Sucedió en los 80 en una disco en Santiago
Mamá, hemos pasado una noche increíble bailando y lo mejor fue que me sacó a bailar un muchacho guapísimo y elegante, que bailaba como todo un profesional.
Le soltó Alicia a su progenitora a voz en cuello, eufórica, nada más abrir la puerta, pero al momento se le desapareció la alegría, cuando vio que esta se ponía lívida y luego, sin decir una palabra, se desplomó pesadamente. La joven pensó para sus adentros, ¿qué había dicho mal, para que su mamá reaccionara así? Porque era obvio que aquel desmayo se debía a lo que le acababa de empezar a contar. Era extraño, pues madre e hija se tenían una confianza absoluta y se contaban todas las cosas, como si fueran solamente unas amigas de la misma edad.
La hermana más pequeña, Rosita, todavía una adolescente y la abuela Rosalba, acudieran rápidamente al llamado de Alicia, viendo a Rosa grande tirada, le aproximaron alcohol para oler, a la vez que también se lo untaban en la cabeza, acción que logró que pronto recuperara la conciencia. Primero los vio a todos un poco desconcertada, pero luego recordó lo que había pasado antes de desmayarse y volteando a ver a sus hijas, con un semblante entre preocupada, asustada y enojada, les espetó: -¡No quiero saber que vuelvan a andar yendo a ningún baile! ¡Ninguna de las dos!
-Pero mamá, si yo ni siquiera he ido a uno en mi vida -respondió sorprendida Rosita.
-Pues nunca irás a uno. Ni tú tampoco, Alicia. -Y sin dar mayores explicaciones y sin querer tomar ningún remedio o medicamento, se levantó de súbito del sillón en que la habían colocado y entró a su recámara dando un portazo.
La sorpresa de las hijas puede entenderse si se sabe que Rosa jamás había sido conservadora ni mojigata en la educación hacia sus hijas. Pero ahora, sin decir un porqué les acababa de prohibir el ir a bailar con una voz tan autoritaria, que no permitía replicaba. Pero sí ameritaba una explicación. Rosa no la daría, pero la abuelita Rosalba, consentidora y comprensiva lo haría por ella. En cuanto la voltearon a mirar inquisitivamente, no pudo evitar empezar a hablar, contando el motivo de aquella prohibición.
-Tu madre solo quiere protegerlas. Ella tiene un trauma muy grande, por algo que le sucedió cuando tenía tu edad, Alicia, 23 añitos. Como era la moda en aquella época, a mediados de los 80, todos los jóvenes pasaban las noches en las discotheques. Los hombres querían ser John Travolta y las mujeres Olivia Newton John. Todos se sentían como dentro de películas como “Vaselina y fiebre de sábado por la noche”. Una de las discos de moda en aquel tiempo era El Calígula, que se encontraba a la entrada de Santiago, un poco después de la entrada a la playa, al pie de la carretera. Adentro de ese lugar de esparcimiento juvenil resonaba la música de Donna Summers, Abba, The Bee Gees, Gloria Gaynor, Earth, Wind and Fire, Barry White y Village People, entre otros. El piso bicolor resaltaba aún más en su extravagancia bajo las luces multicolores en cañón o de globo, que hacían que la pista pareciera un platillo volador a punto de despegar. Esa noche hacía un calor más sofocante que nunca y la humedad no ayudaba en nada.
Desde un poco después de las 10:00 de la noche, tu mamá se la había pasado bailando con sus amigos, cuando de repente apareció a un costado de la pista un hombre alto, de figura estilizada, vestido con una camisa roja de manga larga, abierta a la altura del pecho, donde se veían colgar varias costosas cadenas doradas; a la altura del corazón llevaba una flor blanca; complementado todo por un pantalón amarillo con grandes campanas y unos zapatos con la punta y el talón negros y el esto blanco. Se tocaba con un sombrero de ala ancha que le tapaba buena parte de su rostro, pero dejaba ver su apostura. Tenía unos ojos hipnotizadores y una pequeña barbita de candado. A pesar del clima y la ropa que portaba, no se le veía sudar. Dando grandes zancadas con gran seguridad, se dirigió a Rosa, quien no podía quitarle la vista de encima y antes de que pudiera reaccionar ya la había tomado de la mano y la había sacado a bailar, sin mediar entre ellos ni una palabra.
