Café de Pacita, el refugio de los viejos estibadores


Las mismas maderas y láminas de un negocio que se niega a desaparecer

Ya no se vende menudo, más la gente acude a diario al aromático de olla

Primero en el muelle, luego en el barrio de La Chanca y hoy en el Cañón

Hablar del viejo Manzanillo sin tomar en cuenta un ícono de la ciudad como fue el Café de Pacita, refugio de estibadores y mañaneros, precario en su armado de lámina y madera, pero duradero en años y en el corazón del puerto, es soslayar un capítulo necesario para entender nuestra alma como puerto.

NUEVA VIDA EN EL PUERTO PARA

UNA FAMILIA DE SAN GABRIEL

Hay que entender primeramente que, aunque es conocido casi generalmente como un café que ha trascendido el tiempo, y continúa funcionando hasta el día de hoy, ochenta años después, en realidad se trataba de dos negocios unidos y a la vez separados, la cafetería y la menudería, pues uno de ellos era atendido por la señora Pacita, mientras que el otro lo era por su hermana, Doña Amalia.

María de la Paz Parra Cárdenas nació en San Gabriel, Jalisco, el 12 de abril de 1909, como miembro de una familia muy unida que se vino a vivir a Manzanillo en 1941, cuando ella tenía treinta y dos años, y levantaron su casita de lámina de teja en un lote baldío en Niños Héroes, al que se marcó con el número 724.

5 AÑOS EN EL MUELLE FISCAL

EN LOS AÑOS CUARENTA

Fue en el año de 1942, poco tiempo después de su arribo a nuestro puerto, que debido a algunas amistades que la familia tenía con personas que trabajaban en las actividades de carga y descarga de mercancía en los muelles de Manzanillo, se les concedió instalar su primer puesto, en el que Doña Pacita empezó a vender café de olla, que era muy buscado por los estibadores y los pescadores ribereños, mientras que su hermana, Doña Amalia Rodríguez, vendía un sabroso menudo, con una sazón sin igual.

Estaban en el área de mieles, frente al mar, con una hermosa vista de aquel puerto viejo, donde duraron cinco años; hasta 1947 para ser más precisos.

LOS AÑOS EN LA CALLE CERRADA

JUNTO A LAS VÍAS EN LOS CINCUENTA

Con el crecimiento de las actividades portuarias, y buscando un lugar donde pudieran operar sin problemas ni obstaculizar las operaciones de los jornaleros en los muelles, fue en ese año que se cambiaron a la callecita Independencia del lado del mar, un lugar intermedio entre aquel muelle donde estuvieran instalados primero y la casa de los estibadores de la CROM.

Quedó enclavado el café ahora a un costado del edificio federal, en el Barrio de la Chancla contiguo al de la estación, en la rinconada de la Tumba Fría; enfrente por un lado de la casa ochavada construida por el alarife Don Lucio Uribe y por el otro, por una pequeña imprenta en donde atendía un joven Elpidio Guzmán, además de estar muy cerca de las vías del ferrocarril en la desviación hacia los muelles de PEMEX, antes de la Estándar Oil, cruzando por El Playón.

En un principio, durante los años cincuenta y sesenta, no había problemas, pues la circulación de vehículos en la ciudad no era mucha, y las instalaciones de su puesto cerraban esa calle sin que nadie se quejara, pues la concurrencia para degustar el sabroso café de olla y el suculento menudo era cada vez mayor; pero posteriormente empezó a verse necesario el que se liberara esa calle.

En esa segunda etapa en que el puesto se encontró en la rinconada entre la Juárez y las vías del tren fue que murió la menudera original, Doña Amalia, que fue sustituida por Doña Juana Galindo Cárdenas, su hermana.

LA LARGA ETAPA SOBRE LOS PORTALES DEL

EDIFICIO FEDERAL SOBRE LA CALLE JUÁREZ

Tras el embate de un ciclón que afectó al puestecito, nuevamente se movieron a finales de los años sesenta, ahora para ponerse por los portales traseros del edificio federal, sobre la Calle Juárez, frente al edificio nuevo de la CROM y el antiguo Hotel Ruiz o Manzanillo.

