Noches de ensueño en el puente de Ventanas

El mirador de Ventanas con sus tetrápodos donde rompían las olas.

A principios de la década de los ochenta -ese tiempo en que casi todos los manzanillenses nos conocíamos, aunque sólo fuera de vista-, una nueva moda se apoderó de las familias porteñas, que era la de ir cada noche a pasar el rato en el puente de Ventanas, de reciente construcción, camino a Campos, el cual se hizo para comunicar a la Laguna de Cuyutlán con el Mar.

La fiesta comenzaba desde que las familias se trepaban al carro o camioneta, llevando a algún vecino. Luego del traslado por el sinuoso camino que va hacia Campos y la entonces también de reciente construcción planta termoeléctrica “Manuel Álvarez”, se llegaba, entre exclamaciones de júbilo, al punto deseado, y los vehículos se estacionaban en la parte baja del puente, del lado de la laguna. La primera diversión consistía en trepar corriendo los muros inclinados laterales, parte de la estructura del puente, tan empinados, que había que esforzarse mucho para lograrlo, convirtiéndose esto en un atractivo reto para los niños.

PESCADORES IMPROVISADOS

Desde arriba la mirada se empezaba a fijar en los detalles de alrededor, encontrando a mucha gente pescando, con cuerditas y anzuelos muy rústicos. La gran mayoría de los presentes, por cierto, jamás en su vida había pescado. Se podía ver a muchos niños haciéndolo en compañía de sus padres. Por un lado, mantenían una cubeta, donde iban echando uno que otro pescadito que lograban sacar. Otros se dedicaban a intentar sacar jaibas. Las familias se compartían lo obtenido, muchas veces sin conocerse.

En la parte baja, sobre la tierra y las piedras, podían verse ya algunos asadores, algunos rústicos de ring de llanta y otros de marca, de fábrica, con su carbón lanzando humo a la atmósfera, y encima crepitando los pescados, las jaibas, y también las quesadillas y la carne asada con cebollitas que muchos porteños, que no gustaban de la pesca, llevaban. Lo importante aquí era convivir.

Todo era novedad en el lugar. De vez en cuando se veía saltar del agua un gran pez. Otros hablaban como todos unos expertos del funcionamiento de la cercana planta industrial. Entre las familias porteñas en el lugar se notaba que había gente foránea, familiares que eran llevados a conocer el atractivo de moda en Manzanillo en esa época.

VIENDO LAS ESTRELLAS Y ANALIZANDO LA TERMO

Había quienes tenían otros intereses, y era el de aprovechar la claridad del cielo y oscuridad de los alrededores, para admirar las estrellas, cometas y planetas que el cielo ofrecía como un tapiz árabe. Los papás y hermanos mayores les decían a los más chicos donde se ubicaban, a su entender, Marte, Venus y otros cuerpos celestes, y a conocer la diferencia entre un planeta y una estrella; a saber, que la luz que emite un planeta es fija y estable, mientras que la de una estrella, tilila o tiembla.

Entre aquellas apreciaciones, no faltaban las supuestas observaciones de platillos voladores. Ya desde aquella época se empezó a decir que la construcción y puesta en operación de la planta termoeléctrica había hecho que fuera frecuente la aparición de OVNIS en la zona, que se alimentaban con la energía generada por la planta industrial, operada por la Comisión Federal de Electricidad. La misma planta era todo un espectáculo a la vista en esas veladas, que se prolongaban hasta más allá de la medianoche, brillando con muchas lucecitas.

Poca conciencia había por entonces todavía de la contaminación que sus emanaciones generaban a nuestro entorno municipal y a la salud de sus habitantes. Por cierto, en aquella época se corría la leyenda urbana de que la “Manuel Álvarez” se trataba en realidad de una planta nuclear secreta, tipo Laguna Verde, y que el gobierno lo ocultaba por temor a la inconformidad ciudadana.

ESCENARIO ROMÁNTICO

Por aquí y por allá se veía a gente sentada en círculo, generalmente en torno a alguna pequeña fogata, donde se cantaba al compás del acompañamiento de una guitarra de caja canciones románticas, como son las populares baladas y los clásicos boleros, sin olvidar de vez en cuando una ranchera sentimental.

Pero una parte importante de la jornada de visita a El Puente era la de ir hasta la entrada del mar, al otro extremo, donde se encontraba el Mirador, coronado por una infinidad de grandes moles de concreto en forma de estrellas, mejor conocidas como tetrápodos (del griego tetra -cuatro, podo- pata; es decir, cuatro patas o cuatro puntas). Ahí se podía sentir el azote de la brisa húmeda, producto del rompimiento de las enormes olas contra las rocas y tetrápodos.

