Cuando se habla de política exterior, generalmente se piensa en diplomáticos, cancillerías, tratados, embajadas y organismos multilaterales. Pocas veces se menciona el papel que juegan las universidades en este campo. Sin embargo, en un mundo interdependiente, donde los flujos de conocimiento, talento y cooperación son tan determinantes como los acuerdos comerciales o las alianzas estratégicas, la educación superior se convierte en un actor clave del posicionamiento internacional de un país.
México, como nación con vocación global, enfrenta el desafío de proyectarse ante el mundo no solo como socio comercial, sino también como un país capaz de generar conocimiento, formar líderes, cooperar científicamente y aportar soluciones a problemas comunes. Y en esa tarea, la universidad es mucho más que una institución formadora de profesionales; es un agente de diplomacia académica, de integración regional, de innovación y de influencia cultural.
Hoy más que nunca, la proyección internacional de un país no depende únicamente de su política exterior formal, sino también de su capacidad de construir redes de colaboración educativa, científica y tecnológica. Las universidades, al establecer convenios, participar en foros globales, impulsar proyectos de investigación conjunta y fomentar la movilidad académica, se convierten en plataformas de diálogo y entendimiento entre culturas. Cada estudiante que va al extranjero y cada docente que participa en redes académicas internacionales es, en esencia, un embajador del país.
En este contexto, la universidad debe asumir con claridad su responsabilidad global, sin perder de vista su anclaje local. Debe formar profesionales con visión internacional, capaces de entender las dinámicas del sistema-mundo, los retos globales como el cambio climático, la migración, las brechas digitales o la seguridad alimentaria, y al mismo tiempo comprometidos con su comunidad, su territorio y sus raíces.
La educación superior, en este sentido, es también una forma de soft power. Cada universidad que promueve el pensamiento crítico, la ciencia, el diálogo intercultural y los valores democráticos, está contribuyendo a mejorar la imagen internacional del país, a fortalecer su reputación y a generar confianza. Un país que exporta conocimiento y talento también gana legitimidad, respeto e influencia.
Pero para que esto suceda, se requiere una política educativa coherente con la política exterior. Las universidades deben ser vistas como aliadas estratégicas de la diplomacia, y no como actores aislados. Se necesitan políticas públicas que fortalezcan la internacionalización de la educación, que apoyen la movilidad académica, que promuevan la investigación conjunta y que visibilicen la producción científica y cultural del país.
Asimismo, urge una mirada más amplia en la formación profesional. Un egresado de comercio internacional, de administración, de educación o de derecho, no puede ignorar el contexto internacional en el que operará. No basta con conocer la normatividad nacional o los procesos internos de su campo. Debe comprender los marcos multilaterales, las tendencias globales, los movimientos sociales internacionales, las transformaciones del mercado global y los nuevos paradigmas en ciencia, tecnología y cultura.
Desde UNIVER Colima, promovemos este enfoque transversal. Trabajamos para que nuestras y nuestros estudiantes no se formen únicamente como técnicos competentes, sino como ciudadanos globales con identidad local, con capacidad de contribuir al desarrollo de su entorno inmediato y, al mismo tiempo, participar activamente en un mundo interconectado.
La política exterior no solo se diseña desde la Secretaría de Relaciones Exteriores. Se construye también en las aulas, en los laboratorios, en los proyectos estudiantiles, en los encuentros internacionales entre docentes, en la manera en que formamos profesionales sensibles a la diversidad cultural y comprometidos con el desarrollo humano.
En conclusión, las universidades no pueden ser ajenas a los grandes desafíos del mundo contemporáneo. Son, por el contrario, espacios privilegiados para imaginar, construir y ejercer la diplomacia del conocimiento. Si México quiere fortalecer su presencia internacional, debe hacerlo también a través de una educación superior comprometida con el mundo y profundamente conectada con su gente.
