(Séptima parte de ocho)
Minas de oro y plata en el Reino de Colimán o actual Estado de Colima
El profesor, cronista e investigador, Abelardo Ahumada González, publicó en el 2018 su novela histórica titulada: Las últimas rebeliones. La imprimió la empresa colimense Puerta Abierta Editores. Se trata de una obra ubicada en las tres primeras décadas del siglo XVI. Es decir, entre 1510 y 1530. Aborda 69 temas particulares que me sería imposible explicarlos todos en esta presentación. Citaré algunos de éstos tópicos o asuntos que el narrador nos va ofreciendo a lo largo de las escenas: la visión parcial de la conquista por parte de los historiadores; los dioses y divinidades prehispánicas de esta región; los daños ocasionados por la conquista española; Hernán Cortés y sus conflictos con otros poderosos españoles (como el Licenciado Nuño Beltrán de Guzmán) quienes lo acusaron de haber matado a su esposa; la ambición exagerada del oro y otras piedras preciosas por parte de los españoles…
Agreguemos a esto que los templos y adoratorios de los antiguos colimecas fueron destruidos, sus chozas quemadas, los pueblos destruidos y el medio ambiente alterado en forma negativa debido a la extracción minera. ¿Qué podría esperarse de todo este panorama desolador e inhumano? Claro: la sublevación y la protesta unificada. Por eso hubo muchos líderes colimecas que convencieron a sus pueblos para que atacaran a los invasores, pues era mejor morir como valientes guerreros, que dejarse aprehender para ser esclavos. Y este movimiento armado es el que da título a la novela. Estamos leyendo acerca de Las últimas rebeliones en el Occidente del país, que también fue conocido como parte de Mesoamérica, pero que luego de la conquista, Hernán Cortés la bautizó como Nueva España. Y para agregarle más a la división territorial o política de la nación, el Rey de España le puso a esta zona en particular, Nueva Galicia. Una actitud que demostró siempre la envidia y las fuertes rivalidades que existían entre los conquistadores españoles, fueran cuales fueran sus grados, niveles o posiciones sociales; alcaldes, alguaciles, capitanes, tenientes, soldados, comendadores, frailes, arzobispos, procuradores, etc.
En este panorama bélico, los indígenas ganan unas cuantas batallas, pero la guerra final es obtenida por las huestes de los militares españoles. Así lo deja ver el autor en la última escena titulada “La cruz del sur” donde se describe que en los últimos días del mes de abril de 1532, Alonso de Arévalo, colono de La Villa de Colima, vende todo su oro en la Ciudad de México-Tenochtitlan. Riqueza que encontró en la prolífica Mina de Huachinango, propiedad de Francisco Cifuentes. Alentados por esta ambición monetaria, los demás colonos salen a recuperar el resto del preciado metal. Van un 18 de mayo de 1532, con 21 españoles bien armados y 200 indios de apoyo, con el fin de recuperar y apoderarse de esa mina. (Las últimas rebeliones, ps.11, 18, 19, 48, 67, 87, 95, 106, 266, 363 y 435).