Por las mañanas a partir de los años sesenta, los comensales iban al café o al menudo, al mediodía acudían por un caldo o guisado, y por la noche también se iba a los antojitos mexicanos. Se amenizaba todo con una rockola o sinfonola que ponía los discos de acetato con la música romántica de la época.

Otro platillo sencillo que empezó a preparar para entonces Doña Pacita tuvo mucho éxito, el cual fueron las tortas de frijoles, con el bolillo calientito de la mañana.

La gran mayoría de los clientes seguían siendo, como desde un principio, los estibadores de la CROM, y entre ellos era muy frecuente que se viera a Cecilio Lepe Bautista y a Clemente Centeno. Cuando “Chilo”, como popularmente le conocían los de su gremio y los porteños en general, fue secretario general de los cromianos, trató a Doña Pacita como una más de ellos, de manera que cada mes se le daba un apoyo económico a manera de sueldo, y la consideraban como del sindicato.

En el café había mesas de madera y banquitos del mismo material, y las láminas y tablas siempre fueron las mismas en su mayoría, tanto que el día de hoy, las que conforman el puesto que subsiste ahora en El Cañón, son las originales.

La importancia del Café de Pacita no fue alcanzada solamente porque tiene muchos años de existir, sino porque su propietaria se caracterizó por ser un gran ser humano, sin andar alardeando de su bohonomía, pues muchas veces, cuando veía que las personas estaban en una mala situación económica, les cobraba más barato, o de plano no les cobraba nada.

A partir de 1970 en que empezó a funcionar el Puerto Interior de San Pedrito, fecha a partir de la cual muchas actividades portuarias se trasladaron a este lugar, las ventas de Pacita empezaron a bajar, aunque no se cancelaron del todo las actividades de atención a la carga a barcos en el muelle fiscal.

Ya nunca hubo la concurrencia que se alcanzó antaño, pero el legendario puesto siguió adelante.

Cuando Juana Galindo Cárdenas, la segunda menudera, murió, la sustituyó por un tiempo en la venta de este preparado otra de sus hermanas, María. En aquella ubicación fue que empezó a ayudar por las tardes Felipa Graciela Rodríguez, hija de Doña Amalia, mientras que por la mañana hacía lo propio Yolanda Martínez, también integrante de esa familia.

Ahí se ve en la zona de La Rinconada de la Tumba Fría en el barrio de correos al Café de Pacita.

22 AÑOS YA EN EL CAÑÓN,

HASTA NUESTROS DÍAS

En 2001 nuevamente se reubicó al famoso café, al igual que a algunos otros puestos ambulantes del centro de la ciudad, hacia el área del Cañón, frente a los antiguos andenes de la estación del ferrocarril, dos años antes, por cierto, del terremoto que en el 2003 afectó de manera irreversible al edificio federal junto al que estuviera por tantos años.

Por cierto, los maderos y láminas de asbesto que conformaron el nuevo puesto son los mismos de siempre, por lo menos en su gran mayoría. Fue precisamente en ese mismo año que empezó a atender el puesto Doña Felipa Graciela Rodríguez, hijo la Doña Amalia, la primera menudera, y sobrina de Doña Pacita y de Juana y María. Se quedó en el puesto vendiendo bolita, café y menudo por un tiempo.

El 10 de octubre del 2009 fue un día triste para Manzanillo, pues a la edad de noventa años se apagó la vida de María de la Paz Parra Cárdenas, Doña Pacita, aunque su legado a través de su reconocido negocio con poco más de ocho décadas de existencia permanece.

Luego dejó de vender menudo a diario, únicamente los domingos, pues Doña Felipa está acostumbrada a preparar y sazonar el menudo de manera tradicional, comprado entero sin congelar ni haberse lavado con ácido, como hacen en la mayoría de las carnicerías actualmente. Tras de un tiempo, dejó de venderlo de manera definitiva.

Pero, en cambio el día de hoy Doña Felipa sigue vendiendo café y avena con leche y las tortas de frijoles igualito a como las hacía su tía Pacita, y también se vende el periódico del día. Son muchas las personas que llegan a platicar mientras degustan un café de olla o una avenita.

Actualmente, Doña Felipa atiende el puesto en solitario, mismo en el que ya tiene veinte años al frente.

Esperemos que siga adelante por muchos años este puesto que, más que un negocio comercial, es toda una institución de nuestra ciudad de Manzanillo.