Una de las joyas ocultas del Centro Histórico de Manzanillo es el mural que oficialmente se llama “Hernán Cortés en el Puerto de Salagua en 1535, preparando su expedición a la Baja California”, pero al que los porteños se refieren únicamente como “Cortés en Salagua”.
TESORO ARTÍSTICO POCO CONOCIDO
Esta pintura está ubicada al interior de la escuela primaria “Rafael Ramírez”, frente a la dirección del plantel, la cual se ubica sobre la calle Pedro Núñez, a una cuadra de la calle México, que es la principal de nuestra ciudad. A pesar de su ubicación estratégicamente dentro del área del Centro Histórico, pocos son los porteños que la conocen actualmente, y es muy raro que un turista lo llegue a contemplar.
En el año de 1959, los señores Rafael Vela Nájar y Julio Romano Mena, gestionaron ante el empresario Rafael Guzmán Willis la contratación del afamado pintor porteño –por adopción- Carlos Escobar León, para la elaboración de un mural en este punto. Escobar se distinguía por ser muy bueno para las acuarelas, el óleo y el dibujo, pero también hizo algunos murales, como los que se encuentran al interior del antiguo edificio de la CROM.
Fue el 27 de enero de 1959 cuando Carlos Escobar inició la obra pictórica en esa barda donde hasta hoy, 65 años después, permanece, en el domicilio que actualmente ocupa la primaria Rafael Ramírez en sus turnos matutino y vespertino. Antes esta escuela solamente funcionaba por las mañanas, y ahí mismo operaba la Vicente Guerrero en ambos turnos, de lo que se puede sacar el dato en conclusión que la escuela tenía un padrón escolar pequeño.
También hay que señalar en este lugar un tiempo estuvo la secundaria estatal 3, que fue la primera que hubo en Manzanillo, y originalmente se pensó en este sitio para establecer la Casa de Bomberos de Manzanillo, impulsada por los mismos señores Vela Nájar y Romano Mena, lo cual no llegó a concretarse.
El 22 de febrero del mismo año, Escobar León terminó el mural, que fue recibido con admiración y agrado por todos los manzanillenses. La técnica que se siguió para elaborarlo fueron las pinturas a base de caseína sobre aplanado con mortero de cemento blanco. Una vez concluidos estos trabajos, el citado empresario Guzmán Willis hizo el pago correspondiente por la cantidad de 6 mil pesos, cifra que hoy se nos hace ridículamente baja.
GUERRERENSE, ADOPTADO COLIMENSE Y MANZANILLENSE
Carlos Escobar León está considerado unos de los tres más grandes pintores que ha tenido Manzanillo en su historia, junto a Hilario Zapién Peregrina y Enrique del Castillo, este último experto en el plasmado de bellas marinas. Algunos citan junto a ellos a otros pintores como Felipe Vázquez Aréchiga también.
El 8 de mayo de 1984, Escobar León recibió en reconocimiento a su larga y destacada trayectoria en el arte el justo reconocimiento como Ciudadano Ejemplar de Manzanillo, por el presidente municipal del entonces, Alberto Larios Gaitán, lo cual fue recibido con beneplácito por los manzanillenses. Este artista nació en el año de 1914 en Acapulco, Guerrero, y fue un gran artista autodidacta, que dominó la acuarela, el dibujo, la caricatura y el muralismo. Llegó a Manzanillo a los 6 años, quedándose a radicar hasta 1975, en que pasó a vivir a la ciudad de Guadalajara, por diversos compromisos laborales y familiares, aunque retornando de vez en cuando a su patria chica adoptiva, en la que vivió 55 años de forma permanente.
Sus primeras exposiciones las realizó en 1938, a los 24 años. También practicó el periodismo con éxito a partir de 1932 en varios periódicos locales. Aprovechó la fama alcanzada como pintor para organizar diversos eventos y exposiciones, a los cuales asistieron artistas de Colima y Jalisco. En Guadalajara expuso en el Teatro Degollado, la Casa de la Cultura Jalisciense, la Galería Municipal Torres Bodet, el Instituto Cultural Cabañas, el Hotel Fiesta Americana y el Instituto Cultural México-Norteamericano, entre otros lugares. También participó en el Salón de la Acuarela en la Ciudad de México, desde 1968 hasta 1980. Ganó el Concurso Nacional de Pintura en 1972. Estos son solamente algunos premios y distinciones que alcanzó en su vida este gran hombre de las artes guerrerense, pero de corazón colimense, y más específicamente, manzanillense.
