Inicio de clases en escuelas primarias de ayer y hoy


Salvador Olvera Cruz

 

*Primer día de clases representa una fecha imborrable para niños y niñas
*De la negativa a inscribir a los niños, hoy los padres se preocupan por hacerlo
*A mediados del siglo pasado, escuelas atendían estudiantes en sus 2 turnos
*Escuelas Benito Juárez y Basilio Vadillo, son de tradición en la capital

 

El primer día de clases es un acontecimiento que se graba en la mente de todos los niños que por primera vez acuden a las escuelas, sobre todo, a las primarias, que es la edad en que la niñez empieza a tener conocimiento pleno de lo que en su derredor acontece.

De hecho el primer día de clases ha evolucionado en el devenir de los tiempos; pues durante décadas la educación en nuestro país fue algo que estuvo fuera del alcance de las familias, las cuales por cierto vivían en la pobreza en su gran mayoría, como también eran muy pocas las escuelas públicas que ofrecían ese servicio a la población.

Asimismo hubo décadas como las primeras del siglo pasado en que los padres de familia no estaban dispuestos a que sus pequeños asistieran a la escuela, tanto por su ignorancia del beneficio que ello representaba para sus hijos, como por los gastos que  representaba.

Todo lo anterior generó que los gobiernos en turno por las décadas de los 30 a los 50, se emprendieran importantes cruzadas para convencer a los padres de familia para que inscribieran a sus hijos en las escuelas primarias, teniéndose que tomar medidas para evitar que las familias dejaran a sus hijos al margen de recibir su educación primaria.

El caso anterior se agudizaba más en la zona rural; pues los padres de familia en buen número se negaban a inscribir a sus hijos en la escuela, sumando a ello la falta de infraestructura física adecuada ya que las clases se impartían en chozas habilitadas, y hasta bajo la sombra de un buen árbol.

Retomando el caso del primer día de clases en el pasado reciente en el medio colimense, vale mencionar que para fines de la década de los cuarenta, la mayoría de padres de familia estaban conocedores de la obligación que les asistía de inscribir a sus alumnos en las escuelas primarias.

Por esos tiempos las escuelas oficiales con que contaban los padres de familia eran: la Basilio Vadillo al sur de la ciudad, La Escuela “Tipo” ubicada en la zona centro oriental, la José María Morelos en el centro de la ciudad, la Miguel Hidalgo en la parte occidental del área urbana, y la Gregorio Torres Quintero, ubicada al norte de la ciudad, en las cercanías del templo del Sagrado Corazón.

Las escuelas citadas laboraban en dos turnos, uno dedicado a la atención de niños y otro de niñas, pues por esos tiempos las escuelas oficiales no contaban con grupos mixtos, recibiendo en ocasiones nombres distintos, en lugar de las siglas T.V y T.M, según el caso.

El primer día de clases que era regularmente el primer lunes del mes de septiembre, en que se veía desfilar por las calles aledañas a las escuelas mencionadas al alumnado que regresaba a clases después de haber cursado el año anterior uno de los grados de enseñanza, como también a los de nuevo ingreso, distinguiéndose éstos por su edad, y por ir acompañados en su totalidad por las madres de familia.

Por esos tiempos la niñez contaba con el cuidado y apoyo de sus madres durante todo el día; pues las mujeres estaban dedicadas de tiempo completo a las labores del hogar y atención de sus hijos, resultando por lo tanto común, que así como las madres llevaban a sus hijos el primer día de clases, lo seguían haciendo a diario, como también a la salida, en tanto los niños aprendían el camino.

Por aquellos tiempos los jardines de niños eran muy escasos, como también no era requisito haber cursado la educación preescolar, para poder inscribirse en la educación primaria.

Era común por esos tiempos que los alumnos al ingresar a educación primaria contarán con una edad entre los seis y siete años de edad, muchos de los cuales el primer día que llegaban a la escuela se negaban a separarse de su madre, recurriendo los profesores a aconsejarlos y convencerlos de quedarse a recibir sus clases.

Recuerdo cuando a lo poco más de seis años de edad, ingresé a la escuela Primaria Benito Juárez en 1948, centro educativo que funcionaba en el edificio de la Escuela Basilio Vadillo, que fuera edificado e inaugurado en el año de 1941 en su moderno edificio, la cual originalmente operara con ese nombre en su turno matutino atendiendo solamente a niñas, en tanto que el turno vespertino atendía a niños con el nombre de Benito Juárez.

