La epopeya del buque “Cacalilao”


sta es la historia de la hazaña de la tripulación del buque Cacalilao, que capoteó de manera asombrosa los embates terribles del Ciclón México del Pacífico de 1959 en Manzanillo, logrando quedar a flote de manera increíble, la cual nos fue narrada por uno de sus protagonistas, Don Pedro Muñiz Fajardo (qepd), como una vivencia imborrable de aquel fatídico 27 de octubre.
Pedro Muñiz Fajardo es un mecánico diesel que trabajó toda su vida en la reparación y operación de máquinas de embarcaciones mercantes, a quien el embate del Ciclón de 1959, conocido popularmente entre los porteños como Linda, lo zarandeó a bordo del buque petrolero “Cacalilao”, frente a las playas detrás de los cerros.
Nació en la ciudad de Guadalajara, y en el año 1947 su padre fue comandante del Sector Naval en Manzanillo, estando aquí durante aquella Navidad sangrienta en que sucedió la balacera entre Nicolás Rivera y las fuerzas del orden. Rivera, enloquecido, tiraba balazos a diestra y siniestra desde lo alto del Hotel Colonial.
A pesar de estar muy ligado a Manzanillo, familiar y sentimentalmente, Don Pedro Muñiz pasó la mayor parte de su vida en Guaymas, no en Manzanillo, aunque en su vejez, regresó a nuestro suelo.

ARRIBANDO AL PUERTO COLIMENSE EN VÍSPERAS
DEL DESTRUCTIVO EMBATE DEL CICLÓN DEL 59
En el año 1959 Don Pedro andaba embarcado a bordo del petrolero Cacalilao, que viniendo de Salina Cruz llegó a Acapulco, donde se les informó que había un ciclón frente a las costas del Pacífico. A pesar de esto, creyendo que no causaría peligro alguno, salieron hacia Manzanillo, a donde llegaron en la tarde, fondeándose a un lado del buque mielero Jalisco, el cual era de ferrocemento.
Don Pedro lo primero que hizo fue ir a visitar a su suegra, Doña Zenobia Leyva, que era una persona muy conocida en Manzanillo. Tenía su casa al pie de un paredón de roca en el Sector 2, la cual sirvió de refugio a muchos vecinos de esa zona de la ciudad. Tras de estar platicando un rato, hasta las 10 de la noche, le dijo a su suegra que se regresaba a dormir al barco, y ella le insistió que se quedara a dormir ahí, ya que estaba lloviendo fuerte y empezaba a soplar mucho viento.

EL SERVICIAL CENTAVO, QUE OFRENDÓ SU VIDA
POR CUMPLIR SU DEBER COMO LANCHERO
Pero él estaba convencido de que no pasaría nada fuera de lo normal. Al llegar al embarcadero de La Perlita, el lanchero de guardia, Don Jesús Balcázar, conocido popularmente como El Centavo, le dijo que no podía llevarle al barco, porque la marejada estaba muy fuerte y podía quebrarle la lancha.
En eso, llegó el Capitán del Cacalilao, quien le dijo enérgicamente a “El Centavo” que lo tenía que llevar a bordo, pues tenía órdenes en este sentido de parte del Capitán de Puerto, pues el ciclón “se había regresado” (es decir, había cambiado de curso). El lanchero contestó que haría lo que pudiera, por lo que subieron a la lancha y se fueron rumbo al barco, dando tumbos entre las grandes olas.
La lancha le dio dos vueltas al barco y no pudo llegar hasta la escala, por lo que el Capitán Mario Camargo Zanoguera ordenó que subieran esta al ras del barco, y ordenó pasar la lancha lo más cerca que pudiera del buque. Como las ondas estaban muy altas, a pesar de que la escala había quedado a varios metros del nivel normal del mar, la próxima ola les elevó hasta la altura de la escala, y entonces el capitán y Muñiz saltaron y se quedaron colgados. Sus compañeros les subieron a bordo.
Tras de haber cumplido su responsabilidad, Balcázar no volvió a ser visto, y después se supo que pereció ahogado, luego de hundirse su lancha sin haber podido regresar a la seguridad del muelle.

