(Sexta parte de ocho)
El mestizo Garcilaso de la Vega, El Inca, hijo de un noble español y de una princesa inca, en su obra Comentarios Reales de los Incas, escrita a principios del siglo XVII…describe el destrozo causado por los conquistadores contra las obras maestras de la antigua cultura peruana. Critica cómo ellos desolaron los portentosos caminos que los indios habían trazado a través de los desiertos y montañas del Perú y que no tenían igual en España. (La Conquista española de América según el juicio de la posteridad, ps.21 y 22).
RENCILLAS, PLEITOS Y CONFLICTOS ENTRE ESPAÑOLES
Bernal Díaz del Castillo da a entender que la ambición por el oro, las riquezas y otros bienes materiales, causaron desavenencias, conflictos y pleitos a muerte entre los mismos conquistadores. Narra él lo siguiente: “Y también había diferencias entre el mesmo gobernador con un hidalgo que en aquella sazón estaba por capitán y había conquistado aquella provincia, el cual se decía Vasco Núñez de Balboa, hombre rico, con quien el Pedrarias Dávila casó una de sus hijas, que se decía Doña Fulana Arias de Peñalosa. Y después que la hubo desposado, según paresció y sobre sospechas que tuvo del yerno se le quería alzar con copia de soldados para irse por la mar del Sur, y por sentencia le mandó degollar y hacer justicia de ciertos soldados. Y desque vimos lo que dicho tengo y otras revueltas entre sus capitanes, y alcanzamos a saber que era nuevamente poblada y ganada la isla de Cuba, y que estaba en ella por gobernador un hidalgo que se decía Diego Velázquez, natural de Cuéllar, ya otra vez por mí memorado, acordamos ciertos caballeros y personas de calidad, de los que habíamos venido con el Pedrarias Dávila, de demandalle licencia para nos ir a la isla de Cuba, y él nos la dio de buena voluntad, porque no tenía necesidad de tantos soldados como los que trujo de Castilla para hacer guerra, porque no había qué conquistar, que todo estaba de paz, que el Vasco Núñez de Balboa, su yerno del Pedrarias, lo había conquistado, y la tierra de suyo es muy corta”. (Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, ps.5 y 6).
Agrega que: “Hanme preguntado ciertos caballeros curiosos que para qué escribo estas palabras que dijo el Diego Velázquez sobre vendernos su navío, porque parecen feas y no habían de ir en esta historia. Digo que las pongo porque ansí conviene por los pleitos que nos puso el Diego Velázquez y el obispo de Burgos, Arzobispo de Rosano, que se decía Don Juan Rodríguez de Fonseca”. (p.8).
Bernal Díaz cuenta cómo Pánfilo de Narváez organizó una flota de navío con muchos soldados para capturar a Hernán Cortés y todos sus aliados. Dice que fue apoyado por Diego Velázquez. Hizo una armada de 19 navíos y con 1400. Traían sobre veinte tiros y mucha pólvora, más todo género de aparejos de piedras y pelotas y dos artilleros. El Capitán de la artillería se llamaba Rodrigo Martín. Traían 80 caballos, 90 ballesteros y 70 escopeteros. Irónicamente agrega que Diego Velázquez: “aunque era bien gordo y pesado, andaba en Cuba, de villa en villa y pueblo en pueblo, proveyendo la armada y atrayendo los vecinos que tenían indios y a parientes y amigos que viniesen con Pánfilo de Narváez para que le llevasen presos a Cortés y a todos nosotros, sus capitanes y soldados, o al de menos, no quedásemos algunos con las vidas”. (p.355).

