(Cuarta parte de ocho)
Escogió ir a Las Indias con Nicolás de Ovando, quien había sido nombrado Gobernador de la Isla Española, y que además era su pariente. ¿Qué lo convenció a tomar esta decisión? Explican que: “Por el mucho oro que de allá se traía”. Indican éstos cronistas que estaba a punto de partir Hernán Cortés, joven todavía, cuando decidió visitar a una mujer casada en la última noche. Fue atacado por el furioso marido. Cortés se cayó de una barda muy alta y tuvo que guardar cama por las consecuencias de la caída. Perdió su barco. Anduvo de vagabundo “a la flor del berro” y llegó a Valencia. (Hernán Cortés, ps.162-163).
LA CORRUPCIÓN JUDICIAL Y POLÍTICA FUE INCULCADA POR EL CONQUISTADOR.
El historiador Baltazar Brito Guadarrama, en su libro Códice Chavero de Huexotzingo. Proceso a sus oficiales de república, impreso en el 2008 por el INAH, explica que la corrupción, el soborno, el pillaje, la “mordida”, el cochupo, el charolazo, el chayote, las prebendas, o como se llamen estas acciones en el lenguaje popular, las venimos arrastrando desde aquella lejana época posterior a la conquista. El libro nos permite ver cómo las autoridades administrativas de la Nueva España se las ingeniaban para cometer dichos pecados. Se quedaban con los impuestos, tributos, diezmos y otros cobros que debieron parar en las arcas del Rey de España o en la Hacienda de su Majestad o de la Monarquía. Vemos a lo largo del texto cómo alteraban los libros de cuentas, cómo obligaban a los pintores indígenas (tlacuilos) a poner otras imágenes que indicaran erróneamente las cantidades que jamás llegaron a su destino. (Códice Chavero de Huexotzingo, ps. 32-34, 45-46, 62, 170-174, 270, 420 y 491).
El documentos aborda veinte temas, pero mencionaré solamente unos: los pueblos súbditos de los aztecas; el conflicto entre la iglesia y los militares novohispanos; los pagos y tipo de tributos de las comunidades indígenas; las instituciones judiciales de la Nuevas España; empleos y salarios; los políticos y sus cargos oficiales; los barrios y sus pagos tributarios; los personajes de las demandas, cargos y denuncias.
El texto habla de cómo se hicieron los cargos y las denuncias respectivas, así como los careos con los testigos y las resoluciones judiciales. Nuestros antepasados, viendo el provecho económico de estos procedimientos ilegales, hasta se convertían al otro bando por este fuerte interés. Dice el autor: “Muchos de los nobles indígenas se hispanizaban tal vez con la intención de mantener el dominio sobre los macehuales y allegarse recursos de forma ilícita, en detrimento de la comunidad”. (Códice Chavero de Huexotzingo, p.32).
Más adelante agrega que los alguaciles eran los encargados de mantener el orden público en la comunidad, pero además tenían la función de recoger los propios y rentas de la ciudad. Aunque llevaban una memoria de todo ello, no se conoce mucho de este aspecto. ¿Por qué? Porque desaparecían los documentos contables o administrativos. Entre los años de 1577 y 1578 varios alguaciles y políticos fueron denunciados por este motivo. Incluyen a los llamados Alguaciles de Vagabundos, encargados de cobrar el tributo a los vagabundos o indios advenedizos. Hablan de sujetos como; Pedro de Mendoza, Tomás de Luna, Bernabé Tierra, Josephe de Santamaría, Antonio Chipil, Diego Pérez y Pedro de Plascencia, quienes se dieron a la tarea “de romper muchos documentos de la contabilidad del Cabildo, que tenía en su casa el escribano Mateo Xuárez”. (Códice Chavero de Huexotzingo, p.33).

El oro, excremento de los dioses indígenas.