Por si fuera poco, en su larga expedición punitiva van saqueando y robando los pueblos de los alrededores, como Xuchítlan y Comálan. El líder guerrero, Totépehu, los espía y da aviso a los demás pobladores comandados por Excamecátzin, quienes salen a pelear en menor número: 35 indios adultos y 15 muchachos aprendices de la milicia. Ésta última batalla es desigual. Pierden los indígenas. Sus cuerpos quedan apilados en sanguinolentos montones, para alimento de los rapaces zopilotes. La lucha ha sucedido en las cercanías de Ocotítlan, donde se quedan a descansar y pernoctar los conquistadores. El otro líder indígena, Tecocóatl, está muy triste, pues ve, como un mal presagio para ellos, la negrura de la arboleda que cubre la montaña, mientras una cruz se forma, misteriosamente, en la primera constelación o grupo de estrellas que aparecen en el frío horizonte del anochecer. Esta última visión es demoledora, pues encuadra perfectamente con los presagios y premoniciones que cuentan los Cronistas de Indias en sus textos. Vaticinios funestos que asustaron a los sabios y hechiceros de la corte de Moctezuma, antes de la llegada de los españoles, entre ellos: el cometa que surcó los cielos; la zara ardiente que se quemaba en lo alto de un cerro, pero que cuando iban a verla, desparecía misteriosamente; las montañas que flotaban en lo hondo del mar; el pájaro que en vez de cráneo tenía un espejo donde se podían ver tales visiones; los pedazos de piernas que pasaban por las calles de México-Tenochtitlan, corriendo de un lado para otro, pero sin las demás extremidades del cuerpo humano; la dramática mujer que pasaba las noches llorando en las orillas de los ríos y los lagos, entre otras más. (Las últimas rebeliones, ps. 9, 17, 34, 47, 56, 59, 68, 111, 125, 131, 136, 138, 139, 249, 341, 363, 409, 423, 434 y 479).
LOS DESCUBRIMIENTOS AURÍFICOS DEL BARÓN ALEMÁN, OTHON E. DE BRACKEL-WELDA
Siguiendo con esta temática debemos recordar la interesante vida de un alemán que llegó a nuestra región para dedicarse a la exploración minera, así como a la investigación de los recursos forestales, pesqueros, agrícolas, ganaderos y gastronómicos. Lo anterior aparece en un libro de la investigadora Georgette José Valenzuela, titulado: Un barón alemán del siglo XIX. Othon E. de Brackel-Welda en Colima. Su participación en el desarrollo político-económico de México a principios de la década de los ochentas. Libro impreso en el año 1992 por el Instituto Colimense de Cultura. Allí se dice que éste personaje también atisbó las grandes posibilidades económicas y de prosperidad que tenía la entidad. Invirtió muchos de sus propios recursos financieros para llevar a cabo tal empresa, a pesar de la animadversión, recelo, envidias y obstáculos que la gente local ponía contra su iniciativa. Para lograr sus fines tuvo que recurrir a los personajes más influyentes de la nación; el Presidente de la República en turno, el Gobernador del Estado, los titulares de la Secretaría de Hacienda, Fomento Económico, Industrias, alcaldes y políticos de renombre.
Hablamos del Barón, Othon Engelbert Joseph Clemens Wilhem von Brackel-Welda. Nació en Westfalia, Alemania en junio de 1830 y murió en Kasel el mes de noviembre de 1903. Su familia pertenecía la nobleza y él entró, a los 18 años, al Ejército Prusiano como soldado voluntario. Poco a poco fue ascendiendo hasta lograr el grado de Coronel. Participó en diferentes misiones político-diplomáticas en; sur de Italia, Grecia, Siria, Monte negro y parís. Llegó a México por el mes de junio de 1863, como integrante de las fuerzas militares que habían venido a imponer la Monarquía de Maximiliano de Habsburgo. Pero en diciembre de 1864 abandonó esas tropas por no estar de acuerdo con la política seguida por el Emperador, la casta de conservadores criollos y altos clérigos de la época.
Habitó en varios estados del país; Jalisco, Guanajuato, Michoacán y fijó finalmente su residencia en Colima. De carácter e ideología liberal, perteneció a varias asociaciones científicas y literarias de su país. En 1901 aparece como miembro de la Sociedad de Geografía y Estadística de nuestro país. Realmente enamorado de nuestra nación, se nacionalizó mexicano en la primera administración del Presidente Porfirio Díaz. Fue un difusor sobresaliente de las letras y bellas artes alemanas en México. Sobre todo porque aquel país había sido un gran impulsor del Romanticismo y otras corrientes estéticas del siglo XIX, con intelectuales como; Heine y Goethe.
