa de frutas de tamarindo, los cuales hicieron la delicia de toda la familia del señor Müeller, por lo que en los días siguientes no solo siguió llevándoles más, sino que incluso enseñó a la señora de la casa a preparar agua fresca con ella. Los niños estaban muy encantados, por lo que pidieron a su papá que en el amplio terreno de que disponían, se sembrara de aquella deliciosa fruta, la cual gustó de manera muy especial a la niña más pequeña de la familia, una linda rubiecita a la que acostumbraban a hacerle unas largas trencitas.
Fue así que se removió la tierra y se sembraron semillas de tamarindo por todo el terreno de los Müeller con la esperanza que germinaran. Y fue también así que fructificaron con éxito tres árboles: Uno aledaño a la casa, otro a la mitad del camino mencionado líneas atrás y el último ya casi al final, donde empieza la bajada al plan. La familia Müeller consistía en los padres, que rondaban los cuarenta años, así como tres hijos; el más grande un varón de catorce años, le seguía la niña de once y el más chico contaba con cinco años.
La felicidad parecía absoluta para los Müeller en su nuevo hogar allende los mares, lejos de intrigas y política, cuando en el año de 1883, se declara un 15 de agosto un brote de la enfermedad de la fiebre amarilla en el estado de Colima, iniciando en el puerto de Manzanillo. A nuestros muelles había llegado el barco San Blas, que procedía de la zona de Panamá, en ese tiempo aún parte de Colombia, donde venía un enfermo de este grave mal, quien sin saberlo nadie, bajó a tierra y contagió a muchas personas.
Se dice que a partir de este aciago día, fue tal la desolación y pena, que a diariamente morían un promedio de veinticinco personas por día en la ciudad de Colima, mientras que no se tenían datos fidedignos de Manzanillo, pero la situación era aún más precaria. Por cierto que la mencionada embarcación alcanzó a zarpar del puerto antes que se conociera el grave mal sanitario existente a bordo, de manera que muchos tripulantes y pasajeros enfermaron antes de llegar a Mazatlán, muriendo el 30 de agosto por esta causa la gran cantante mexicana de ópera, Ángela Peralta, de fama mundial, que era conocida como “El Ruiseñor Mexicano”, quien venía de hacer exitosas presentaciones por varias ciudades del Viejo Continente.
Para el año de 1884 la situación era tan grave, que la mayor parte de la población de Manzanillo, Armería y Cuyutlán, que eran de los lugares más afectados por la epidemia, huyeron hacia lugares donde la enfermedad no había hecho su aparición, como Zapotlán y otras ciudades del vecino estado de Jalisco o de la parte alta de Colima. Como muchos de los aspectos de la enfermedad y su propagación eran desconocidos para la medicina de ese tiempo, se tomaron medidas desesperadas para evitar su extendimiento.
A pesar que el Obispo Vargas apoyara con importantes recursos económicos para combatir la enfermedad, no se tenían ni siquiera medicamentos suficientes para poder contenerla. Ante este panorama, viendo que la enfermedad estaba llegando a más poblaciones de los alrededores del puerto de Manzanillo y la ciudad de Colima, el gobierno del estado decidió imponer toque de queda, queriendo impedir la extensión por contagio del peligroso virus.
Los cuerpos de los fallecidos eran en algunos casos cremados a la ligera por el terror al contagio de la enfermedad. Para ese entonces ya operaba el Panteón Santa Rosa de El Crucero, el cual, a diferencia del anterior, que se ubicaba dentro de los terrenos de la iglesia de Guadalupe, ya funcionaba de manera civil, administrado por el gobierno municipal.
En medio de este panorama, el jefe de la familia Müeller intentó abandonar la región, pero lo hizo demasiado tarde, ya que el gobierno ya había impuesto el toque de queda y la prohibición de viajar, tratando que, al no haber movimiento de personas, cesara o por lo menos disminuyera el galopante contagio.
