La última casa de madera de la Calle México: La Lotería de El Cachetón


Un sitio donde se vendían ilusiones, y que parece anclado en el tiempo

¿Quién no ha pensado alguna vez en sacarse la lotería? Tener un golpe de suerte con un cachito, y volverse millonario de la noche a la mañana, dándose todos los lujos que uno siempre ha soñado es una fantasía muy generalizada. No importa cuántas veces se haya perdido o sacado reintegro, siempre se espera atinarle al premio mayor. Anteriormente, la gente se acomodaba por las noches junto a sus aparatos de radio, acodados en el comedor, para escuchar a los niños gritones de la Lotería Nacional ir cantando los premios. La esperanza muere al último.

UN MUNDO DE SUEÑOS EN EL CORAZÓN DEL PUERTO

La compra de los cachos en el puerto invariablemente se hacía en la agencia oficial de esta institución para la asistencia pública, ubicada en la planta baja de la casa de “El Cachetón”. Antonio Zepeda Morán nació en la ciudad de Colima el 21 de junio de 1921, y fue el iniciador de la venta de billetes de la suerte en nuestra ciudad en 1949, tarea en la que le ayudó siempre su hermano Alfredo Zepeda Morán. A ambos les decían “Los Caches”. La esposa de Don Antonio se llamaba Martha Elena Rodríguez Sánchez, mejor conocida como “La Güerita”.

El Cachetón y La Güerita tuvieron trece hijos, que crecieron en el centro histórico, asistiendo al jardín de niños Hidalgo y a la escuela primaria Miguel Hidalgo, siendo amigos de las familias de Tacho Muñoz, de Don Ramiro Aguayo, de Arturo Lau, Don Panchito, Fermín Yuen, Ramón González, Agustín Guijarro, etc. La mayoría de los Zepeda curiosamente empiezan sus nombres con la letra “A”, como los mismos Don Arturo y Don Alfredo. Padre de ellos fue Agustín Zepeda, de quien fue esposa Guadalupe Morán. Los hijos de Arturo y La Güerita se llaman: Abraham, Adán, Angélica, Aldo, Alfonso, Ana María, Arturito, Alberto, Amalia, Arcelia, Aurora, Angélica y Agustín.

La Lotería Nacional comisionó a Don Antonio para abrir una agencia en Manzanillo, por lo que compró la casa de madera por la Calle México, que abarcaba los domicilios 184 y 190, que tenía la más excelente ubicación que se pudiera desear. Esta casa anteriormente había sido una zapatería, propiedad de Miguel Velasco “El Meón”, quien también era agente de seguros, y ahí mismo los vendía. Esta persona estuvo ahí desde 1936.

GRITOS DE JÚBILO, REINTEGROS Y DESENCANTOS

Alfredo y Arturo traían los boletos para cada sorteo desde la ciudad de Colima. Por ese tiempo las comunicaciones terrestres eran difíciles y se enfrentaban los viajeros a muchos problemas, como accidentes e incluso asaltos. Recuerdan sus hijos que algunas ocasiones, por problemas de transporte, había tenido que venirse grandes tramos del camino a pie y luego pidiendo aventón tras aventón, así hasta llegar a nuestra ciudad. Aparte de los billetes de lotería, Don Antonio Zepeda vendía álbumes con cartitas para los niños, dulces y material de papelería, entre otras cosas. El lugar fue testigo en varias ocasiones de los gritos y brincos de personas que se ganaron el premio mayor o sacaron uno de mediana importancia.

Recuerdo que una ocasión, siendo todavía un niño, acompañé a mi padre, el Teniente José Martínez Campos, a comprar su tradicional billete de lotería de todas las semanas. Tenía mi papá el hábito de jugar en cada sorteo que hubiera. Era común que sacara reintegros, pero rara vez algún premio. En esa ocasión me dejó que escogiera el boleto. Yo rápidamente seleccioné el cacho que me gustó, pero estaba conformado por pocos números. Muy chiquito. A mi padre no le gustó porque dijo que estaba muy rabón. Sin hacerme caso, compró otro número que era de su agrado, no sé por qué razón. A los dos o tres días regresamos a la agencia y mi padre empezó a revisar la enorme lista de premios que colgaba de una pared lateral del negocio, y de repente abrió mucho los ojos y la boca, con la sorpresa reflejada en el rostro. Aquel número que yo le había señalado y que él despreciara por “rabón”, había salido sorteado con el premio mayor. Si me hubiera hecho caso.

