La diplomacia en el aula: enseñanzas de las relaciones internacionales para la convivencia escolar


Vivimos en una época de tensiones crecientes: polarización social, violencia en múltiples formas, crisis de confianza en las instituciones y una progresiva dificultad para establecer consensos en lo público y en lo privado. La educación no está exenta de estos fenómenos. Las aulas, que históricamente han sido espacios de formación y diálogo, también se ven atravesadas por conflictos: diferencias culturales, desacuerdos ideológicos, falta de habilidades socioemocionales y una escasa preparación para resolver los desacuerdos de manera constructiva.

En este escenario, las herramientas de la diplomacia —generalmente asociadas con los grandes asuntos internacionales— pueden ofrecernos claves valiosas para mejorar la convivencia escolar. La diplomacia no es únicamente un conjunto de protocolos para relaciones entre Estados; es, en esencia, el arte de dialogar, negociar y construir acuerdos en contextos de diversidad e intereses distintos. Llevar esta lógica a la educación significa formar personas capaces de comunicarse con respeto, gestionar el conflicto con inteligencia emocional, escuchar activamente y cooperar en entornos diversos.

Desde mi experiencia como licenciado en Relaciones Internacionales y docente universitario, he comprobado que muchas de las habilidades fundamentales para la diplomacia —como la empatía, la negociación, la mediación, la comprensión de la otredad y la tolerancia a la ambigüedad— son también esenciales para fortalecer la vida escolar. Y no solo en términos de disciplina o control del grupo, sino como pilares para una educación transformadora, centrada en el respeto, la convivencia y la ciudadanía global.

En los salones de clase, el desacuerdo es inevitable. Lo que está en juego no es evitarlo, sino aprender a gestionarlo de forma constructiva. Así como en los foros internacionales se recurre a mesas de diálogo, procesos de mediación o construcción de acuerdos multilaterales, en el ámbito educativo necesitamos estrategias que permitan a docentes y estudiantes desarrollar habilidades para resolver conflictos de manera pacífica. Esto implica pasar de una cultura de la imposición o el castigo, hacia una cultura del diálogo y la corresponsabilidad.

Aquí es donde el enfoque de las relaciones internacionales ofrece un marco teórico-práctico especialmente útil. Por ejemplo, el análisis de casos reales de conflicto internacional puede utilizarse como insumo pedagógico para desarrollar habilidades críticas en el aula. Los estudiantes pueden estudiar el conflicto entre dos países, identificar intereses

contrapuestos, explorar posibles soluciones y reflexionar sobre el papel del lenguaje, la diplomacia y la voluntad política para evitar la violencia. Esta misma lógica puede trasladarse a conflictos escolares: desacuerdos entre compañeros, tensiones en el trabajo en equipo, diferencias culturales o de valores.

En la Universidad UNIVER Colima, donde desempeño mi labor docente, promovemos un enfoque humanista en el que se articulan el análisis de problemáticas actuales con el fortalecimiento de valores y habilidades socioemocionales. A través de proyectos académicos, actividades de formación integral y la reflexión guiada desde las diversas disciplinas, impulsamos que nuestras y nuestros estudiantes no solo comprendan su entorno, sino que participen activamente en su transformación. En nuestras aulas, alentamos el diálogo como herramienta de construcción colectiva, y trabajamos continuamente en el desarrollo de ambientes de respeto, inclusión y aprendizaje colaborativo.

Un ejemplo concreto de este enfoque es el trabajo interdisciplinario que hemos realizado en programas como Comercio Internacional, Derecho o Ciencias de la Educación, donde se fomenta el estudio de temas como la cooperación internacional, los derechos humanos, la negociación multilateral o la cultura de paz. Lejos de quedarse en un plano teórico, estos contenidos se traducen en actividades prácticas: simulaciones diplomáticas, debates, análisis de conflictos globales desde la perspectiva de diferentes actores, así como ejercicios de mediación y resolución de problemas aplicados al entorno escolar.

Además, formar a los docentes en herramientas de comunicación efectiva y resolución de conflictos se vuelve una necesidad impostergable. Así como los diplomáticos se preparan rigurosamente para entender el contexto, el lenguaje corporal, los códigos culturales y los intereses ocultos en una negociación, el personal docente debe estar capacitado para leer los climas emocionales del aula, reconocer conflictos latentes y responder con estrategias pedagógicas adecuadas. Esto no implica asumir un rol de “mediador profesional”, sino incorporar en la práctica docente una sensibilidad diplomática que contribuya a prevenir, contener y transformar los conflictos desde la raíz.

Otro elemento esencial es el reconocimiento de la diversidad como una riqueza, no como un obstáculo. La diplomacia parte de la premisa de que los actores tienen identidades, intereses y visiones distintas. De igual forma, en la escuela, cada estudiante proviene de un entorno particular, con experiencias, creencias y expectativas únicas. La educación no debe aspirar a homogeneizar esas voces, sino a ofrecer espacios donde puedan expresarse, encontrarse y dialogar. Solo así podremos construir comunidades escolares inclusivas, donde la diferencia no se viva como amenaza, sino como oportunidad para aprender y crecer.

Por todo lo anterior, propongo una agenda educativa que recupere la esencia de la diplomacia para fortalecer la convivencia escolar. Esta agenda puede incluir:

  1. Integrar la formación en habilidades socioemocionales y de resolución de conflictos en todos los niveles educativos.
  2. Diseñar experiencias de aprendizaje basadas en el diálogo, el debate respetuoso y la construcción colaborativa del conocimiento.
  3. Incorporar el análisis de conflictos internacionales como herramientas pedagógicas para formar pensamiento crítico y ciudadanía global.
  4. Formar al profesorado en estrategias de mediación, negociación y gestión positiva del conflicto.
  5. Crear espacios institucionales donde se escuche activamente al alumnado y se promueva su participación en la toma de decisiones escolares.

Educar no es solo transmitir conocimiento, sino enseñar a vivir juntos. Y en un mundo marcado por la complejidad y el conflicto, aprender a dialogar, a negociar y a construir consensos se convierte en una competencia indispensable para la vida democrática. Si queremos formar ciudadanos capaces de transformar su entorno, debemos empezar por transformar la manera en que se convive en nuestras aulas.

La diplomacia, en este sentido, no es ajena a la educación. Es, en muchos sentidos, su reflejo y su aliada más poderosa.