Los tiempos de las varazones de pescado en Manzanillo

Este acontecimiento periódico que antes se daba en Manzanillo, y que hoy es cosa del pasa-do, nos da una idea de los cambios en el entorno ambiental que se han dado.

Este acontecimiento periódico que antes se daba en Manzanillo, y que hoy es cosa del pasado, nos da una idea de los cambios en el entorno ambiental que se han dado. Sin embargo, aquella abundancia de peces y mariscos que ostentaba nuestro litoral no ha vuelto a registrarse.

El relato de este fenómeno natural puede hacerse de la siguiente manera: Era un día tranquilo en San Pedrito, La Playita de En Medio y La Perlita, en el que los pescadores ribereños limpiaban y ponían a secar sus redes, reparaban los cascos de sus embarcaciones, desprendiéndoles toda la conchuela pegada.

Por todo el lugar se oía el martillar y el ruido de otras herramientas que se empleaban para la reparación a fondo y construcción de embarcaciones de toda clase en el astillero de Don Miguel Jaramillo, al centro de todo este paisaje paradisíaco de los años 30, 40 y 50.

De pronto, el revolotear de grandes bandadas de aves, gaviotas, pelícanos y rabihorcados parecían presagiar algo en el ambiente costero, y los viejos y experimentados pescadores dejaron sus tareas para empezar a ver hacia el mar.

Entonces, de dos o tres lugares y casi al unísono empezó a surgir una alegre voz en los pechos requemados por el sol de esos humildes pescadores, a los que, sin embargo, nada les faltaba: “¡La varazón! ¡Qué viene la varazón!” Los Jaramillo, los Abaroa, los Cisneros, los Brust, los Nava y los Verde, entre otros clanes familiares del cerro de El Culebro, son algunos de los vecinos originales del barrio de La Playita de En Medio, el cual es uno de los más antiguos del puerto, en ese entonces diminuto y pintoresco. Ellos aún platican de estos años de bonanza pesquera, que hace más de medio siglo que se fueron.

Un poco más allá, antes de llegar a donde hoy se encuentra el campus universitario de San Pedrito, estaban unas chocitas pobres donde acaba Manzanillo, las que eran conocidas por todos como Las Últimas Casitas. Al grito de alerta sobre la llegada del arribazón, un fenómeno que hace mucho que no se da, niños, viejitos, señoras y señores, empezaban a bajar corriendo del cerro, en ese entonces sin andadores, con veredas de pura tierra y piedra, y que en tiempos de lluvias eran unos verdaderos barrizales.

Venían a aprovechar lo más que podían la varazón, armados con grandes baldes preparados exprofeso para cuando se presentara este momento, que se daba varias veces al año.

“La Varazón” a la que se referían los manzanillenses, se trataba de un momento en que, debido a la abundancia de peces, grandes bancos de diferentes especies, compuestos por quizá miles de individuos, se acercaban a la playa y quedaban varadas e imposibilitadas de volver al mar, por lo que eran presa fácil de la gente, que sólo tenían que alargar la mano y tomarlos, mientras se revolvían sobre la arena desesperados por volver a su momento y tomarlos, mientras se revolvían sobre la arena desesperados por volver a su elemento, ya que no podían respirar por sus branquias el oxígeno.

En momentos, un bote de una familia pobre se llenaba, y en operación cadena era recogido y pasado hasta la casa en lo alto del cerro por los miembros de la parentela, mientras otro bote se empezaba a llenar. A veces una familia lograba llenar tres o cuatro cubetas, si les iba bien y eran rápidos en la labor, porque de repente, así como habían aparecido, los peces desaparecían.

La causa no se conoce, y algunos dicen que quizá los peces eran arrastrados por corrientes o se varaban perseguidos por algún depredador, como aves marinas o peces más grandes.

Lo cierto es que las aves como el pelícano y la gaviota abundan y se congregan donde hay pesca, y eso los pescadores lo saben. Las lanchas de pesca siempre son perseguidas por pelícanos, que tratan de robarles su captura, y los acompañan durante horas, no siendo una visita muy grata para los ribereños, que los tratan de espantar y alejar.

Lamentablemente, desde hace muchos años no se presenta un arribazón en ninguna playa de Manzanillo, y esto es porque ya no abunda la pesca. Ahora hay que salir a buscarla más lejos, y sembrar arrecifes de concreto u otros materiales sintéticos.

Hasta se persigue a estos cardúmenes desde avionetas y helicópteros. Hay jornadas de trabajo en que se regresa sin nada. Verdaderamente han cambiado mucho las cosas en Manzanillo, pues antes la pesca ribereña era una de las principales vocaciones del puerto, y hoy aparece hasta el final de la lista.

De aquellas familias del cerro frente a La Playita muchos ya no viven, porque el ciclón del 59 acabó con muchas, pues a diferencia de otros cerros poblados del casco viejo, ahora llamados sectores, este es de tierra y no de roca. También a principios de los años 80 hubo otro gran temporal que ocasionó deslaves con pérdidas humanas que lamentar.

En mayo de 1960, cuando apenas nos reponíamos como ciudad al embate del ciclón del 59, se dio una salida del mar en todo el frente de playa. La marea se vino sobre las casas y llegó hasta el pie del cerro, tumbando muchas cosas en el astillero y causando alarma en toda la gente.

Después se supo que este movimiento inusual del mar fue a causa de un gran terremoto que sucedió en Valdivia, Chile, y que se sintió en todo Sur y Centro América. Afortunadamente no se perdió ninguna vida, porque en ese momento no había niños pequeños sobre la orilla, pero sin duda se trató de un maremoto de pequeñas proporciones, que solamente se quedó en el anecdotario.

Lo cierto es que, ante tal estado de la naturaleza, tan productiva en esos tiempos, aún la gente no padecía hambre, pues también sacar jaibas o patas de mula en la laguna de San Pedrito se podía hacer con la mano. En los alrededores de la playa de San Pedrito también se podía juntar fruta de los árboles.

Los arribazones aquellos de pescado terminaron hace ya más de cuarenta años, y no hay visos que se vuelvan a presentar pronto, a como están las cosas.