Uno de los lugares más emblemáticos de Manzanillo, sin lugar a duda, ha sido el Mercado Municipal 5 de Mayo, alcanzando su época dorada en los años 80, la cual me tocó vivir. Si usted se sorprende que hoy tiene importancia y sigue yendo mucha gente a comprar a este popular centro de abastos de frutas, carnes y verduras, déjeme decirle que no es ni la sombra de lo que fue, durante la época de mi niñez y adolescencia.
UN EDIFICIO MUY DIFERENTE
Para empezar, el edificio que alberga al mercado era otro. Aunque estaba ubicado en el mismo sitio en que hoy se encuentra, sobre la calle 5 de mayo, de la que toma su nombre, circundado por las cuadras de Independencia, Vicente Guerrero, 5 de Mayo y Cuauhtémoc.
Siendo su diámetro de toda una manzana, estaba el espacio mucho mejor aprovechado. Era de un solo piso, pero tenía muchos más locales y, no solo eso, contaba con un enorme tianguis al centro. Así que era muy accesible para personas con capacidades diferentes, enfermos y personas de la tercera edad.
Eso sí, no estaba muy bonito que digamos, arquitectónicamente hablando. Sin embargo, su belleza radicaba en otros detalles, otras cosas. Como ya lo he dicho antes, el mercado municipal estaba construido de una planta nada más, con dos alas y un tianguis al centro.
ORGANIZADO POR SECCIONES
En una de esas alas estaban las frutas y verduras; y del otro, las pescaderías y pollerías. Por el lado de fuera, por la calle 5 de Mayo, estaban las carnicerías. En el tianguis central estaban situados abundantes vendedores de juguetes, de accesorios para mujer, como bolitas para el cabello, pasadores, esmaltes de uñas, etc. También había una bonetería por ahí.
En las orillas del tianguis mencionado estaban los que expendían fruta enmelada, como plátano, camote y calabaza; pan y bolillo calientitos; botellas de miel; las menuderías y pozolerías; los tamales de carne y de ceniza y hasta un puesto de tuba había.
También estaban los queseros, que vendían productos muy frescos, entre ellos la crema agria de primera, queso fresco de los redondos, panelas, jocoque, requesón y queso apanelado: esto de un lado del tianguis del mercado, por el lado del ala de las frutas y verduras. Del otro extremo de este corredor central, estaban todas las juguerías y chocomilerías. Entre estas destacaba la de Carmelita, la más tradicional y popular del viejo Manzanillo.
AMBIENTE FAMILIAR Y DE AMISTADES
Este lugar, aunque parezca raro, era la delicia de los niños, ya que tradicionalmente, quienes acompañábamos a nuestros padres a hacer las compras, por lo regular éramos premiados y apapachados con la compra de uno de los muchos juguetitos que vendían en ese tianguis, que no eran muy sofisticados ni lujosos.
Eran generalmente juguetes de un plástico muy corriente, donde abundaban los monos de guerra, parados sobre una base burda de plástico, pintados con fuertes y llamativos colores; también yoyos, loterías, palillos chinos, trompos, cartones con juegos de serpientes y escaleras o de la oca, carritos, paquetes con figuras de animales en plástico, baleros, algunos pequeños costureros, mallitas con muchas canicas, luchadores, monstruos de película, ranitas o canguritos saltadores con resorte, etc.
Debido a que era prácticamente el único lugar para surtir la despensa del hogar, el encuentro con abundantes familiares, amigos o vecinos era constante. Así que, si se duraba mucho haciendo las compras, las visitas al mercado se alargaban mucho más, platicando y conviviendo con la demás gente. No faltaba quien hasta invitara algún pozolito o menudo.
DESAYUNANDO LOS DOMINGOS EN EL MERCADO
Recuerdo muy bien algo singular de este centro de abastos, que era la atracción de todo Manzanillo: Era la chocomilería de Doña Carmelita, donde la especialidad de ese pequeño puestecito era el famosísimo rompope, que gustaba desde a niños pequeños hasta al más anciano de los porteños. Todos esperábamos con muchas ansias que se terminaran de hacer las compras, para finalizar la visita con el disfrute de un sabrosísimo y singular rompope de Carmelita, coronado por una buena dosis de canela en polvo.
Aunque, claro, no faltaba quien, aparte del chocomilk, se compraba sus tortas o tacos de cochinita que también estaban por ahí, acompañados de un gran vasote de jugo de naranja o zanahoria, o en su defecto, un nutritivo licuado. Me encantaba como niño que mis papás me llevaran a ese centro de abastos, lo cual generalmente sucedía los domingos, tempranito en la mañana.
No se me olvida que siempre compraban menudo para desayunar rápidamente, ya que, a las once de la mañana del mismo domingo, teníamos que estar en la iglesia, pues en ese tiempo la familia se congregaba en la primera iglesia bautista “Bethel”, donde mi papá, que en paz descansa, era el pastor, la cual está ubicada en la esquina de las calles Zaragoza y Vicente Guerrero, justo a una cuadra del mercado; aunque, después de hacer las compras, primero íbamos a casa.