La forma de bailar de aquel apuesto caballero era espectacular, de modo que nada podía pedirle al mismísimo Travolta. Todos abrieron espacio para admirar su danza perfecta y frenética, con giros, saltos y todo tipo de movimientos realizados a la perfección, mientras que Rosa, una buena bailarina normalmente, arrobada sólo atinaba a moverse ligeramente hacia la derecha y la izquierda. De pronto, la luz se fue y El Calígula se quedó en silencio. Esto coincidió con un aumento muy sensible en la temperatura que ahí reinaba, de manera que pareciera que el lugar estaba lleno de brasas encendidas. La oscuridad era tan densa, que nadie podía verse ni siquiera sus propias manos, acercándolas a sus ojos. En eso, se empezaron a oír unos gritos femeninos de horror. Se escuchaba que el sonido de sus alaridos avanzaba, como si caminara o como si la jalaran o empujaran; pero nadie veía nada. El ruido que provenía en un principio del centro de la pista, ahora se oía en dirección de los baños. Luego, se empezó a ver luz dentro de los servicios sanitarios, mientras todo seguía envuelto en tinieblas en el resto de El Calígula. Pero no era luz como de alguna bombilla eléctrica, sino como de la que proyectan las llamas de algún fuego. Dentro de los baños se seguían oyendo cada vez con más fuerza los gritos de mujer, pero nadie se animaba a entrar por encontrarse poseídos de un terror inexplicable. Finalmente, gente de la seguridad del lugar irrumpió en los baños, y un poco más animados, los presentes les siguieron. Sólo algunos pudieron entrar, porque no era un cuarto tan grande. Lo que encontraron les embargó de miedo. Histérica, llorando, estaba la chica que unos momentos antes bailaba al centro de la disco con el guapo bailarín desconocido. Era Rosa, tu mami. Tenía la ropa toda desgarrada, y su cuerpo estaba cubierto de heridas como rasguños, por los que brotaba sangre. Desde ese día, se acabaron para ella las alocadas noches de disco en El Calígula. Contaba que aquel galán se había convertido de pronto en una bestia monstruosa y le había infligido aquellas heridas. Desde ese momento, la asistencia a ese sitio descendió drásticamente.
Miren, hijas, ya han pasado muchos años de eso, pero como todo mundo dijo, yo creo que ese hombre era en realidad un demonio, o el mismísimo Diablo. Tú mami quedó muy traumada por eso y lo que le contaron le recordó lo que a ella le pasó. Yo solo les digo que tengan mucho cuidado de su conducta, porque ese ser maligno sigue rondando a los humanos y se disfraza de muchas cosas, pero sobre todo lo que quiere es hacernos daño. Por eso, lo mejor es no caer en las bajas pasiones que muchas veces nos dominan en la juventud, pues tu madre me contó que cuando vio a aquel hombre tan guapo bailando con ella, sintió lujuria por primera vez en su vida.
-Ay, abuela, yo nunca he sentido eso en mi vida -aseguró Alicia.
-Y yo ni siquiera sé que es eso -mencionó la hermana menor.
-Hay algo último que quiero decirles. Existe alguien más poderoso que ese ser y es Dios. Cuando tu mamá estaba siendo ultrajada por ese maligno ser, se acordó de Él y clamó por ayuda. Fue entonces que pudo librarse de su agresor.
-Abuela, discúlpame, pero me están llamando a mi celular. -Dijo Alicia, alejándose rumbo a su cuarto para hablar con más privacidad.
Quien le hablaba era aquel galán que había conocido recién en aquella disco y a quien le había pasado su número.
Con voz ronca y varonil la invitó a salir al día siguiente por la noche y ella, al recordar al guapo muchacho tuvo un pensamiento de lujuria. Cuando colgaron, una carcajada resonó en una banqueta de la entrada de Santiago, muy cercana de donde en los 80 estuviera El Calígula. Pero también en ese momento, presintiendo un peligro, tanto su madre como su abuela, en sus respectivos cuartos se hincaron al pie de sus camas y elevaron una oración, pidiendo protección para sus hijas. Alicia recordó la historia de su mamá y las palabras de su abuela y decidió entonces no acudir a aquella cita, a pesar de lo guapo que pudiera ser aquel hombre.