Educar para la incertidumbre: el reto de formar ciudadanos globales en tiempos de crisis


Vivimos en un mundo que cambia más rápido de lo que nuestras estructuras educativas son capaces de asimilar

Vivimos en un mundo que cambia más rápido de lo que nuestras estructuras educativas son capaces de asimilar. Pandemias, guerras, colapsos financieros, crisis climáticas y avances tecnológicos disruptivos han transformado la forma en que habitamos el planeta, nos relacionamos y proyectamos el futuro. En este contexto, la incertidumbre no es una amenaza pasajera, sino una constante que redefine nuestras formas de vivir, trabajar y aprender. Por ello, la educación —particularmente en el nivel superior— debe asumir con urgencia la tarea de preparar a las y los jóvenes no solo para un mercado laboral cambiante, sino para la vida en sociedades complejas, diversas y en constante transformación.
Desde la perspectiva de la educación superior, formar ciudadanos globales en tiempos de crisis implica replantear lo que entendemos por “formación integral”. Ya no basta con dotar a los estudiantes de conocimientos técnicos o habilidades profesionales específicas; hoy se requieren competencias transversales como el pensamiento crítico, la resiliencia, la empatía, la comunicación intercultural y la alfabetización digital. Pero más aún, se requiere una nueva actitud frente al mundo: una disposición a comprender la interdependencia global, a reconocer la diversidad como un valor y a actuar con responsabilidad social desde lo local hacia lo internacional.
En mi experiencia como docente universitario, he visto cómo muchos estudiantes llegan a nuestras aulas con expectativas tradicionales: aprender una carrera, encontrar un empleo, “salir adelante”. Pero en un mundo donde los empleos cambian de naturaleza constantemente, donde las fronteras físicas conviven con redes digitales que no conocen límites, y donde las decisiones políticas de una potencia afectan el precio de la canasta básica en una comunidad rural, esos objetivos deben ser reconfigurados. Hoy, educar no puede ser únicamente preparar para el éxito individual, sino también para la comprensión crítica del contexto y la acción colectiva en favor del bien común.
La pandemia por COVID-19 fue un parteaguas. No solo aceleró la digitalización forzada del sistema educativo, sino que expuso las profundas desigualdades estructurales en el acceso a la tecnología, la conectividad y el acompañamiento pedagógico. También reveló que el conocimiento técnico, por sí solo, no es suficiente. Nos enfrentamos a decisiones éticas, políticas y sociales que exigían una comprensión integral del mundo: ¿quién accede primero a una vacuna?, ¿cómo se equilibra la salud pública con la economía?, ¿qué rol juegan la cooperación internacional y las organizaciones multilaterales en una emergencia global?
Estas son preguntas que no pueden responderse desde una sola disciplina, y mucho menos desde una visión fragmentada del conocimiento.
Frente a este panorama, el concepto de ciudadanía global cobra una nueva relevancia. No se trata solo de promover intercambios académicos o enseñar otros idiomas —aunque ambas son prácticas valiosas—, sino de desarrollar en el estudiantado una conciencia ética, informada y comprometida con los desafíos del siglo XXI. Esto incluye entender los efectos del cambio climático, el impacto de los conflictos armados, las dinámicas migratorias, las desigualdades de género, los retos del multilateralismo, y la importancia de defender los derechos humanos y la democracia como principios universales.
En este esfuerzo, las universidades desempeñamos un papel fundamental. Desde nuestra labor en Universidad UNIVER Colima, impulsamos una educación centrada en valores, donde la formación profesional va acompañada de una profunda reflexión ética y social. Trabajamos con nuestros estudiantes para que comprendan las problemáticas actuales del entorno local e internacional, y los guiamos para que, desde su área de estudio, generen propuestas, dialoguen con la realidad y apliquen sus conocimientos en contextos reales. Creemos firmemente que el ejercicio práctico de la profesión no debe esperar hasta el egreso: debe iniciarse desde el aula, desde la experiencia comunitaria, desde el vínculo constante con la sociedad.
Pero, ¿cómo se logra esto desde las aulas universitarias? En primer lugar, es necesario repensar los planes de estudio. No basta con incluir asignaturas optativas sobre temas globales; se requiere una transversalización real de los contenidos, de modo que el análisis crítico del contexto internacional esté presente en carreras como medicina, ingeniería, derecho, comercio o comunicación. En segundo lugar, se necesita formar a los docentes como facilitadores del pensamiento crítico, no como meros transmisores de información. La pedagogía del siglo XXI debe apostar por el diálogo, la resolución de problemas reales, el aprendizaje basado en proyectos, y el uso estratégico de las tecnologías como herramientas de reflexión y colaboración.
En tercer lugar, la universidad debe ser un espacio que promueva la participación activa del estudiantado en causas sociales, proyectos comunitarios y ejercicios de deliberación democrática. Educar para la incertidumbre significa también formar sujetos políticos, capaces de cuestionar el status quo, proponer soluciones innovadoras y asumir una actitud proactiva frente a los problemas de su entorno.
No se trata de crear “ciudadanos del mundo” en abstracto, sino personas conscientes de su lugar en el tejido global, con capacidad para incidir localmente con una mirada amplia, informada y sensible. Como lo decía Paulo Freire, educar
es siempre un acto político; y hoy más que nunca, necesitamos que esa política esté orientada a la justicia, la equidad y la construcción de un futuro compartido.
En última instancia, el verdadero reto no es enseñar certezas, sino formar a las personas para convivir con la incertidumbre, sin paralizarse ni caer en el cinismo. Enseñar a pensar, a discernir, a colaborar y a actuar con ética en un mundo impredecible es, quizá, la tarea más urgente y más noble de nuestras universidades.