Santísima Trinidad
Mateo 28,16-20
No es fácil hablar de Dios, aunque tengamos una fuerte experiencia religiosa y la mística divina nos empape. Con frecuencia se oye decir que Dios es inefable, indefinible, imposible de expresar porque supera todas nuestras medidas y categorías. En el Antiguo Testamento consideraban que a Dios no se le podía nombrar, y además tenían prohibida toda representación o imagen porque serian parciales, inexactas, meras proyecciones de nuestra imaginación que lo desfiguraría.
Por todo ello se dice que Dios es misterio; aunque un misterio sublime que nos atrae, nos entusiasma, y nos estremece, ante el cual lo mejor que podemos hacer es contemplar en silencio. Quizá es por esto que hoy es el día de los contemplativos, esos cristianos y cristianas-monjas y monjes- que consagran su vida a escuchar en silencio y contemplar el misterio del DIOS ESCONDIDO.
Sin embargo, Dios no se ha quedado encerrado y ensimismado en su “cielo” alejado de nuestra historia. Se ha revelado y se deja encontrar llenando nuestra vida de sentido, cubriendo nuestros vacíos de amistad, de esperanza, de plenitud. Dios se nos ha acercado tanto, que el lugar donde se encuentra más feliz es en nuestro corazón: nos habita, se da en amor, como jamás lo hubiéramos sospechado. Y nos ha abierto su casa, nos ha introducido en su intimidad familiar, trinitaria, un hogar de amor y de vida que no tiene fronteras.
Jesús, Dios-con-nosotros, es la mayor y mejor revelación del Dios Trinidad, el símbolo de su condición, el espejo que refleja su identidad, su mejor fotografía. Su misión es testimoniar al Padre, hablar de Él con la fuerza del Espíritu Santo. Para ello utiliza cantidad de recursos y mediaciones. En este sentido qué bien resuena aquella revelación dirigida al discípulo Felipe: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Juan 14, 9). Sí, Jesús nos habla de un Abba y de una relación, como hijos de un Dios que es Padre y Madre.
Él, Jesús, es el testigo culminante de Dios, el sacramento divino-humano de su identidad. Por Jesús sabemos que Dios es santo, que se ha volcado entrañablemente sobre todos y cada uno de los humanos; y el Espíritu Santo, derramado en nuestros corazones, refuerza la revelación realizada por Jesús, facilita la comunión con Dios y nos enseña a orar.
Como creyentes, tenemos la suerte de entender y disfrutar que: “En Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28) y que, en el fondo, nuestra vida cristiana, consiste en caminar hacia el Padre por el Hijo en el Espíritu Santo, con conciencia de hijos y hermanos.
El gran teólogo y pensador, Friedrich von Hügel, decía a una sobrina suya, que se hacía preguntas sobre la Trinidad: “No hables de las cosas grades, no intentes explicarlas, comprenderlas, déjalas crecer dentro de ti”