Los años dorados de los fayuqueros de Manzanillo


*Época en que también empezaron a operar los tianguis

*Mercancía ilegal era traída desde la frontera o La Paz

Recuerdo mi niñez transcurrida en la Unidad Padre Hidalgo, mejor conocida como el barrio del Seguro Social, ya que fue esta institución la que construyó sus casas, parques y plazas en el año de 1960, luego del paso del terrible ciclón de 1959, con el objetivo inicial de que ahí se fueran a vivir quienes vivían en los cerros de Manzanillo, bautizados como sectores por el servicio postal mexicano. A final de cuentas, aquellas personas no poblaron la colonia, y en cambio aquello se llenó de maestros y personas relacionadas laboralmente con el Imss.

Pues bien, una de las principales diversiones de la colonia era ir a jugar a la pequeña unidad deportiva aledaña, con sus jueguitos infantiles y sus canchas de basquetbol y voleibol. Los jóvenes y niños de aquel tiempo en esta colonia, a diferencia de los del resto de la ciudad, crecimos practicando el baloncesto y no el fútbol soccer. Eran los años dorados de los torneos del deporte ráfaga ahí, con la liga regular, juegos de jugadores locales contra los de Colima y Guadalajara, y aquellos gloriosos certámenes de fin de año, llamados “Torneo del Pavo”, donde el premio era eso, un gran pavo preparado, que los amigos que conformaban el equipo luego se juntaban a devorar.

Todo buen basquetbolista que se preciara de serlo, tenía que traer sus buenos tenis y esto quería decir calzado deportivo extranjero. Los saltos en los triples y saltos en suspensión, requieren, para afirmar el tobillo, calzar botines que protejan de luxaciones. Generalmente de cuero, que es un material más resistente que la tela o el plástico. De modo que quien quería destacar soñaba con comprarse unos Puma o Nike, o ya de plano unos Adidas o Converse. El problema es que estas marcas no se comercializaban en México. En vez del Converse se popularizaron los Súper Faro, que eran muy buenos; pero quien los portaba nunca se sentía satisfecho con la imitación, seguramente por el clásico malinchismo del mexicano.

A este afán por el tenis norteamericano contribuían las primeras transmisiones de partidos de la NBA a principios de los años ochenta, a través de Imevisión y comandadas por aquellos expertos conductores ya fallecidos, Pepe Espinoza y el Prof. Constancio Córdova. Todos querían imitar a los mejores jugadores de la mejor liga del mundo, como Kareem Abdul Jabbar, Marques Johnson, Moses Malone, Julius Earvin, Larry Bird, Robert Parish, Kevin McHale, Jack Sickma, Darrell Dowkins, Sydney Moncrief, Bob Lanier y Magic Johnson, entre otros. Y todos querían traer el calzado que ellos usaban, al precio que fuera.

Como lo que buscaban no lo iban a encontrar ni en la Cruz de Hierro, ni en Gon Pard, La Zeta o Canadá, tenían entonces que recurrir a la fayuca; esto es, los productos extranjeros introducidos de manera ilegal al país, fuera de las zonas fronterizas. Entre los años 50 y 80 sólo se permitía la compra en grandes cantidades de estos artículos, propiamente la fayuca, en la franja de tierra mexicana pegada a nuestro poderoso vecino del norte. De manera que en ciudades del área, como Tijuana, se compraban artículos en grandes cantidades, como ropa, calzado y bolsas de mujer, entre otras cosas, y luego se bajaban hasta La Paz, en la Baja California Sur, considerada todavía como zona fronteriza, a pesar de ser un puerto muy distante de la colindancia con Estados Unidos. Así, pues, La Paz se convirtió en el paraíso de los fayuqueros.

Los conocedores ya sabían dónde encontrar a su fayuquero de confianza.

Muchos colimenses se trasladaban frecuentemente a Mazatlán, Sinaloa, para tomar el ferry que atravesaba el Mar de Cortés y los llevaba a la terminal en Pichilingue y de ahí se trasladaban a hacer sus compras de fayuca por mayoreo a la capital de ese desértico y poco poblado estado del país. Por esos tiempos, los lazos entre Manzanillo y La Paz se hicieron muy fuertes por estas razones, e incluso muchos porteños se casaron con paceñas y viceversa. Recuerdo con mi familia haber hecho en una ocasión la travesía para visitar a mi tío, Jesús Cisneros Amaya, quien era telegrafista y trabajador de una compañía aérea y que en aquella península formó una familia al lado de mi tía María de La Luz, oriunda de aquel lugar.

También por aquellos años había mucha corrupción en el sistema portuario mexicano, del que Manzanillo forma parte. Todavía no se formaban las APIs y todo se prestaba para muchos movimientos por debajo del agua, por así decirlo. Nadie podía ver para dentro de las instalaciones portuarias como ahora, debido a que había por todo el perímetro colindante con la ciudad una enorme barda blanca, muy alta, de modo que los propios porteños no sabíamos como era del otro lado, como si de un mundo aparte se tratara. Era conocida como “El Muro de la Ignominia”. Pero si era conocido que también aquí se sacaba mercancía de manera ilegal, para venderla en el mercado negro o fayuquero. Las cosas se sacaban por la colonia Burócrata. Mucha gente de las casas en la parte alta del barrio de San Pedrito, recuerdan haber visto estas acciones.

