Javier Chicharito Hernández, una vez símbolo de elegancia en el área penal y orgullo deportivo mexicano, acaba de meter un autogol histórico: no con un mal tiro en el arco, sino al transformarse en altavoz de un discurso que devora los avances de la igualdad de género. En semanas recientes, el delantero ha usado sus redes sociales —un escenario donde millones lo adoran— para lanzar frases que, disfrazadas de “motivación”, son pura pólvora retrógrada: “Las mujeres están fracasando”, “Respeten la masculinidad”, o que la sociedad se ha vuelto “hipersensible”. Éstas no son meras opiniones: son bombas de oxígeno para una machósfera global que, desde sus algoritmos, busca revertir décadas de lucha feminista.
El Chicharito no está solo. Se ha sumado a una constelación de influencers, desde El Temach hasta figuras internacionales como Andrew Tate, que forman un ejército digital de la nostalgia: un universo donde el resentimiento masculino se alimenta de memes, podcasts y videos que promueven la “supremacía” de lo tradicional, la “restauración” de roles obsoletos y la caricatura del feminismo como “amenaza social”. Estudios de Movember y expertas en género lo confirman: esta machósfera no es un capricho de adolescentes. Es un negocio con millones de seguidores, especialmente jóvenes desorientados en un mundo que les arrebata sus viejos referentes. A éstos les venden un coctel tóxico: victimización del varón, promesas de “orden natural” y respuestas simplonas a la crisis existencial.
Play Video
¿Qué mueve al Chicharito? No es difícil adivinar. Primero, la leche fácil: cada polémica multiplica los likes, los clics y el dinero. Sus videos, cargados de frases que hieren, son clickbait garantizado en un mercado donde la controversia rinde más que el buen gusto. Segundo, una crisis de identidad: en un mundo donde la masculinidad tradicional se tambalea, muchos prefieren refugiarse en dogmas de “hombre alfa”, “macho de verdad”, lemas que Chicharito repite como un mantra. Pero lo grave no es su ignorancia, lo grave es su plataforma.
Cuando un ídolo con su alcance normaliza frases como “las mujeres fracasan” no está jugando: está pateando el arco de la igualdad. Sus palabras no son un error; son un golpe deliberado contra décadas de lucha. Las redes, con su algoritmo de la polarización, se encargan de viralizar el mensaje: cada like es un paso hacia la normalización de la violencia simbólica, hacia la idea de que las mujeres deben “respetar” su lugar. Y si el Chicharito lo dice, ¿quién cuestionará que es cierto?
Este fenómeno no es anecdótico. Es un autogol colectivo. La machósfera ya no es un rincón oscuro de internet: tiene rostros conocidos, seguidores fanáticos y —ahora— un delantero estrella como su emisario. Y mientras figuras como él validan este discurso, se retrocede en la cancha: se invisibiliza a las mujeres, se justifica la violencia y se castiga a quienes cuestionan.
¿Y la sociedad? Dejar pasar esto no es neutral: es un penal a favor del machismo. Defender la igualdad ya no es un lujo; es un remate necesario. Porque si hasta el Chicharito se pone la camiseta del retroceso, el próximo gol podría ser el último: un autogol para México, sus chicas… y también sus chicos.
Por lo pronto, tarjeta amarilla. Pronto, tarjeta roja a sus inadmisibles discursos de terror a perder su privilegio machista en nuestros tiempos.