Leopoldo tendría escasos catorce años, cuenta su abuela, cuando a las seis de la tarde de un viernes, le envió a cobrar un dinero que le debía “El borrego carnicero”.- Por la mañana su mamá se había encontrado con el Borrego, éste le dijo: mándame a tu hijo como a las 6 de la tarde por favor para pagarte el dinero, a esa hora ya hice cuentas de la venta del día, diario estoy en el despacho.- Hoy quedé con Nicolás, Chufas y Celedonio de jugar baraja.- Todos los viernes como hoy jugamos Póker o Paco (parecido al conquián) no se te olvide a las seis.- Muy puntual Chabe mandó a su hijo, por los ciento cincuenta pesos que le debía.- Llegó a la carnicería por la calle Moctezuma, donde por las mañanas se reunían los locatarios para formar el llamado “Mercado fantasma” a una cuadra del templo de San José, se presentó ante el Borrego diciendo, me mandó mi madre por un dinero, el carnicero se empino la bebida dando unos tragos de una damasana con ponche y respondió: espera que termine esta mano y te lo doy.- Leopo se recargó en un extremo del mostrador y observó la partida, el Borrego al verse perdido, se levantó molesto y protestó, levanten las cartas quiero ver el juego con que pierdo, pinche Celedonio ya me habían dicho que me robas, como es que traes tercia de reyes y me ganas, si en mi juego yo también traigo tres reyes, ni modo que la baraja tenga seis cartas iguales.- Tomó dos grandes tragos de ponche.- Sin decir palabra se levantó, fue al mostrador, tomo un cuchillo y regresó hasta donde estaba sentado Celedonio.- Con una mano le tomó del pelo y jaló la cabeza hacia atrás, con la otra, le paso el filoso cuchillo por el cuello.- El borrego se empinó el ponche de la damasana y sin el menor sobresalto le dijo: muchacho llévate los ciento cincuenta pesos a tu mamá y no te asustes, tu no viste nada, ahora lárgate.- Llegó corriendo a casa, la impresión le había causado tartamudez, a su corta edad le era muy difícil asimilar el horror de aquel asesinato.- Al principio dijo algunas palabras entre dientes, luego se quedó mudo, durante una semana estuvieron dándole té de pasiflora y naranjo agrio, el señor Ignacio Águila Banda propietario de la botica del barrio, que sabía lo de un médico le administró unas pastillas para calmarlo de aquella escena macabra y el cura Andrés Martínez hablaba a diario con él para calmarle.- Poco a poco empezó a borrársele de la mente aquel trágico suceso y retomó su tranquilidad, pero nunca quiso pasar por la calle de la carnicería del Borrego.