El rostro, templo de las emociones


Rudolf Arnheim recordaba en su libro Arte y percepción visual que la cabeza humana es el asiento de los órganos sensoriales y de la mente. Esta obviedad adquiere relevancia al considerar el cuerpo como un instrumento expresivo. Arnheim insistía en que, aunque la cabeza actúa como centro de entrada y salida de fuerzas, su capacidad como instrumento de movimiento es limitada.
Sin embargo, la cabeza también posee un notable potencial para transmitir información visual. A través de los movimientos faciales, una amplia gama de gesticulaciones, respaldadas por la acción combinada de 40 músculos, permite representar emociones y pensamientos. Ahora bien, dentro de estas capacidades expresivas del rostro, ¿qué gestos seleccionan los artistas para representarlos en una escultura, especialmente en un busto de tamaño natural?
Estas inquietudes hallaron una respuesta singular en la exposición Pulsiones de Ferdinando Zúñiga, que se exhibió en el Museo Universitario Fernando del Paso. Los bustos de la serie El silencio, presentados como un tríptico, exploraban gestos asociados al éxtasis místico, el placer y la agonía. Con bocas abiertas, ojos cerrados y pintura blanca que se deslizaba por los rostros de los bustos A, O y M, Zúñiga acentuó con dramatismo sus expresiones, creando un potente impacto visual.
El trabajo museográfico de Ada Karmina Benavides y Ricardo Rivas fue clave para enmarcar estas obras. La disposición de los bustos permitió una contemplación casi aérea, mientras que las luces de fondo, en tonos naranjas y rojizos, sumaron una atmósfera cálida e introspectiva. La sala, con su tenue iluminación, evocaba el recogimiento de una cripta monástica, invitando a una experiencia sensorial y reflexiva.
Ferdinando Zúñiga buscaba estimular interpretaciones abiertas en su obra, aunque reconocía un hilo conductor místico en su producción. Esto se hizo evidente en piezas como La manía de quedarse (2017), una escultura de yeso y metal que representaba una cabeza de santo con cuerpo de campana. La interacción era parte esencial de esta obra: los visitantes podían tañer la campana, cuyo sonido agudo resonaba como en las consagraciones litúrgicas, estableciendo un vínculo sensorial profundo.
En el corazón de la sala, la instalación Esperar la noche (2013) complementaba el recorrido. Con referencias claras a la muerte como una presencia constante en la conciencia humana, esta obra suscitaba reflexiones existenciales. El busto que acompañaba la instalación transmitía serenidad meditativa, sugiriendo un pensamiento trascendental, místico o incluso nirvánico.
La exposición Pulsiones concluyó en febrero de 2018, dejando un legado artístico y reflexivo que trascendió su tiempo. Aquellos que tuvieron la oportunidad de visitarla encontraron en ella un espacio para contemplar las múltiples facetas de la expresión humana y su conexión con lo trascendente.