En este cuadro, la niña Müeller cayó enferma. Si de por sí era muy rubia de cabellos y blanca de piel, con el mal dentro de su ser, la palidez se acentuó de manera alarmante. En todo momento se condujo durante su enfermedad de una forma muy madura para su edad, y rápido comprendió que las posibilidades de salvar la vida eran casi nulas, por lo que un día le dijo a su padre que su voluntad era ser sepultada en Manzanillo con su camisón de lino, ya que esta nueva tierra le había gustado mucho para descansar eternamente, mientras que esa prenda era su favorita por su gran comodidad.
Cuando se dio parte a las autoridades de su fallecimiento, para proceder al entierro de sus restos, se dieron cuenta que, a pesar que ya existía una oficina del Registro Civil, permanecían muchos prejuicios religiosos, y como los Müeller eran de religión protestante, más concretamente del rito luterano, les pusieran trabas y les hicieron muchos desprecios, señalándoles que, además, por la causa que había muerto, era mejor que la enterraran en su predio en el cerro, del cual sabían que era muy amplio y propicio para esto, no ignorando que en la parte baja de la faldas de este cerro ya existía un panteón que hasta no mucho tiempo atrás estuviera en funcionamiento.
Así lo aceptó la apesadumbrada familia –no les quedaba de otra-, y escogieron el lugar cercano al primer tamarindo, junto a un lugar del empedrado de losetas, en que una de las cuales presenta el dibujo de una cúpula. En ese entonces, el tamarindo era muy joven y viviría muchos años más, como sus dos hermanos de especie frutal sembrados en la cercanía.
A partir de esta fecha, cada cierto tiempo se ve por las noches una pálida figura de una niña que viste un camisón, la cual recorre desde el lugar de aquel tamarindo hasta la parte trasera de las altas casas del barrio que hoy se levantan en lo que fueran los terrenos de esta familia alemana.
En el año de 1888 cesó por fin la epidemia de fiebre amarilla en el estado de Colima, dejando a cientos de familias enlutadas. Mientras tanto, en Alemania, tierra natal de los Müeller, soplaban vientos de cambio al acercarse al Siglo XX. El 15 de junio de 1888 ascendió al trono el Káiser Guillermo II de Prusia y Alemania, con lo que inicia un enfrentamiento político entre éste y Otto Von Bismarck, que desemboca en la caída del canciller Bismarck en 1890.
El señor Müeller es llamado por telegrama para regresar a su patria para volver a su anterior trabajo en la función pública, como hacía antes del gobierno de Bismarck, y éste, al ver que Manzanillo no le había tratado tan bien como hubiera creído, quitándole a su hija querida, no lo piensa dos veces y decide regresar a su terruño para no volver.
Durante su tiempo aquí, habían sido muy bien atendidos por una empleada doméstica local, a la cual incluso ya le habían construido una modesta casita dentro de la extensa propiedad, y deciden regalarle toda la propiedad con todas las de la ley, encargándole que se hiciera responsable junto a su familia de los tamarindos y el lugar de entierro de su pequeña. La barda perimetral de la casa de la familia que se quedó a cargo del terreno está a diez metros de la tumba de la niña. Son muchos los vecinos que desde entonces han visto a la niña aparecer por las noches, a espaldas del hogar de aquella doméstica, hacia el camino, con la túnica blanca brillando a la luz de la luna. Con la construcción de la nueva finca, la sepultura de la niña quedo abajo de bastante cascajo.
A mediados del mes de julio del 2019, fue cortado el último árbol de tamarindo que quedaba en ese lote, que era aquel en donde al pie estaba enterrada la niña alemana. La tumba de la niña está actualmente a cuarenta y cinco metros a la izquierda de la casa de la señora María Guadalupe Padilla de Ringwald. Los familiares de aquella trabajadora del hogar, descendientes de ella, aún viven en el lugar que les fue regalado por los Müeller.