Aristide Maillol era escultor —de hecho, uno de los grandes escultores de fines del XIX y principios del XX—, pero a veces hacía sus pinitos en la pintura, y este es un buen ejemplo.
Maillol empezó su carrera como pintor, después se metió en las artes decorativas haciendo tapices, encontrando su vocación, pero finalmente pasó a ser escultor, muy a su pesar, ya que su vista estaba fallando bastante.
Como en sus esculturas (por cierto, casi siempre desnudos femeninos), su pintura también mezcla de todo. A Maillol no le importaba pertenecer a un grupo cerrado, pero sí chupaba de todos como una esponja. Era un ecléctico.
Aquí vemos puntillismo en la técnica, simbolismo en la composición, la atmósfera de los Nabis… Eso sí, Maillol vuelve a la figura femenina una y otra vez (en esta ocasión va vestida, y a la moda) y la coloca sobre un fondo amarillo, con apenas unas ramas y hojas a la derecha, como sintetizando todo un bosque. Esta pintura es puro sintetismo simbolista.
La mujer es plana en muchos sentidos (a Maillol no parecen interesarle los volúmenes ni las sombras), pero sí se curra un poco más el rostro o las cuatro flores rojas, a las que da más protagonismo que a nada. Seguramente simbolizan algo.