Hace tiempo el maestro Lic. Ricardo Ante Villalobos me visitó a media mañana en mi domicilio, en las conversaciones relució mi referencia a que poseía una carta de Juan José Areola. En tiempo atrás en el “Jardín del Arte” en la calle América de la ciudad Guadalajara, sin mal no recordaba, había colocado unos escritos en donde todos los que deseaban, prendían sobre un madero sus trabajos en un lugar, todo el que asistía podía leerlos y regresarlos ahí mismo.
En uno de tantos días que visité el lugar, habiendo colocado mis escritos titulados: Carta de un angelito a mamá, Flores blancas, Carta a mi padre, Cuando Dios hizo a la mujer, Cuando Dios realizó la obra de formar al hombre, entre otras, me enteré que Juan José Arreola realizaba un trabajo en la televisión para promocionar los pueblos Mágico del Sur de Jalisco, lo esperé a que en sus momentos de descanso, pudiera entregarle algunos de mis escritos para conformarlos en libros, dijo que no tendría tiempo, que se los dejara sin el compromiso de estudiarlos.
Pasaron tres semanas y le procuré, esperándole cuando se desocupara para preguntarle si había tenido tiempo de leer mis obras y me expresó: “En mis tiempos libres leí tus letras y creo mereces decirte mi análisis y aquí te lo expreso”.
Me llené de gusto y más con el contenido y mira, Ricardo, mi esposa dijo que sus ideas y algunas menciones eran atrevidas y lo quiso destruir, rompiendo casi a la mitad las hojas. En ese momento Ricardo expresó a manera de asombro diciendo:
“No, no lo intentes”, ¡eso es un tesoro que pocos podrán tener¡ y le dio lectura a dicho escrito, que hoy lo comunico a los lectores.
A José Francisco Vázquez Martínez.
A través de este conducto le manifiesto mi gratitud por brindarme la oportunidad de leer alguno de sus borradores de libros que están por publicarse.
Considero que sus relatos, cuentos y reflexiones, son vivencias personales que le han permitido la socialización de su aprendizaje en la vida.
A partir de su lectura reconozco su capacidad para entender y traducir en estos textos los sentimientos, necesidades y problemáticas sociales sobre todo de la población colimota.
Espero que la continuidad de su escritura siga recreando los pasajes y paisajes de nuestra tierra para el conocimiento de futuras generaciones.
En lo personal, le manifiesto mi amor al que escribe, por dejar ver en cada prosa el fantasma alegre y juguetón que deambula en cada letra, que muestra su cariño en la conjugación, al descubrir la identidad de los que fueron y seguirán siendo y viviendo por sus escritos.
En mí, todo aquel que aporta la frescura de su estilo, tiene mi cariño y respeto, ya que el neófito o novato de las letras, con su sencillez me cautiva, me transporta, con su magia y fantasía a un mundo perdido, porque se lo ha tragado el tiempo.
Me permito darle al desconocido escritor mis mejores augurios.
He analizado la profunda nitidez de su imaginación que rebaza lo común de los que escriben.
Por eso, a usted, le comento que encontré en sus borradores libros, el rescate de una tradición que no se muere puesto en sus pensamientos pervive la ilusión de la gente colimota.
En la observación de sus utópicos cuentos, relatos y narraciones, sé que usted tiene: en su imaginación el prodigio de llamarnos a la transmutación de escenas no vistas, sino mágicas, hermosamente descritas en una realidad virtual, sin paso a la verdad.
He visto al pobre sin chaleco y al rico sin bastón, al escritor sin talento, y a usted musa de los sueños que crece, evoluciona a través de las estrellas que la guían. ¡Ah, qué cantarinas! Que ni las aves trinan, cuando tus letras leo, me agradas, con desplante, que con tus escritos me conquistas y a dulces sueños me remontas.
Ahora serio y sin rescate a nuestro sentir, mi licenciado, sí sé que a tu llamado siempre estamos tus amigos los lectores.
Mi licenciado Vázquez conoce el lenguaje de Macondo, de Martí, de Paz, de Vargas Llosa, Azuela, y los secretos de Comala, ya que los clásicos le pertenecen.
Con su decir llano rescata la forma de ser y de hablar de los rodillones de Colima.
No se anda con tapujos ni rodeos, descubre la doble moral de la región de los volcanes, ya que se pretende acallar lo que se muestra en forma evidente, aun con el riesgo de que se oiga feo, los acontecimientos pasan y que?…
Propones una visión que puede ser insolente y aun irreverente, expresa los hechos como fueron, y los sentimientos de la gente como son, no como quisieran.
Su lectura amena y absorbente lleva al lector frecuentemente a descubrir el alba.
Al autor le asiste su estrella, a los lectores les toca poner los actos en escena.
El narra los hechos con frialdad, encuentra el tiempo perdido de Proust, pues nunca busco, lo que tenía que decir, ya que su conciencia plena, guio su pluma.
Juan José Arreola Zúñiga.