Sala de espera.


Hace falta un nuevo impulso a la responsabilidad social no sólo de las redes, sino también de los entornos formales de la comunicación colectiva.

— ¿De qué se habla en una sala de espera?
— De todo. Sólo es cuestión de escuchar
y aguardar el momento.

Volver a casa
Cada que alguien bueno sale de su hogar a realizar su afán, tiene el derecho a regresar, seguro, a casa. Sin embargo, algo ha trastocado a nuestro mundo. Las noticias recientes muestran tiempos grises en nuestra sociedad, con calles en que puede uno toparse con personas que obran guiadas por el mal, capaces de cegar la vida de otro. Estos hechos, siempre lamentables, resaltan la importancia de volver a los valores compartidos en familia. Y aunque puede parecer que vamos tarde, es tiempo todavía.
Una buena educación desde el hogar puede ser la diferencia entre optar por un camino de valores o un rumbo delictivo; quienes han seguido esta última vereda suelen ser aquellos que vivieron sin ejemplos positivos; son esos pocos que después esperan, codiciosos, en la oscuridad de alguna esquina, para hacerle daño al otro, cobijados por el cinismo de quien cree tener derecho a todo.
Así, tal fenómeno de personas que dañan sociedades, suelen ser historias personales precedidas por la ausencia de valores en familia. Son unos pocos, con infancias dejadas al olvido de forma irresponsable; son hijos, cuyos padres les reían su lenguaje prosaico cuando aún eran pequeños, o que batieron sus palmas al atestiguar lo “vivos” que han salido para lograr sus fines sin importar los medios; que les dieron ejemplos cotidianos de “tranzar para avanzar” o aprovecharse del cajón abierto; hijos olvidados, cuya educación quedó exclusivamente a cargo de pantallas de cristal donde pudieron ver de todo, sin supervisión alguna y accediendo a veces a un submundo sin valores.
Con todo ello, aún queda la esperanza. Como sociedad, se debe regresar a modelos de familia en donde se exprese el noble afecto que sentimos por el otro; con dinámicas de convivencia sanas donde no se confunda la educación con humillar o ejercer distintas formas de violencia.
Hace falta un nuevo impulso a la responsabilidad social no sólo de las redes, sino también de los entornos formales de la comunicación colectiva. Estos deben continuar fortaleciendo los contenidos que apoyen los valores y las visiones humanistas; donde se dejen atrás las palabras vulgares y los adjetivos que dividen y después violentan. Se debe propiciar que el uso virtuoso de la tecnología cotidiana sea un medio que difunda los más altos valores que han hecho ejemplar al ser humano como especie.
Es necesaria una adecuada supervisión de lo que hacen nuestros hijos con sus tiempos, participar más del diálogo con ellos, para no dejarle estos espacios a la banalidad de algún influencer que no haya entendido su misión social. De este modo, propiciaremos la formación de ciudadanos que mañana serán capaces del trabajo compartido, aportando sus visiones positivas, incluyentes, sostenibles.
Tales esfuerzos han de trascender generaciones. Acabar la inequidad, la desigualdad, la exclusión, la pérdida de valores y la deshumanización son tareas de largo plazo. Mientras tanto, debemos seguir cuidando de los nuestros desde el seno del hogar. Es lo que se puede aportar desde la ciudadanía, mientras transitamos hacia un mundo con conciencia, en donde se propicie el educar siempre hacia la paz.
Cada ser humano es único e irrepetible. De ahí el valor inmensurable de su presencia en la historia de la humanidad y de su derecho a volver a casa cada día. Si partimos de la idea de que todo ser humano es bueno por naturaleza, aún hay esperanza. Aún podemos evitar que se sigan reclutando a más de esos pocos que hoy llenan nuestro mundo de tristezas. Aún es tiempo.