Garcilaso de la Vega, El Inca.
Era tanto el odio que se tenían algunos soldados y capitanes españoles que Bernal Díaz nos pone una escena espeluznante de dichas animadversiones. Acciones donde se dieron de cuchilladas, jalones, amenazas y se causaron graves heridas: “Pues hecho este concierto, el Francisco de las Casas, burlando y riendo, le decía al Cristóbal de Olí: “Señor capitán, soltame. Iré a la Nueva España a hablar a Cortés y dalle razón de mi desbarate, e yo seré tercero para que vuestra merced quede con esta gobernación y por su capitán, y mire que es su hechura; y pues mi prisión no hace a su caso, antes le estorbo en las conquistas”. Y el Cristóbal de Olí respondió que él estaba bien ansí y que se holgaba tener un tal varón en su compañía. Y desque aquello vio el Francisco de las Casas, le dijo: “Pues mire bien por su persona, que un día u otro tengo de procurar de le matar”. Y esto se lo decía medio burlando y riendo; y al Cristóbal de Olí no se le dio nada por lo que decía y teníalo como cosa de burla. Y como el concierto que he dicho estaba hecho con los amigos de Cortes, estando cenando a una mesa y habiendo alzado los manteles, y se habían ido a cenar los maestresalas y pajes, y estaban delante Juan Núñez de Mercado y otros soldados de la parte de Cortés que sabían el concierto; y el Francisco de las Casas y el Gil González de Ávila, cada uno tenían escondido un cuchillo de escribanía muy agudos, como navajas, porque ningunas armas se las dejaban traer. Y estando platicando con el Cristóbal de Olí de las conquistas de México y ventura de Cortés, y muy descuidado el Cristóbal de Olí de lo que le avino, el Francisco de las Casas le echó mano de las barbas y le dio por la garganta con el cuchillo, que le traía hecho como una navaja para aquel efecto. Y juntamente con él, el Gil González de Ávila y los soldados de Cortés de presto le dieron tantas heridas, que no se pudo valer. Y como era muy recio e membrudo y de muchas fuerzas, se escabulló dando voces: “¡Aquí los míos!”; pero como todos estaban cenando, o su ventura fue tal que no acudieron tan presto, se fue huyendo a esconder entre unos matorrales, creyendo que los suyos le ayudarían. Y puesto que vinieron de presto muchos dellos a le ayudar, el Francisco de las Casas daba voces, y apellidando: “¡Aquí del rey e1 de Cortés contra este tirano, que ya no es tiempo de más sufrir sus tiranías!” Pues como oyeron el nombre de Su Majestad y de Cortés, todos los que venían a favorescer la parte de Cristóbal de Olí no osaron defendelle, antes luego los mandó prender el de las Casas. Y después de hecho esto, se pregonó que cualquiera persona que supiese del Cristóbal de Olí y no le descubriese, muriese por ello. Y luego se supo dónde estaba, y le prendieron y se hizo proceso contra él, y por sentencia que entrambos dieron, le degollaron en la plaza de Naco”. (ps.764-765).
El sevillano Juan de Burgos llegó al puerto de la Vera Cruz a fines del año 1520. Era dueño de un navío, armas y soldados. Se unió a Cortés en la conquista de México-Tenochtitlán, en la de Pánuco y el Occidente del país. Recibió pueblos en encomienda. El cabildo lo nombró, posteriormente; Procurador Mayor, Mayordomo y Alcalde Ordinario. En 1530 tuvo fuertes conflictos con Hernán Cortés por deudas que éste nunca le cubrió. El pleito llegó a la Corte y allá, Juan de Burgos no pudo más y denunció a su antiguo compañero de armas. Dijo que Hernán Cortés había mandado envenenar a Ponce de León. Que nunca mandó construir con su dinero monasterios, ni ermitas ni conventos. Que hacía fiestas y ceremonias como si fuera príncipe para armar a sus capitanes. Y como tal lo trataban los frailes amigos de su iglesia. Que hacía fabricar artillería gruesa. Que se apropió de todo el tesoro del Rey Moctezuma y lo mantenía oculto bajo su poder. Que mantenía relaciones carnales múltiples y promiscuas con más de cuarenta indias, con las que “se echaba carnalmente”. Por si fuera poco, él estaba presente el día que murió la esposa de Hernán Cortés. Supo del crimen porque su ama de llaves y recamarera, María de Vera, acudió a la casa de Hernán Cortés para amortajar a la esposa recién fallecida. Ella vio cómo tenía “señales puestas en la garganta, en señal de que la ahogó con cordeles, lo cual se parecía muy claro”. Fray Bartolomé de Olmedo exigió a Cortés que la muerta fuera examinada ante testigos y un escribano, pero Hernán Cortés se negó rotundamente y la mandó enterrar de inmediato”. (Hernán Cortés, ps.546-547).

Pánfilo de Narváez.
Uno de los primeros conquistadores, Juan Tirado, denunció a Hernán Cortés como el autor intelectual de la muerte del Capitán Cristóbal de Olid, en Las Hibueras, hoy Honduras. (ps.553-554).
El investigador Genaro García, citado por el autor de este libro, afirma que cuando Hernán Cortés capturó a Moctezuma, lo hizo amarrar con grilletes en pies y manos. Cortés hizo circular la falsa versión de que a Moctezuma lo mataron sus propios ciudadanos a pedradas. Pero Moctezuma fue muerto a puñaladas por orden de Hernán Cortés. (p.563).
Las acusaciones contra Hernán Cortés se multiplicaron en la Corte de España. Algunas fueron; infidelidad a la Corona e intentos de tiranía desde la Nueva España. Desobediencia a las Provisiones Reales. Crímenes, crueldad y arbitrariedades durante la guerra. Excesos y promiscuidades sexuales. Enriquecimiento personal sin compartir con sus soldados rescates, saqueos y obsequios. Desacato por no dar al Rey de España su quinto correspondiente por los tesoros ganados. Apropiamiento de grandes extensiones de tierras urbanas y rurales, sin el visto bueno del rey. Responsabilidad física e intelectual en las muertes de los españoles; Garay, Ponce de León, Aguilar y Catalina Xuárez.
A lo anterior debe agregarse; las matanzas de millares de indígenas para sembrar el terror. Las violencias y muertes de reyes indios que defendían su patria. El sojuzgamiento de pueblos a los que puso en vil servidumbre. El despojo de cuanto valioso era para los conquistadores y que usaban los indios en sus rituales religiosos. (p. 560).
Bernal Díaz del Castillo agrega de Hernán Cortés: “Oí decir que cuando mancebo en la Isla Española fue algo travieso sobre mujeres y que se acuchilló algunas veces con hombres esforzados y diestros…y tenía una cuchillada cerca de un bezo de abajo…Servíase ricamente como gran señor…con grandes vasijas de plata y oro”. (ps.798-799).
Por si fuera poco, mientras Hernán Cortés andaba detrás del monarca español para que oyera sus quejas y lamentaciones, Cortés se la pasaba conquistando a una hermosa damisela española. Le regalaba fuertes sumas de dinero, joyas y prendas bellísimas que habían sido elaboradas por artesanos indígenas. Se volvió a casar y prácticamente terminó en la ruina. Todo mundo lo demandó, le pusieron trampas jurídicas y judiciales. Murió sin un quinto en la bolsa y desdeñado por todos sus contemporáneos. Falleció la noche del 2 de diciembre del año 1547, a la edad de 62 años, en una oscura habitación, ubicada en la parte alta de su casa. La pesadilla no terminó allí, pues fue sepultado, desenterrado y enterrado otras seis veces.
(CONTINUARÁ)

Gil González de Ávila

Pesarosa extracción de la plata en el Perú.