Pues es por aquella época que yo me moría por tener unos tenis Puma, que usaba mi basquetbolista preferido aquella temporada, que ahora no recuerdo quien era. Entonces les pregunté a mis hermanos quien vendía aquellas preciosidades, pero no supieron decirme. Un amigo de ellos, muy querido en mi familia por cierto, Jorge Carrizales Moya, me dijo dónde podía encontrar a una señora que se ponía a vender fayuca en las afueras de una parroquia ciertos días de la semana muy temprano. No era seguro, porque la señora siempre se la pasaba cuidándose de que no la detuvieran, porque lo que hacía era un delito, a fin de cuentas. Tampoco era un secreto, porque todos los porteños sabían dónde encontrar un fayuquero de sus confianzas a quien comprarle cuando querían. Nunca encontré a tal persona.

Aquí quiero señalar que por aquellos años estaba por entrar a la secundaria, es decir, que aún tenía poca edad y no estaba nada maleado, era muy inocente, y muchas cosas no las comprendía, de modo que cierta persona con cierta maldad me dijo entonces donde por fin podía encontrar lo que tanto había deseado: mis tenis de media bota de blanco cuero reluciente y con una onda negra a cada costado, de la reconocida marca Puma. Me dijo que fuera muy temprano a la parte baja del edificio federal, y que en la mera esquina, a un lado de las oficinas de correos y frente a la entrada del muelle fiscal Manzanillo, en la puertita del lado de la calle Morelos, donde estaban los agentes aduanales, ahí podía comprar mis Puma. Ese día hasta soñé con mi compra. Muy temprano al día siguiente saqué el dinero que había ahorrado de lo que me daba mi papá, y que tenía destinado para este fin desde hacía tiempo, y me dirigí con los agentes aduanales como quien se dirige a una zapatería.

Al interior de la oficina en cuestión se llegaba a través de una ancha puerta alta, con un escalón elevado para alcanzarla, y en el quicio se sentaba un gordo agente vestido con su uniforme medio desaliñado. Yo me paré en la banqueta frente a él y le dije que quería un par de tenis Puma con toda naturalidad. La persona aquella abrió los ojos de manera desmesurada y se inclinó hacia mí entre espantado y enojado, espetándome: “¿Cómo dijo?” Yo con toda inocencia repetí que quería comprar unos zapatos deportivos Puma. El agente se paró de un salto y un compañero que estaba al fondo, y que también había oído mi extraña e impertinente petición dejó su escritorio y se acercó. Ambos tenían muy mal semblante. “Oiga, ¿qué se cree que esto es una tienda de zapatos? Aquí es una oficina dependiente del gobierno federal y no vendemos fayuca; así es que retírese de inmediato, ¿qué va a pensar la gente que le oiga? Faltaba más”, dijo el segundo hombre. Como ese lugar era un lugar de paso de mucha gente, las personas que circulaban sobre los viejos mosaicos rojos de los portales del ya desaparecido edificio federal se sonreían al escuchar dicha plática. Bastante confundido me alejé de ahí.

Por cierto, nunca compré los Puma. También, por cierto, aquellos agentes aduanales sí vendían tenis extranjeros, sacados ilegalmente del puerto; pero sólo a las personas que conocían, de su entera confianza; y no a cualquier transeúnte desconocido, como era el caso de aquel chamaco atrevido, que era yo. Ellos mismos les pasaban algunas mercancías a algunos fayuqueros, que de esta manera se evitaban la molestia de tener que andarse trasladando hasta La Paz o Los Cabos.

A finales de los años ochenta se creó el tianguis, que se ponía en varias colonias, siendo sus principales lugares de instalación la Unidad Padre Hidalgo los lunes; el miércoles en La Central Camionera, la vieja, en la colonia Libertad; y los sábados en Santiago. Ahí se empezó a dar una mayor permisividad, pues un gran porcentaje de tiangueros eran de aquellos viejos fayuqueros. De vez en cuando todavía tenían problemas con la ley, y tenían que levantar a la carrera sus puestos, y pedir a alguien que vivía en una calle cercana que les permitiera esconder ahí su mercancía, para que no les fuera decomisada. Entre esos, recuerdo que se contaba un comerciante que ahora vende los mismos productos que antaño eran considerados fayuca, importados ya legalmente; pero ahora está establecido y ha prosperado mucho y ganado fama en Manzanillo. Yo le compraba en aquel tianguis de los lunes. Para esa época ya hacían furor los tenis Reebok, en cuanto a los de piel y en cuanto a los de tela, los Vans.

También finalmente se reformó la ley, y ahora se pueden traer de las zonas fronterizas los artículos necesarios para una persona o familia, pero no comprar a destajo, y los productos norteamericanos que se expenden son importados legalmente, generalmente a través de nuestro puerto comercial. Un sector afectado con este cambio fue el de las zapaterías nacionales, algunas de gran calidad en su calzado, fabricado principalmente en la industrial ciudad de León, Guanajuato, como los famosos bostonianos nacionales, que son de los mejores a nivel mundial. Pero la gente prefiere comprar calzado foráneo, así sea de ínfima calidad. Los precios se elevaron por las nubes. A mí ya no me gustan los tenis Puma. Como han pasado los años, dice una famosa canción de Rocía Dúrcal, que aquí aplica muy bien.