Mercado 5 de Mayo en construcción.
ANSIABA IR AL MERCADO CADA DOMINGO
Una de las anécdotas de mi vida que tienen que ver con este lugar, es que cuando yo tenía cinco años sufrí un mortal derrame cerebral, un sábado por la noche. Cuando fue a verme el médico, tristemente dio fe de mi fallecimiento; sin embargo, mi abuelito, Don Jesús Flores Arévalo, al no resignarse a perder a su nieta, oró con toda su fe puesta en el único Dios, y aquella pequeña, que soy yo, revivió.
Cuentan mis papás que tempranito el domingo yo lo que más ansiaba era ir al mercado con ellos, y así fue; me llevaron como si nada en la vida me hubiera pasado. Gracias a Dios, no quedé afectada de mis facultades mentales o motrices, aunque la lesión de ese derrame está perfectamente cicatrizada en mi cerebro hasta la fecha.
LAS TRADICIONALES BOLSAS DE MANDADO
Algo muy destacable de esa época era que las familias porteñas casi no utilizábamos las bolsas de plástico con agarradera, de las que hoy nos dan en cualquier tienda; sino que en ese tiempo se usaban unas bolsas tejidas como con hilo de pescar, y con reforzadas agarraderas de un plástico duro.
Bolsas que, para nada eran desechables, les cabía bastante mercancía y además, eran muy cómodas para cargarse. Nada que ver con las de hoy, que casi no soportan peso, y con mucha responsabilidad se desfondan, tirándose todo el mandado; además que generan mucha contaminación, pues no son biodegradables.
Bueno, no faltaban aquellas personas que hasta tenían su carrito de mandado, de esos de jaula, donde, por dentro les ponían una de estas bolsas en mención. Claro que esas personas vivían cerca del mercado. Así que en esas fechas había menos contaminación por bolsas de plástico o papel. Hasta para las tortillas los porteños del entonces usaban servilletas bordadas de tela, y competían por ver quien llevaba las más bonitas, con los mejores diseños y más coloridas.
AQUELLAS TOSTADAS GUISADAS CON SALSA
Otra de las tradiciones eran las que ofrecían algunas carnicerías, como Don David Murguía y Doña Pilla, que ofrecían a sus clientes tostadas guisadas en la manteca de las carnitas, y salsita, muy picosa, pero sabrosa.
Así que no faltaban los osados que iban por su paquetón de tostadas y su buena dosis de salsa, entre ellos un primo mío, quien compartía con mi papá y conmigo la afición por esas tostaditas de salsa brava, acompañadas por un buen refresco helado de cola.
Esta salsa, por cierto, que es muy de Manzanillo, y que la costumbre de comerla con tostadas solas fue porque la moda la puso un señor que pasaba con un carretón de madera por las calles de Manzanillo, con una olla grandota de peltre y un cucharón, estando llena de salsita brava de carnitas; pero sin vender carnitas, solamente tostadas. ¡Ah, que enchiladota nos poníamos! Pero ahí íbamos a pedir otra más, ya que, como le digo, no nomás estaban picantes; estaban muy sabrosas.
Cabe señalar también que en esa época tampoco teníamos envases desechables de refresco, ya que las botellas eran de vidrio y retornables, con su corcholatota de metal. Eran individuales, y se acomodaban en rejas de plástico para evitar que se quebraran, y casi todo mundo tenía muchos envases en su casa y rejas donde las acomodaban.
EL TERREMOTO DEL 95 MARCÓ SU FIN
La historia de este singular centro de abastos de los porteños un día tuvo su final, y ese punto se lo puso el fuertísimo terremoto del 9 de octubre de 1995, de 7.6 grados de magnitud en la escala de Richter según los registros, el cual causó muchos otros destrozos en Manzanillo. Este mercado fue reubicado temporalmente, al ser una de las edificaciones afectadas, y se le colocó a un costado de los canales de la Unidad Habitacional Padre Hidalgo, siendo los locales de madera y lonas. Aunque no lo crean, alcanzó a tener bastante popularidad.
Hoy, sigue existiendo un mercado que se llama “5 de mayo”, igual que aquel, situado exactamente en el mismo lugar; sin embargo, nada tiene que ver con el de mi época. Es el que se construyó en su lugar después de un tiempo.
Hay que reconocer que, arquitectónicamente, está más bonito, desde luego; sin embargo, tiene menos locales que el anterior. Esto es porque se dejaron banquetas muy grandes, amplios espacios para portales en derredor y para poner banquitos y maceteros, un elevador que casi nunca funciona y unas oficinas de administración que son muy espaciosas.
La zona de comidas y juguerías está en una zona alta, inaccesible para un amplio sector del público, en especial los enfermos y ancianos. Parece ser que nunca se pensó en ellos durante la planeación de su construcción.
Hoy, aunque está más bonito, es menos práctico y visitado por los porteños.
