La rata del andador

Leopoldo Barragán Maldonado

“El que carece de misericordia, carece de todo tipo de bondad”. Profeta Muhammad

Como ya es mi costumbre cada día al filo de seis y media de la mañana espero el tañer de las campanas de la Catedral, no tanto para ir a misa, sino para levantarme y darme tiempo para organizar a mis mascotas, ponerles sus  correas y a la segunda llamada salir a pasear vía el andador Constitución hacia el jardín Libertad y el jardín Torres Quintero. Hace unos cuantos días caminaba tranquilamente conduciendo a mi perro Walid por el mentado andador que no tiene más de 100 pasos de longitud, dos lámparas de alumbrado público, dos hidrantes pintados de color rojo, ocho bancas blancas, un cesto para la basura, siete jardineras y siete pequeñas rampas de desagüe, cuando de pronto alcancé a observar que en una de estas rampas, la que se encuentra más próxima a la calle Madero, estaba atorado algo que, a cierta distancia, daba la impresión de ser un tlacuache, pero al aproximarnos me percaté que no era un marsupial, sino un roedor.

La primera impresión que tuve fue que aquel animalito probablemente estuviera buscando alimento y no le di importancia a dicha escena, seguí con mi ruta perruna mirando también cómo algunos devotos cristianos apresuraban el paso para ingresar a la Catedral Basílica, pasando indiferentes ante aquel animal; sin embargo, terminando las vueltas por el jardín y al pasar nuevamente por el andador me llamaron la atención los chillidos de dolor que desprendía el animal, entonces decidí acercarme a el y de inmediato noté que el roedor estaba atrapado entre una de las estrechas rejillas de la rampa, la mitad de su cuerpo lo tenía afuera y la otra mitad estaba adentro, en posición muy incómoda volteaba su cabeza y mordía desesperadamente el metal de la rejilla con la intención de poder zafarse. Aprovechando la buena conducta de mi perro Walid, que supo comportarse a la altura de las circunstancias, opté por rescatar a la rata del andador, utilicé mi bastón de mando perruno intentando empujar al roedor hacia dentro, pero lamentablemente la dimensión de la rejilla era insuficiente y en lugar de ayudarlo lo estaba lastimando aumentándole su dolor, ante el temor de quebrarle sus patitas decidí cambiar la estrategia y no me quedó otra más que con una mano empujarlo de la cabeza para que dejara de morder el metal y con la otra mano agarrarlo de la cola y jalarlo hacia afuera, fueron varios los intentos porque el roedor en su instinto de sobrevivencia seguía mordisqueando la rampa, en ese trance me encontraba cuando se acercó una de las chicas que hacen la limpieza del andador y al mirar la condición de la rata sólo expresó “pobrecita”; poco a poco la rata dejó de morder la rejilla, su cuerpo se puso un tanto vertical y a jalones de cola pelada por fin pude liberarla, de recompensa esperaba que se volteara para soltarme senda mordida, pero no fue así, quizá por su agotamiento la rata consintió que la dejara sobre el piso cercano a la jardinera que se encuentra casi enfrente del módulo turístico “pichilingos”.

Después de esta acción, que acorde a mi esquema de valores la consideré muy reconfortante porque al vincular el pensar con el obrar encuentro el equilibrio existencial y al enlazar los dictados de la conciencia moral con los de la conciencia religiosa me armonizo con la energía del universo. Liberada la rata del andador continué caminando en compañía de mi perro Walid,  recordando una de las enseñanzas de Muhammad: “Ten misericordia con los que están en la tierra para que los que están en los cielos la tengan contigo” y desde luego cuestionándome por qué cuando nos encontramos en casa y descubrimos que se ha introducido un ratón en la cocina lo primero que hacemos, aparte de dar unos brinquitos por aquello de que el roedor nos pase entre los pies, es asirnos del palo de la escoba y tundirle a golpes en cualquier rincón, persiguiéndolo atrás de la estufa o del refrigerador hasta privarlo de la vida.

Coincidentemente un día antes de haber rescatado a la rata del andador, leía el libro “Muhammad, el Profeta de la Misericordia”, escrito por Osmán Nuri, en forma específica el breve capítulo titulado ‘La conducta del Profeta con los animales’, sección en donde describe amenamente cuál fue la actitud de Muhammad hacia estos seres vivos, basándose primordialmente en una serie de dichos y hechos (hadizes) del Profeta, como el siguiente que fue narrado por Muslim y Bukhari: “Una mujer de mala vida vio un perro en el desierto que estaba lamiendo la arena a causa de la sed. Se apiadó de él, sacó con su zapato un poco de agua de un pozo que había en las cercanías y le dio de beber al perro. Allah le perdonó sus faltas por esta acción”; o este otro hadiz narrado por Abu Dawud, quien dijo que un día el Mensajero de Dios vio a un caballo en huesos y le dijo a su dueño: “Teme a Allah por los animales que no pueden hablar. No permitas que estén hambrientos”. Al pie de la página 131 aparece una nota que acaparó mi atención, el autor se remite a Claude Farer que escribió: “puedes ver si el barrio por el que pasas es Musulmán o Cristiano por la actitud que tienen allí los perros y los gatos. Si se acercan y muestran ganas de jugar, puedes estar seguro que el barrio es Musulmán; si se mantienen a la defensiva, el barrio debe ser Cristiano”.

No sé si sería mera casualidad, la suerte, el destino, un mensaje, una señal, o simplemente puritita coincidencia, o lo que sea, pero aquella ocasión en que rescaté a la rata del andador fue el 22 de marzo, último día del mes de Sha’ban, es decir, el octavo mes del calendario lunar islámico, previo al mes en que hoy nos encontramos conocido como Ramadán, mes en que el Profeta Muhammad recibió la primera revelación de la palabra divina, mes de ayuno, de reflexión, de caridad y oración. Haya sido lo que haya sido, y haya sucedió como sucedió, esto sólo Dios lo sabe (Al-lah Aalam).