El Códice Chavero contiene una lista detallada de todos los Oficiales de República, recaudadores y autoridades, entre los años 1571 a 1577, a los cuales se les acusó y levantaron cargos: “por los faltantes de tributos que los indígenas les entregaron adelantados y que por alguna razón ellos no metieron en la Caja Real de su Majestad…llama la atención que en dicha lista muchos de los nombres de los señores principales corresponden a los de los frailes franciscanos que evangelizaron esa zona en el siglo XVI”. Lo anterior, avalado y supervisado por el Juez de Comisión, más la Real Audiencia de México. (Códice Chavero de Huexotzingo, p.34).
En otro apartado explica el autor que las autoridades de todos los niveles, queriendo mostrar su bondad y piadoso espíritu religioso, les daban tierras a los humildes indígenas, con una extensión de 100 por 20 brazas, pero: “a cambio de recibir la quinta parte de la cosecha, por supuesto, conservando parte de las tierras para sí mismos”. En otras palabras, no daban paso sin huarache. Eran unos magos éstos funcionarios de la Nueva España, pues todo lo desparecían, como se deja ver en una carta-denuncia que envió el propio Fiscal de la Real Audiencia de México al mismo Rey de España. Le explica que la problemática tributaria era muy grave a causa de que los Oficiales de la Real Audiencia están implicados en la pérdida de los tributos indígenas y demás ciudadanos: “Se han perdido, sin saber de quién, Vuestra Majestad… gran suma de pesos en oro en cantidad de más de 50 mil pesos de minas”. Algo así como 82,500 de oro común, indica el autor. (Códice Chavero de Huexotzingo, ps.45 y 46).
En otra sección del libro, los alguaciles y otros políticos encargadas de los cobros, son denunciados por los señores principales de los barrios, porque hicieron una relación falsa de supuestos gastos en beneficio de la construcción de iglesias y templos, por valor “de 4 mil y tantos pesos”. Dichas autoridades no gastaron nada en esas construcciones, pero el dinero tampoco apareció. La denuncia fue presentada en la misma Casa del Cabildo. (Códice Chavero de Huexotzingo, p.62).
El autor dice que su libro se basa en el Códice Chavero, llamado así porque era propiedad del ilustre intelectual del siglo XIX, Alfredo Chavero. Igualmente, recoge una versión publicada en 1934 por Rafael García y Luis MacGregor, llamado Huxotzingo, la ciudad y el convento franciscano donde se incluyeron dos láminas y dos fojas del códice. También retoma otra lámina incluida en el libro de John Glass, titulado Los códices de México. Por otra parte, Huexotzingo era un antiguo señorío prehispánico de tradición náhuatl ubicado entre los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl. En el siglo XII Tlotzin, nieto del caudillo chichimeca Xólotl, dispuso el repartimiento de tierras a diversos señores principales, entre ellos un hijo de Xólotl llamado Tochintecutli. Estos asentamientos chichimecas son la noticia más antigua de la fundación de ese señorío.
De acuerdo a su toponimia o nombre del lugar, el autor indica que la palabra Huexotzingo se compone de tres raíces gramaticales; “huexo” que viene de huxote (significaría; sauce, saucito o huexotitos), “tzin” (diminutivo de; al pie, en la base) y “go” (significaría: en). Así que le dan tres definiciones; En los saucitos, Donde hay huejotitos, o Al pie del sauce. Huexotzingo era considerado el barrio de los mercaderes profesionales, con 349 tributarios.
MALOS CRONISTAS, ARBITRARIOS CONQUISTADORES Y FRAILES MENTIROSOS EN LA CONQUISTA DE AMÉRICA. INDICA ALBERTO M. SALAS.
El tema de la Conquista de América sigue dando de qué hablar. No olvidemos la frase de que la historia la hacen los vencedores. Pero después de leer el libro titulado Tres cronistas de Indias, del investigador Alberto M. Salas, impreso en 1986 por el Fondo de Cultura Económica, nos queda un amargo sabor de boca debido a las pésimas apreciaciones que se hicieron de nuestros abuelos indígenas durante el proceso de colonización que inició con el descubrimiento de América en 1492.