SOPORTANDO EL EMBATE DEL
MONSTRUO FRENTE AL VIEJO

De inmediato, empezaron a hacer maniobras para sacar al barco de la bahía, y el viento les aventaba contra el Jalisco, de manera que se quebró la toldilla de estribor. Se fueron a fondear atrás de El Viejo, a dos anclas; como se dice en términos marineros, “a barbas de gato”.
El buque se mecía con fuerza por el viento, de manera que nadie podía andar sobre la cubierta. El agua se metía aun a través de las puertas cerradas, debido a las olas que cubrían la embarcación. Como Don Pedro era maquinista, bajaba a ayudar al fogonero, por lo que se dio cuenta que todo el tiempo la máquina estaba a toda su potencia, y las calderas bufaban, durando así hasta las 6 de la mañana, en que amainó.
Entre la tripulación se creía que ya había pasado todo, pero el Capitán Camargo les hizo ver el error, explicándoles que estaban en el ojo del huracán, o sea, su centro; por lo que les ordenó asegurar y amarrar todo lo que se pudiera.
Recordaba Pedro Muñiz que cuando ya volvía la fuerza del viento, acudió hasta el puente de mando para ofrecerle al Capitán Mario Camargo un café, y él le regañó, diciéndole que no anduviera sobre la cubierta, porque ya iba a volver a arreciar. Al regresar a su puesto, el viento le tumbó varias veces de rodillas, y su pantalón quedó hecho jirones; pero, gracias a Dios, logró llegar a buen recaudo.

REGRESANDO A UN PUERTO DESTRUIDO Y LLENO DE MUERTOS
La fuerza del viento continuó hasta las 3 de la tarde, y ya pasado todo, se metieron nuevamente al muelle fiscal. Ahí Don Pedro Muñiz miró atónito como pasaban las canoas con ahogados amarrados a los costados. También supo entonces que el lanchero de guardia, “El Centavo”, murió poco después de dejarles, por el azote de las olas sobre su embarcación.
Al otro día, el Cacalilao recibió un radiograma que decía que un barco holandés que pasaba frente a la costa había encontrado a un náufrago agarrado a una palmera a medio mar. Como el suyo era el único barco en servicio en ese momento, salieron a recogerlo. Se los pasaron en una lancha, envuelto en una sábana y sin más ropas que unos calzoncillos.
Les suplicó que no lo agarraran, ya que estaba totalmente despellejado, quemado por el sol y la sal. Era un oficial del barco Sinaloa, de una familia de marinos muy reconocida en Santa Rosalía, los Elizondo, conocidos como “Los Cachanos”.
Las palmeras las arrancaba el viento por cientos o miles, y cuando Elizondo cayó al agua, se agarró a una. Contaba que en el camino se comió una gaviota viva que se paró cerca de él sobre la palma. La atrapó con las manos, tragándola con todo y su sangre.

PROVISIONES DEL CACALILAO PARA LOS DAMNIFICADOS
A los tres días de haber azotado el ciclón se fueron de aquí. Pedro dejó provisiones a su suegra, consistente en frijol negro y totopos que gustan mucho a su familia y que había traído de Salina Cruz, así como arroz que le dio el mayordomo del barco.

Doña Zenobia, que tenía a muchos vecinos alojados en su casa, con eso les pudo dar de comer varios días, hasta que pudieron regresaron a su vida diaria, que, sin embargo, aún distaba mucho de poderse llamar normal.
Tuvieron que pasar muchos meses y hasta más de un año, para que todo pudiera regresar a ser como fue Manzanillo antes de sufrir el golpe frontal de un monstruoso ciclón como aquel, que acabó con el Manzanillo de madera.
Don Pedro Muñiz regresó a Guaymas donde vivió con su esposa e hijos varios años. Una vez que todos sus hijos se casaron, Don Pedro le dijo a su pareja que regresaran a Manzanillo, de donde ella es originaria, y se proponía ya no trabajar. Quería disfrutar de ese puerto del que se había enamorado.
Pero en cuanto llegó le ofrecieron trabajar en los barcos de Marindustrias, y ahí estuvo otra temporada, a su tercera edad trabajando como mecánico Diesel. Cuando regresó a Manzanillo, le sorprendió ver como había cambiado todo. No se parecía al puertecito de antes del ciclón, donde todo acababa un poco delante de El Tajo, y San Pedrito era una isla.
Las casas ya no eran de tejamanil. Todo era moderno y bien arreglado. De sus cenizas, Manzanillo resurgió tras el ciclón, debido a que la gente se apoyó la una a la otra y trabajaron todos unidos para levantarse.
Este escrito se basa en los recuerdos personales que me compartió mi amigo, Don Pedro Víctor Muñiz Fajardo, quien falleció en días pasados, dejando muchos recuerdos de sus pláticas y anécdotas.