Ese centro educativo captaba la población escolar del área del parque Hidalgo y la estación del ferrocarril, como de los barrios del Mezcalito, el Campo 2, el mercado grande, la Concordia, y en menor medida del barrio del Manrique.

Por esos tiempos era común observar a los niños de todas las edades que con sus bolsas de manta o mezclilla pendientes de sus hombros, se dirigieran entre las 13:00 y 14:00 horas a dicho centro educativo, y a todos los demás que operaban en la ciudad, y entre las 7: 30 y 8:00 de la mañana.

El andar de los escolares era regularmente a paso normal, en tanto en otras ocasiones se tornaba presuroso según la hora; pues llegar después de las campanadas que se daban a las 14:00 horas en punto, generaba la reprimenda del director o directora, que en el cancel de la escuela estaba al pendiente de quienes llegaban tarde.

Para llegar a la escuela los escolares que vivían por el mercado grande y el barrio del Mezcalito, tenían que caminar por la calles Medellín o Reforma, para doblar por la José Antonio Torres o la 20 de noviembre, y enfilarse a la escuela ubicada en la esquina que conforman esta última arteria, con la Revolución.

Los escolares que tomaban la calle José Antonio Torres tenían que recorrer esta polvorosa arteria que carecía de empedrado, como también de viviendas; entre las calles Medellín y J. Jesús Carranza; pues en su costado sur se encontraba una fracción de la antigua Huerta de la Florida, teniendo que cruzar los niños en ese tramo el llamado “arroyo chiquito” que carecía de puente peatonal.

Por esos tiempos, esa cuadra de la José Antonio Torres, estaba llena de maleza en ambos costados del camino labrado con el paso de la gente, pasando el arroyo por la hilera de piedras que se encontraban colocadas en el lecho del arroyo.

En tiempos de lluvias en que esta corriente fluvial era de mayor caudal y arrastraba las piedras que se colocaban para pasar, los adultos y niños tenían que evadir este paso, contando para ello con la calle 20 de noviembre que tenía el puente construido para el paso vehicular y peatonal por dicha arteria.

Retomando el caso de la Huerta de la Florida, huelga decir, que a ambos costados de la calle 20 de noviembre entre las calles Medellín y J. Jesús Carranza, como también por la José Antonio Torres, los escolares penetraban en forma consuetudinaria, en busca de plátanos, limas. guayabas, coyules, mangos, cocos,  y todo tipo de frutas que en dicha huerta se cosechaban.

En más de una ocasión los niños perdían valioso tiempo en sus incursiones en la huerta, situación que les generaba la reprimenda del director por llegar tarde a sus clases.

Los alumnos que se trasladaban desde el barrio del Manrique, como del Campo 2 y de la Concordia no contaban con la tentación de la huerta de la Florida, y menos los que vivían en la zona aledaña al Parque Hidalgo; quienes en unos cuantos minutos llegaban de sus hogares a la escuela.

Al llegar a la escuela con lo primero que se encontraban los alumnos era con la figura erguida del Director, Juan Hernández Espinosa, quien invariablemente vestido de blanco, incluyendo el calzado, supervisaba el arribo puntual de los alumnos, como también el peinado, y limpieza de las manos.

En punto de las 14:00 horas el director hacía sonar la campaña de bronce de unos 15 centímetros de tamaño, momento en que los alumnos de todos los grados acudían a formarse en los espacios previamente determinados, para después de guardar correcta formación, recibir la orden del director para que los niños de cada grado escolar enfilaran sus pasos a sus salones de clases acompañados de su profesor o profesora.

Una vez que se iniciaba la jornada educativa, el director procedía a supervisar el aseo de la escuela y baños, al mismo tiempo que cuando detectaba alguna omisión en la limpieza, ordenar lo conducente a Don “Chuy”, el conserje de la escuela.

Asimismo el director Juan Hernández, procedía diariamente a recorrer los pasillos de la escuela para percatarse que la actividad docente se daba con tranquilidad y orden, pues cuando en algún grupo se generaba intranquilidad o bullicio por razones diversas, esa situación terminaba con solo escuchar los pasos del director en el momento en que se acercaba al grupo.