Dice el autor de este libro que ya desde las primeras crónicas de Cristóbal Colón, enviadas a las autoridades españolas, se nota el afán de justificar la intromisión europea en la vida, la cultura, la religión, la economía y la educación de los indígenas. El volumen es un estudio metódico de tres historiadores generales que escribieron sobre la conquista o el llamado Nuevo Mundo. Ellos son; Pedro Mártir de Anglería, Gonzalo Fernández de Oviedo y Fray Bartolomé de las Casas. El autor nos ofrece amplios datos biográficos de cada cronista, así como una descripción de las principales virtudes o defectos de su obra publicada.
El documento habla sobre veinticuatro temas generales, pero indicaré solamente cinco: el estilo de cada cronista estudiado; la avaricia por el oro de parte del conquistador; los primeros descubrimientos del continente americano; los malos cronistas que inventaron sus historias y que nunca pisaron el suelo de América; las fantasías o mitos de los cronistas españoles acerca de las costumbres y la naturaleza del mundo indígena. (Tres cronistas de Indias. Ambición del oro por parte del conquistador, ps.15, 28, 31, 59, 81, 84, 138, 179 y 295. Conquistadores ladrones, corruptos y flojos, ps.191, 209, 291-292).

Tezozómoc de Azcapotzalco.
El autor dice que Gonzalo Fernández de Oviedo también censuró y criticó a todos los cronistas imaginativos y fantasiosos, los cuales escribieron sus obras desde la Madre Patria, allá en España, sentados cómodamente en sus sillones pero sin haber visitado jamás Las Indias o algún rinconcito del Nuevo Mundo. De pasada cuestiona la obra de Pedro Mártir, refiriéndose a los inconvenientes e imposibilidades que encuentran los que se empeñan en escribir la historia de Las Indias desde España. Los errores y disparates que tales historiadores cometen sacan de quicio a Oviedo, que prefiere no nombrarlos por su honra, y concluye que no puede perdonarlos ni por el latín, ni por la bella forma conque redondean sus disparates. Agrega el autor que hombres como Pedro Mártir y otros cronistas, exageran naturalmente, pues engrandecen lo que hacen, descubren o conquistan, como Hernán Cortés que en sus Cartas de Relación vio amazonas donde solamente había pobres indias desnudas que luchaban junto a sus hombres, o que ven idílicos paraísos terrenales. (Tres cronistas de Indias, ps.36 y 37).
La voz de Gonzalo Fernández de Oviedo se llena de fastidio –agrega el autor– contra los latinos y poltrones que desde Europa escriben sobre Las Indias, sin conocerlas, ignorando el sabor de sus aires y el rostro de sus indios. Se irrita porque Pedro Mártir confunde los hobos con los mirabolanos, porque “ni los vio, ni los comió, ni pasó a estas tierras del mundo”. Así también vapulea a Fray Bernardo Gentile y a todos los otros que alude en general, entre los cuales se debe incluir a Gómara por el hecho de haber escrito desde España, ignorando, en consecuencia, todo. Y esta ignorancia era de dar risa. Pone como ejemplo al cronista aquel que dijo ver peces que iban de reversa, o aquel otro que dijo ver un perico que iba cantando como si dijese “la, sol, fa, mi, re, ut”. No menos sorprendente fue un cronista que publicó que había un gato monillo que era mitad pájaro y cantaba como un ruiseñor. Otro más, al describir una piña indicó que llevaba adentro una alcachofa, además, tenía un quinto sentido: “que es el oír, la fructa no puede oír ni escuchar, pero podrá el lector, en su lugar, atender con atención lo que desta fructa yo escribo”. Como si fuera un cuento de ciencia ficción, un sabio cronista dijo que la piel del lobo marino, aunque haya sido convertida en correas y cinturones, se allana cuando la mar está baja y se encrespa cuando está alta. Igualmente, explicó que el tiburón tiene dos penes, pero admite ignorar cómo los usa, porque no lo ha visto ni oído. Otro más agrega que el gato monillo no es producto del acto sexual entre un ave y una gata. Pero el felino es mitad gato y mitad pájaro, además, canta y gorjea como un ave de extremado canto. (Tres cronistas de Indias, ps.161, 152, 153 y 127).