El esfuerzo del Barón Brackel-Welda es conmensurable porque el mayor número de contratiempos posibles, tanto los de salud pública (epidemias, cólera, dengue), como los de tipo administrativo; falta de pagos para sus trabajadores, ausencia de vías de comunicación confiables, retraso en sus salarios, celos de los empresarios locales y envidias que pusieron en riesgo su vida. Respecto a los primeros percances, el barón notifica a las autoridades: “Pero dos contratiempos sobremanera graves me dificultaron realizar mi propósito. Fue uno la infausta noticia de la gravedad de muerte de la señora esposa del ingeniero que llevó un extraordinario. Noticia que obligó a aquel a abandonarme inmediatamente y a marchar a Colima”. (Un barón alemán del siglo XIX, p.27).
Acerca de las segundas dificultades, agrega que el señor Don Braulio Sánchez, valiéndose de toda su ascendencia y poder, más el control que tenía sobre los campesinos indígenas, así como de quienes lo rodeaban se empeñó en aislarlo, en interceptar todas sus combinaciones que había acordado con el Prefecto Coronel Ruiz: “para impedir que encontrase algunos de los sitios minerales que buscaba, alejándome lo más pronto posible de mis pesquisas”.
En otras partes del documento explica que uno de sus acompañantes, el Señor Ruoltz, presentaba seguido un constante estado de ebriedad y sobreexcitación. Cambiaba cada rato de parecer, se iba haciendo más intratable y cambiaba de opinión cada momento. Decía que no se acordaba del sitio, que por la alta vegetación, que por las aguas del río que habían crecido mucho. Confesión que también le hizo al Señor Don Sabreyda, fingiendo lugares donde existían riquezas prometidas. Eran laberínticos aquellos sitios. Cuando por fin supieron de un tal Nemesio, conocedor profundo de aquellos sitios, se enteraron que había muerto inesperadamente antes de que ellos llegaran a conocerlo.
En otro párrafo explica que fue abandonado en sus firmes propósitos debido a la traición y la violencia de los señores; Ruoltz, Kofahl y Oldenbourg…quienes tenían ciertos intereses particulares en aquellas minas. Poco tiempo después se descubre en el lugar “una mina de una riqueza extraordinaria”. Otro problema que detectó Brackel-Welda fue la compra y el soborno sobre las conciencias o los conocimientos que los humildes pobladores tenían sobre aquellas vetas o minas. Agrega que estos resultados fueron contraproducentes porque los nativos les mentían y los mandaban ninguna parte, pero se quedaban con el dinero. (ps.27-30).
A pesar de los imprevistos y las dificultades, Brackel-Welda entregó al funcionario Francisco Tolentino, más de quinientas muestras de minas localizadas en la zona de Michoacán, Colima y Jalisco: “muestras de metales perfectamente clasificados. Además me ha enseñado un curioso y extenso relato de sus descubrimientos de minas, que considero como una clasificación más extensa del número y clase de minas que tiene cateadas. Veo que este Señor ha cumplido perfectamente con su misión, y juzgo de mérito y de mucho interés sus trabajos, causándome pena su triste situación, puesto que hace diez meses no le proporciona sus haberes la Jefatura de Hacienda de Colima, a quien están consignados”. (ps.64-65).
La carta iba dirigida al Presidente de la República Mexicana, General Don Manuel González. ¿Era vital cubrir este adeudo? Claro, porque Brackel-Welda había descubierto, entre todas ellas, 17 minas de primera clase de extraordinaria riqueza e importancia, que contenían principalmente; oro y plata. Luego, 19 minas de segunda clase muy ricas y de probables rendimientos en; oro, plata, cobre y plomo. Más 18 vetas vírgenes de tercera clase con altas probabilidades de ingresos minerales en; oro, plata, cobre y plomo. Más otras 15 vetas vírgenes de cuarta clase, abandonadas, con la certeza de hallar en ellas; oro, plata y cobre.
(CONTINUARÁ)