Al mismo tiempo que vigilaba a los alumnos que salían de sus aulas para trasladarse al baño, o bien para solicitarle al director gises, u otros materiales didácticos como mapas, compases de madera, reglas, láminas de anatomía o biología, entre otros materiales.

Igualmente, el director estaba atento a la salida de los alumnos del plantel por razones diversas, como solía ser a la compra de algún material escolar en los comercios aledaños, o a sus hogares para que su padre o madre acudieran con la maestra o maestro por razón  o motivo imperioso

El control del alumnado en ese contexto era absoluto; pues el profesor Juan Hernández, siempre estaba al pendiente de que los alumnos no se expusieran a riesgo alguno, tanto dentro como fuera del centro escolar.

A las 16:30 horas se escuchaba en el recinto escolar nuevamente el sonar de la campana, que anunciaba la hora del recreo, durante el cual el director desde los corredores de la planta baja vigilaba el patio de recreo, para una vez que detectaba algún conato de riña, desplazarse presuroso a poner orden.

Superado el trance, el maestro Hernández Espinosa conminaba a los rijosos a trasladarse hasta las afueras de la dirección de la escuela, donde permanecían de pie hasta el término del recreo, no sin antes recibir seria reprimenda y ordenarles se incorporaran a sus salones de clases.

Después del recreo supervisaba que los patios de recreo fueran debidamente aseados por el intendente, para posteriormente a las 18:00 horas tocar nuevamente la campana, hora en que salían de clases los alumnos de 1º y  2º grado, a las 18:15 los de 3º. y 4º, para  finalmente a las 18:30 hora repetir el ritual para marcar la salida de los alumnos de 5º y 6º.

Día con día el director no abandonaba el plantel escolar sin hacer un recorrido por el mismo, para verificar que ningún alumno se quedara en la escuela. Asimismo cabe mencionar que así como era el último en abandonar la escuela, era siempre el primero que llegaba al centro escolar.

Todos los inicios de ciclo escolar y los lunes de cada semana se rendían honores a nuestra enseña nacional, acto en que la comunidad escolar guardaba estricto silencio y compostura; pues todo alumno que no lo hacía así, era enviado a la dirección donde le era llamada la atención una vez que concluía la ceremonia, y cuando esa conducta era reiterada se le conminaba a ir por su padre o madre, a fin de hacerles de su conocimiento su indisciplina.

Ese proceder de Juan Hernández hizo posible que muchas generaciones que pasaron por ese centro escolar, y grupos que atendiera en las escuelas secundarias y profesionales en que prestara sus servicios docentes, abrevaran los principios y valores que a la postre forjaran ciudadanos responsables y positivos a la sociedad.

El desempeño del  profesor Juan Hernández Espinosa, fue en  escuelas primarias de la ciudad, pudiéndose citar entre otras, la Escuela Morelos, la Ramón R. de la Vega, Benito Juárez, Donato Guerra y Escuela Nocturna.

En su larga trayectoria magisterial, Juan Hernández Espinosa fungió como Director de la Escuela Primaria Benito Juárez de 1945 a 1970.

Correspondió al profesor Juan Hernández como director de la Escuela Benito Juárez, que funcionaba en la Basilio Vadillo como se dijo en líneas anteriores, gestionar cuando el crecimiento de la población escolar lo demandaba, la construcción del edificio de la Benito Juárez, la cual fuera terminada de edificar en el año de 1954, en terreno anexo a la Basilio Vadillo.

Retomando el tema del primer día de clases e inscripciones en el pasado reciente, diremos que hoy en día contrariamente, vemos como los padres de familia se preocupan por inscribir a sus hijos en las escuelas, formándose largas filas para las inscripciones.

Lo anterior ha sido superado en buena medida pues hoy en día los padres de familia pueden inscribir a sus hijos por internet, como también alumnos de grados avanzados de primaria o secundaria se inscriben en buen número. Asimismo prevalece la costumbre de los padres de familia de llevar a sus hijos a la escuela cuando éstos son de nuevo ingreso.

Las escuelas hoy en día cuentan con canchas de juegos techadas, suficiente material didáctico, computadoras que antes no existían y sus libros de texto gratuitos, que antes eran los padres de familia quienes tenían que comprarlos.

Sin embargo, la niñez continúa sin duda, guardando en su mente para siempre el recuerdo de su primer día de clases.