El Cache destacó como un buen futbolista en el Campo del Marino y en la cancha junto a la Plaza de Toros, que es donde hoy está el mercado 5 de mayo. Jugó con Tacho Muñoz y Pedro Escamilla. Quedaron campeones en varias ocasiones porque jugaban en equipo, pues todos eran amigos del Barrio del Centro. Entre ellos no había lugar para el individualismo egoísta. Los entrenamientos eran en serio. De esta manera, a pesar de ser un poco gordito, tuvo muy buena condición física en su juventud.

La casa del Cachetón a mediados del siglo pasado.

SOBREVIVIENDO AL CICLÓN QUE CAMBIÓ A MANZANILLO

En 1959 los manzanillenses sufrieron el embate del inolvidable ciclón, pero esta casa estaba tan bien construida, que a pesar de ser en buena parte madera de tejamanil, no sufrió daño alguno. Desde entonces, Manzanillo fue cambiando en su aspecto, y donde antes sólo se veían hermosas casas de madera, tipo canadiense, se pobló de fríos edificios de concreto. Por la calle México quedaron solamente unas pocas casas representativas del viejo estilo porteño, entre ellas estando las casas de Don Antonio y de Don Alfredo (Los Caches), y la de Don Ramiro Aguayo. Era quizá el bloque más bonito del centro histórico el que comprendía estas construcciones.

Los Zepeda Morán y Zepeda Rodríguez tomaron conciencia de que las viviendas donde vivían eran históricas, y decidieron cuidarlas y conservarlas con esmero. Le decía El Cachetón a su familia que su propiedad existía casi desde que inició Manzanillo. Quizá no tanto, pero sí es una de las construcciones más antiguas. La escalera de caracol data de finales del siglo XIX, y se encuentra en perfecto estado de conservación, soportando peso, como si hubiera sido construida apenas ayer. Algunas fuentes señalan que la edificación se construyó un poco después, empezando el siglo pasado.

En 1994 la casa fue declarada monumento histórico de Manzanillo, tras una visita de integrantes del ayuntamiento de aquel tiempo, que se entrevistaron con los hijos de Don Arturo.

La vetusta escalera de caracol fue analizada por gente del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), quienes certificaron que era muy valiosa, y que había sido construida en una fecha muy antigua, tal vez a finales de la segunda o inicios de la tercera década del siglo pasado.

AHÍ SIGUE, VIENDO PASAR EL TIEMPO

Arturo El Cachetón Zepeda falleció el 14 de abril de 1997. Su esposa e hijos continuaron el negocio. Las ventas fueron bajando, porque empezó a haber mucha competencia, pues ya no eran la agencia exclusiva de la Lotería Nacional, única autorizada para vender los boletos, como habían sido durante muchos años. El 11 de julio del 2008 fallece La Güerita Rodríguez de Zepeda, y al poco tiempo se cierra la tienda.

Unos años antes había desaparecido la antigua casa de Don Ramiro Aguayo. Poco después también lo hace la casa de Alfredo Zepeda, al lado de la agencia, en el número 190. Fue remodelada para ser rentada, siendo ahora una construcción moderna de material. Los hijos de Antonio dicen que les da tristeza ver que la casa que ocupara su tío se ha convertido en una edificación sin alma, fea. Ellos sin embargo recibieron la encomienda de su padre de preservarla como está.

El secretario de Turismo del Gobierno del Estado en la administración que encabezó Silverio Cavazos, Sergio Marcelino Bravo Sandoval, se acercó a los Zepeda Rodríguez, para apoyarlos en el remozamiento de la antigua construcción, como un patrimonio de todos los porteños, y para que contribuyera a dar una buena imagen del Centro Histórico a los visitantes nacionales y extranjeros.

Sin embargo, los trámites se alargaron, y hubo cambio de estafeta en el gobierno de la entidad, de manera que la comunicación entre la familia del Cachetón y el gobierno estatal se interrumpió. La necesidad ha hecho pensar a la familia en demoler la casa, para hacerla de material y así rentarla para un local comercial. Esperemos que no sea así.