FALLIDAS RESTAURACIONES
Con el paso de los años, debido a la salinidad y humedad que caracteriza a nuestro clima costeño, la obra se fue deteriorando, por lo que en 1998 se le hace su primera remodelación, durante la administración municipal encabezada por Martha Sosa Govea, la cual no resulta exitosa, también causando disgusto el hecho de que a la obra se le agregaran las firmas de las personas que hiciera estos trabajos. La segunda remodelación fue hecha durante el 2014, durante el trienio a cargo de Virgilio Mendoza Amezcua, la cual corrió a cargo del pintor Melchor Álvarez Hernández. Igualmente, este trabajo tampoco fue del todo acertado, y recibió algunas críticas.
Hay que decir que los pigmentos y polvos que utilizaron los muralistas mexicanos para hacer sus trabajos, entre los que está Escobar León, hoy son muy difíciles de encontrar, pues han dejado de ser populares en pro de otras técnicas y materiales, de tal forma que para adquirirlos hay que acudir a tiendas muy especializadas en la capital de la república, y en otros casos, hasta en el extranjero, ya sea yendo personalmente, o a través de algunos portales especializados de internet.
En tiempos anteriores, el óleo solamente se utilizaba para hacer obras de caballete. En el caso de Álvarez Hernández, con instrucciones del director del Instituto de Educación y Cultura de aquellos tiempos, Prof. Eduardo Rivera, buscando que la restauración fuera duradera, optaron por poner tres capas de óleo y sellador.
En Manzanillo hubo un antecedente destacado de muralismo clásico. En 1937 el afamado pintor michoacano Alfredo Zalce, pintó un mural en la escuela Benito Juárez en Manzanillo, pero al demolerse esta escuela por los daños sufridos por el terremoto del 30 de enero de 1973, también se destruyó esta obra, perdiéndose irremediablemente.
Escobar fue un gran pintor de marinas, principalmente, utilizando como su técnica principal la acuarela, aunque también destacó en la elaboración de caricaturas. Se dice que trabajaba a gran rapidez, utilizando mucho agua al momento de pintar en los caballetes; pero en el caso de esta, su obra monumental, como es natural, no pudo usar la acuarela, ya que no resulta apropiada para pintar murales, y por esta razón lo elaboró al temple, es decir, usando polvos y pigmentos mezclados con huevo, sobre una mezcla de cal y arena con agua, conocido como fresco, que era la técnica que utilizaron los grandes maestros del Renacimiento en Italia, como fueron Leonardo, Miguel Ángel y Rafael, entre otros, y que también se utilizó durante el movimiento muralista mexicano, encabezado por Diego Rivera, José Clemente Orozco y Jesús Alfaro Siqueiros, y en el que participaron además una gran cantidad de artistas de mayor o menor fama.
Con el paso del tiempo y de manera natural, debido a la humedad reinante en nuestro clima costero tropical, se empezó a dañar su capa superficial, pues los hongos proliferaron en la parte baja, y luego en su parte derecha, creándose una capa de salitre. Para el tiempo de los años noventa, el deterioro ya era importante, y es por eso que se emprendieron trabajos de restauración a la obra, por iniciativa de la entonces alcaldesa Martha Leticia Sosa Govea. Algunos opinan que la restauración no se hizo de la mejor manera. Pasados algunos años a partir de aquella fallida restauración, la obra mostraba alarmantes signos de deterioro nuevamente, por lo que se levantaron muchas voces pidiendo una mejor tarea de restauración.
En estos tiempos, en los murales que se están haciendo alrededor del mundo, los artistas han optado por utilizar el óleo, que antes se empleaba casi exclusivamente en obras de caballete.
Gracias a los buenos resultados que había dado en la elaboración de varios murales en las instalaciones del panteón municipal Teresa S. de Escobar, el pintor manzanillense Melchor Álvarez Hernández fue comisionado a esta tarea, que hizo con gran detenimiento. Fue un trabajo muy laborioso, respetando al máximo lo plasmado en la obra de manera original por Escobar León, pues, aunque dañados y semicubiertos por el salitre, los detalles del trabajo artístico eran posibles de apreciar en su gran mayoría, además de que Melchor Álvarez se auxilió de fotografías antiguas del mural, que mostraban cómo es que se hicieron los aspectos de cada sección de esta obra monumental.
Y es que Carlos Escobar era muy detallista, y puso en la escena énfasis en la vegetación, en las armaduras de los españoles, en los caballos, en la indumentaria escasa de los indígenas, en los barcos de vela fondeados a poca distancia de la orilla y las pangas.