Desde ahí se podía también contemplar la playa adyacente, que, como todas las de la zona, en la franja que va desde El Viejo hasta Cuyutlán, y aún más allá, son de mar abierto. Para cualquier familia que acudiera a este lugar era imperdonable no pasar a ver la puesta del sol y tomarse una foto con la familia, mientras detrás rompía sobre las estrellas de cemento, una gigantesca ola.

ANTECEDENTES HISTÓRICOS

No faltaba el observador con conocimientos históricos, que recordara que la entrada del mar se estuvo intentando hacer desde la época de Porfirio Díaz, y por aquellos entonces fue imposible, debido a la fuerza del mar en la zona. “Lo que los hombres avanzaban por el día; el mar lo destruía por la noche”.  Ya en 1861, los ingenieros Juan Bautista e Ignacio Matute elaboraron el proyecto de obra de una canalización entre el río Armería, la laguna de Cuyutlán y la bahía de Manzanillo, encomendada por el gobernador del estado, Urbano Gómez, lo cual nunca se llevó a la práctica.

Esto fue motivado porque la federación había considerado clausurar el puerto por insalubre, ya que, durante las épocas de sequía, el vaso lacustre despedía miasmas y generaba muchas enfermedades epidémicas. Manuel Aliphat lo combatió en 1850 con la publicación de un estudio, “Memoria sobre el Puerto de Manzanillo”, en el que demostraba que el puerto era muy importante comercialmente para la federación y la existencia del estado de Colima, y proporcionaba ideas para el saneamiento de ese cuerpo lagunar, también conocido como “De Caimanes”, por tener una importante presencia de estos reptiles.

Por su parte, el maestro, escritor, político e historiador colimense, Prof. Gregorio Torres Quintero, relató sobre el particular lo siguiente: “Partiendo del barrio de la laguna y caminando entre ésta y el pie del cerro, se llega al cabo de una hora escasa al puerto de Ventanas. Es éste una pequeña playa interrumpida por una roca aislada y rodeada por cerros abruptos. El cerro de Manzanillo se corta ahí para abrir esta abertura gigantesca, llamada de Ventana.

Es un sitio poéticamente pintoresco. Ha existido el proyecto de abrir un canal que permita la entrada de las aguas marítimas a la laguna de Cuyutlán, a fin de mantener constantemente lleno este vaso lacustre. La distancia entre el mar y la laguna es allí más corta que en Manzanillo. La laguna se seca en los meses que preceden a las lluvias, y al disminuir de fondo, se calienta el agua, muriendo los peces. Se desprenden entonces gases pestilentes que envuelven al puerto en una atmósfera mefítica. Si se logra mantener llena perpetuamente la laguna, no sucederá aquello, y entre otras ventajas, ganará la salubridad pública. Y hasta se ha pensado que podría establecerse en el interior un magnífico puerto lacustre”.

Añadió que “sólo hacía falta abrir un canal que comunicara la laguna de Cuyutlán con la ensenada de Manzanillo, entre los dos cerros pequeños que existen y con ello mejoraría mucho la salubridad del Puerto. La idea del canal persistió constantemente y se insistió mucho en su apertura. Es más, en noviembre de 1874, se habían inaugurado oficialmente las obras que, lamentablemente, nunca se concluyeron. Luego se intentó en varias ocasiones seguir los trabajos, pero el hombre cavaba y el mar rellenaba; el pretendido canal se había tragado millones sin poderse terminar. Entonces se había pensado que, de lograrse, la laguna podría ejercer funciones como puerto lacustre”.

Este prócer de la paria chica -Torres Quintero- llegó a vivir a Manzanillo, procedente de la capital del estado, en 1884, y de aquí partió hacia la capital de la república en 1887.

TODO HA CAMBIADO

Regresando abruptamente de las brumas del tiempo lejano, retornemos a aquellos bellos años ochenta, más cercanos, pero también ya idos. En las banquitas sobre la plancha de concreto se podía ver a muchas parejitas de enamorados, tanto novios como casados, que inspirados por la belleza del paisaje, la tranquilidad y soledad del entorno, vespertino o nocturno, daban rienda suelta a su romanticismo. Las lunas que se podían observar eran verdaderamente inigualables. Todo eso se quedó grabado en la memoria de los porteños.

Hoy, sin embargo, gran parte de aquello -casi todo- ha cambiado. Son ya muy pocas, escasas, las familias que acuden a este antiguo paseo, y en gran parte es por la inseguridad. La pesca en la laguna ya no es tan abundante como otrora. La gente ya sabe que el termo es un ente altamente contaminador, con muchas consecuencias negativas para el municipio.

Sin embargo, el año pasado se pudo inaugurar un nuevo mirador de Ventanas y se habilitó en El Tapo una alberca marina. Parece que el lugar empieza a cobrar nueva vida.