Tengo en mis manos el libro de la obra plástica de Gottfried Helnwein. En la portada aparece la foto de un hombre con una venda en la cabeza, dos tenedores de cocina intentando incrustarse en sus ojos y mantiene su boca desmesuradamente abierta. Sin embargo, la imagen no me trasmite sensación de dolor como tal vez pretendiera el artista. Pasando la vista de manera general sus tenedores asemejan googles para la piscina, su venda le cubre el pelo y su mueca es una exageración para llamar la atención.
Al abrir el libro, los textos en inglés y francés no me motivaron a esforzar mi escaso conocimiento para traducirlos. Una vez entrando en sus páginas el impacto visual es fuerte, una sensación de repudio de no querer ver más te obliga a detenerte entre sus páginas y cerrar de golpe. Esa es la salida más fácil, la evasión para proteger la integridad emocional, y la salida que tal vez muchos lectores quieran hacer de publicarse las imágenes en esta página.
Tomando nuevamente aire y preparando la mente para no recibir fuerte el impacto, vuelvo a internarme en el citado libro. Describiré el contenido: son fotografías de niños y adultos, algunos vendados y con aparatos ortopédicos o quirúrgicos lastimando sus rostros; en algunos se ve la presencia de sangre, afortunadamente —como descanso emocional— son teatrales y con maquillaje, algunos personajes sonríen otros permanecen inmunes y algunos más con muecas de dolor y desamparo. Niños mutilados, con cicatrices y golpes.
Una de las imágenes más impactantes es la titulada Peinlich realizada en 1970. Describirla, créanme, me es difícil, cuesta trabajo, es necesario una preparación anticipada, toco mi pecho para calmar los latidos —y ahí va—: es una niña sentada con su vestidito rosa, pintada de manera realista, pero dándole una apariencia de muñeca, es rubia de aproximadamente un año, y las pocas partes limpias de su piel contrastan y lastiman al espectador con sus grotescas cicatrices, su ojito izquierdo tiene un derramamiento interno de sangre y lo más escalofriante de su rostro, y más bien de todo el drama de la imagen, es la mitad de sus labios carcomidos por una cicatriz que hace mostrar sus dientes, esa cicatriz se prolonga hasta la nuca. Tiene también un dedo vendado, tal vez fracturado, y carece de los dedos de la otra mano. Toda esa ternura que debería transmitir el bebé es transformado en un impacto brutal de monstruosa violencia. Son imágenes que congelan la sangre. Pero lo más impactante es que podría ser una situación real, existente, y aún cerrando el libro la imagen queda en la mente porque sabemos que estas deformaciones pueden existir alrededor.
Muchas preguntas me quedan en el aire, porque no estoy hojeando una revista de las que se dedican a inducir el morbo. Estamos hablando de un artista que hizo sus estudios en la Academia de Bellas Artes en Vienna, su ciudad natal. Como es de suponerse, sus primeras intervenciones fueron acompañadas por el descontento del público que lo obligaron a cancelar sus exposiciones. Sin embargo, ha realizado varias sesiones fotográficas con luminarias importantes como los Rolling Stones, se encargó de la portada del álbum de Scorpions y le hizo algunos trabajos a Andy Warhol, entre otras actividades. Ha tenido gran aceptación en importantes museos de Nueva York, Viena, Munich, y otras ciudades. Sin embargo, este atrevimiento que nos hace turbar bruscamente la tranquilidad nos pone seguramente a más de uno a plantearnos la pregunta si podemos reconocer este tipo de obra como artística. Esto ante la costumbre que tienen algunos sectores de llamar con esta palabra únicamente lo que nos proporciona relajación y placer. Mostrar la parte violenta de la sociedad no es algo digno de recordar.
¿Por qué el pintor recrea esta violencia? Sabemos que ese mundo existe, y en lo particular prefiero cerrar los ojos, prefiero ver las fantasías de los cuentos de hadas y las bobonovelas del canal de las estrellas.
Helnwein muestra algunos de sus personajes pasivos, e incluso con actitud de risa, posan tranquilos con sus heridas y deformidades, como si nada hubiera pasado. Los temas que aborda en su obra son de guerra, violencia familiar, abuso sexual infantil y muerte. Una fotografía bastante interesante de una de sus instalaciones “Selektion” (Neunter November Nacht). 100 Meter lange Bildestrabe zwischen Dom and Museun Ludwing in Koln,” es una instalación de fotografías de niños en actitudes de tristeza y soledad, y en la foto aparece una pareja que pasa caminando tranquilamente abrazados a un lado de la instalación, la chica mira de reojo las imágenes como si fuera algo completamente indiferente.
La instalación fue colocada por el artista para combatir el olvido de los crímenes de los Nazis y esta foto me hace nuevamente cuestionar si realmente con su propuesta cree obtener la concientización del público. O sus obras únicamente causan un morbo local momentáneo que tal deba a ello su éxito. Bueno, lamento ser pesimista, pero este tipo de publicidad de “buenas intenciones” no hacen sino hacer más doloroso para quienes ya estamos conscientes de estas aberraciones, y desgraciadamente para el resto, o bien les es indiferente o sólo les causa una motivación contraria. Digo, porque si se sacara provecho se vería un freno en estos actos vandálicos, ¿puede acaso esto modificar nuestra condición humana?
Sin duda, la sensibilidad del artista busca volcar el sufrimiento e impacto que le causa el recuerdo de tales acontecimientos. Es un hecho que no los quiere olvidar ni éstos se olviden. Una especie de terapia de sacar el contenido de su opresión, mostrarnos cuanto le duele. Recordemos también las obras de los pintores a quienes les tocó vivir en el periodo de entre la primera y segunda guerra mundial; ellos manifiestan sus impresiones en su trabajo, pintores como Kokoscha —por ejemplo— con sus seres mutilados. Egon Schiele. Korerch; y gran parte de los pintores que fueron clasificados dentro del expresionismo alemán.
No podemos dejar a un lado el dominio del hiperrealismo que Helnwein emplea, la precisión de sus pinturas le lleva a resultados casi fotográficos. La sensibilidad del artista lo guía a proponer parte de —seguramente— todo ese caudal de horror que le causa los temas que aborda, guerra, pederastia, violencia. Sin embargo, de sus creaciones, no puedo decir que su intención sea el concientizar al público como lo menciona Andreas Mackler. No lo es por la manera irónica de sus imágenes, aunque algunos personajes si los hace ensimismados en su dolor, con sus colores fríos o monocromos, qué podemos decir de las risas burlescas hacia el espectador, y no solamente eso sino el remarcamiento brutal que hace del horror. Esto significa que lo que busca es, sí, una crítica social de los actos violentos, pero con una carga de burla, esto lo demuestran las fotografías de los niños que están posando tranquilos y sonriendo con sus cabezas vendadas y los fierros o aparatos quirúrgicos en el rostro, como si dijeran, no pasa nada, todo tranquilo, es mi nueva apariencia. Esa ironía la identifico como haciéndonos rebotar la consecuencia de estos actos bélicos y como artista dándonos la nueva imagen de belleza creada por nosotros mismos.
Lo que el artista propone es una estética del horror, de los actos sociales repudiados, una ironía de la belleza, el resultado de una conducta social que conduce a este tipo de imágenes. Como si regresara el resultado de una acción de violencia de los actos tan naturales en que vivimos; si nos es tan común vivir entre ellos, porque no hemos de aceptar sus resultados como la nueva estética del hombre.