Algo que irritó al autor es lo que puso Cristóbal Colón en sus primeros textos o crónicas que envió a los reyes de España. Explica que en sus Diarios Colón señalaba que los indígenas del Nuevo Mundo eran gente buena para ser mandada y para obedecer, así como para trabajar. Que eran gente sin armas, muy buenas, pero muy cobardes. Que ni mil de ellos “no aguardarían ni a tres españoles”. Explica el autor que Colón, sin querer, había definido el problema: son humildes, sin armas y aptos para el trabajo. Que trabajen en consecuencia. Son débiles, buenos entonces para obedecer. Agrega que este es el pensamiento español, europeo, ante las culturas americanas que Colón está documentando precozmente. Desde que llega a América la primera carabela, desde que se deslumbraron los indios, desde que se achicaron al cortarse los dedos con el filo de las espadas, o al oír la explosión de la pólvora. Desde que pensaron que los españoles eran enviados del cielo, ya se había cumplido toda la injusticia y toda la crueldad de la conquista. (Tres cronistas de Indias, ps.304 y 305).
SACAR EL ORO DE LOS TEMPLOS INDÍGENAS.
El novelista e historiador Agustín Yáñez, en su antología titulada Crónicas de la Conquista, impresa en 1963 por la UNAM y su Coordinación de Humanidades, recoge las versiones de numerosos cronistas de indias. Llama la atención cómo se embelesaban con el oro y las piedras preciosas puestas como adorno en los templos indígenas. Comenta el autor que en la Relación de Andrés de Tapia, éste capitán relata cómo eran los palacios de Moctezuma. Describe con admiración sus jardines llenos de aves y animales de todo tipo. En relación a sus deidades, explica: “El patio de los ídolos era tan grande que bastaba para casas de cuatrocientos vecinos españoles. En medio dél había una torre (pirámide) que tiene 113 gradas de a más de palmo cada una, e esto era macizo, e encima dos casas de más altura de pica y media, e aquí estaba el ídolo principal de toda la tierra, que era hecho de todo género de semillas, cuantas se pudieran haber, e estas molidas e amasadas con sangre de niños e niñas vírgenes, a los cuales mataban abriéndolos por los pechos e sacándoles el corazón y por allí la sangre…De fuera de este hueco estaban dos ídolos sobre dos bases de piedra grande, de alto las bases de una vara de medir, y sobre éstas dos ídolos de alto de casi tres varas de medir, cada uno; serían de gordos como un buey cada uno: eran de piedra de grano bruñida, y sobre la piedra cubiertos de nácar, que es concha en que las perlas se crían, y sobre este nácar pegado con betún, a manera de engrudo, muchas joyas de oro, hombres y culebras, aves e historias hechas de turquesas pequeñas y grandes, y de esmeraldas y de amatistas, por manera que todo el nácar estaba cubierto, excepto en algunas partes donde lo dejaban para que hiciese labor con las piedras. Tenían estos ídolos unas culebras gordas de oro ceñidas, e por collares cada diez o doce corazones de hombre, hechos de oro, e por rostro una máscara de oro, e ojos de espejo, e tiene otro rostro en el colodrillo, como cabeza de hombre sin carne. Habría más de cinco mil hombres para el servicio de este ídolo: eran en ello unos más preeminentes que otros, así en oficio como en vestiduras…” (Crónicas de la Conquista, ps.64-67).
(CONTINUARÁ)

Pieza de oro precolombino.