En la parte derecha de la obra, una de las que están más dañadas, se puede observar a un personaje misterioso, que es un soberano indígena; un cacique sentado en un alto trono bajo un techo de tela o dosel que le cubre del sol, tocada su cabeza con un enorme penacho de plumas multicolores, rodeado de lo que parecen ser otros indios que fueran sus sirvientes o esclavos y por su espalda cuelga lo que parece ser una capa de piel de algún felino. Este hombre muestra dignidad y fiereza, y está sentado sobre un trono muy alto. De alguna manera en nuestra mente luego lo relacionamos con el legendario Rey Colimán, o con el Rey Ix del que habla en sus relatos el gran escritor y maestro colimense Gregorio Torres Quintero, que en los tiempos prehispánicos ya comerciaba con los chinos, que lo visitaban con mercaderías traídas en bajeles que cruzaban el ancho Mar del Sur (El Pacífico).
En cierta manera, este personaje misterioso incluido en lo plasmado por el Maestro Escobar se observa incluso más impresionante que el propio Cortés, que aparece melancólico con la mirada perdida en lontananza, como adelantando las aventuras y peligros de sus futuras expediciones con rumbo hacia las Californias (Alta y Baja, siendo hoy la primera parte del territorio de los Estados Unidos). El título de la obra de Escobar, según lo muestra una placa al lado del mural, es “Hernán Cortés en el Puerto de Salagua en 1585, preparando la expedición a la Baja California”.
GRANDES MAESTROS PORTEÑOS OLVIDADOS
La firma de Carlos Escobar se encuentra en la parte superior del lado derecho. De ese mismo costado, pero en la zona inferior se apreciaba otra rúbrica, que es la de la persona que hizo la restauración primera, hace ya algunos años; en 1998 para ser más exactos, firma que resultó ser muy polémica, ya que la gran mayoría de los manzanillenses han visto con malos ojos que la persona que hizo este trabajo la incluyera en el mural, alterando con ello el trabajo original. Pero, en el trabajo de restauración de Melchor Álvarez no se respetó la firma de la primera restauración realizada al mural, que no es parte de la obra de Escobar en su estado primario, y tampoco se añadió ninguna otra por conducto de Melchor Álvarez, lo cual se consideró algo muy acertado.
Desde luego que hay algunos otros murales, pocos, en Manzanillo, como el del Aeropuerto Internacional de Playa de Oro, pintado por el Maestro Chávez Carrillo, y también hay varios en el edificio antiguo de la CROM también de Escobar, además de que, como ya mencioné líneas atrás, existió otro muy interesante en la antigua escuela Juárez, ya desaparecida, que se ubicaba en parte de lo que hoy es el jardín principal “Álvaro Obregón”.
De los que permanecen, el citado de Carlos Escobar León es el más antiguo; tiene ya sesenta y cinco años de existencia, habiendo sido creado antes del azote del ciclón tropical de 1959, que marcó un antes y después en el desarrollo de nuestro puerto, y que afortunadamente no le afectó. Carlos Escobar es considerado, junto con Enrique del Castillo, Hilario Zapién y Felipe Vázquez Aréchiga, uno de los grandes pintores que ha tenido Manzanillo. Por cierto que, como dato curioso, Escobar León y Melchor Álvarez, pintor encargado de la restauración de su obra, fueron compañeros de trabajo en el Instituto de Migración.
Casi todos los manzanillenses conocemos de la existencia de esta gran obra, aunque no son tantos los que la han podido apreciar a detalle, de cerca, ya que está ubicada dentro de una escuela primaria pública, y por lo tanto, quienes no tuvieron la fortuna de estudiar ahí, a la vera y sombra de tan importante expresión de arte, la tienen que observar desde la reja externa de metal, y sólo algunos atrevidos piden permiso para ingresar y verla de más cerca. En mi caso, nunca estudié ahí, pues cursé la primaria en la escuela “Padre Hidalgo”; pero desde muy chico supe de la existencia de este mural y su gran valor e importancia, tanto en lo meramente artístico, como por el tema histórico que rescata.
Los turistas nacionales y extranjeros que arriban a Manzanillo año con año no son enterados de la existencia de esta joya, y rara vez se observa a uno tomándole fotos o admirándola. Por el contrario, pasan de largo frente a la reja de la entrada de esta escuela, buscando algo interesante, sin saber que a unos metros de ellos se encuentra este gran mural. Ojalá que dure muchísimos años más.