Una de las cosas bonitas que teníamos los porteños antaño era el poder ir a pescar a cordel. Quienes agarraron esa bonita y relajante afición, continúan con ella hasta la fecha.
PARA COMER, RELAJARSE Y HACER AMISTADES
Había varios lugares para practicar este deporte, pero algunos de los más visitados eran el Puente de Ventanas, El Túnel, y algunos años después, cuando se permitió hacerlo, porque se sacó al tren del sitio, el muelle fiscal. Es una ocupación provechosa, ya que lo mismo da para comer, puede venderse el producto para ayudarse económicamente o, simplemente, para relajarse del estrés de la vida cotidiana.
También es excelente para hacer amigos, pues mientras se pesca, la gente platica sus anécdotas, se comparten trucos, secretos para tener mejores resultados y los alimentos que se llevan, generalmente botanas. El Puente de Ventanas, por la salida a Campos, era uno de los lugares más queridos, desde los años setentas en que se abrió para comunicar el mar con la laguna, aunque tuvo su mayor auge cuando se hizo el relleno de lo que hoy conocemos como El Tapo.
Muchas familias se reunían ahí por las noches, donde hasta asaban sus pescaditos en braseros, en cuanto eran sacados, obviamente luego de lavarlos y hacerles sus rayas laterales con un buen cuchillo. Nunca voy a olvidar que cuando mi papá nos llevaba a toda la familia, a la que escribe le causaba diversión el sacar algún pez; pero cuando veía en el anzuelo el colorido de éste, me enternecía tanto, que lo quería devolver al agua. Mi padre me explicaba entonces que eso ya no se podría hacer, porque si no me lo comía yo, se lo iba a comer algún otro animal marino en cuanto cayera al agua, porque ya estaba herido.

Pescador arribando a San Pedrito.
PACIENCIA Y SOPORTAR A LOS ZANCUDOS
He de confesar que en lo personal no me gustó la pesca, pues para practicarla se requiere de grandísima paciencia y valor para soportar el zancudero en algunas zonas. En el caso del Puente de Ventanas están los temibles jejenes, que todavía son más bravos. Algo muy curioso que ocurría también en este lugar era que, de tantísima gente que acudía al mismo tiempo a sacar sus pescados, se hacían verdaderas tarrayas entre las innumerables cuerdas de todos los que ahí se reunían, y a veces, sin ni siquiera tocar el agua todavía. En otras ocasiones, cuando se pegaba un pez al anzuelo, todo mundo se peleaba por él, pues al jalar la cuerdita, resulta que estaba bastante enredada con otras, ocasionando algunas disputas, pues a cuál más discutía que la presa era suya. Finalmente, tenían que cortar las cuerdas, y el pescado se perdía.
Lo que sí me gustaba mucho era escuchar las fabulosas pláticas que entre los aficionados a la pesca se contaban, pues eran demasiado fantasiosas, como es muy común entre los pescadores, pues no faltaban los osados que presumían haber pescado en otros océanos, aunque en la realidad en toda su vida nunca habían salido de México, y quién sabe si hasta de nuestra entidad. Otros decían haber tenido encuentros cercanos con grandes monstruos marinos, entre los más destacados El Gentil y los extraterrestres.
CUENTISTAS Y LITERATOS EN POTENCIA
Además, se encontraban los que decían que para pescar se metían a cuevas o cavernas ubicadas en sitios apartados y misteriosos, encontrándose grandes tesoros, pero que, por lo mágico o embrujado del lugar, casualmente nunca podían sacar; pero se prometían algún día regresar por estos. Por sentido común, todas esas anécdotas eran muy “colgadas”, como se dice popularmente; pero era bastante divertido escucharlas. Sin embargo, era sorprendente como utilizaban su imaginación para contar tan gratas hazañas novelescas, improvisando sobre la marcha. Estoy segura que si ese talento nato de los pescadores se explotara, saldrían de ahí excelentes obras literarias, muy emocionantes y de mucha calidad.
Cualquiera podría decir que los pescadores son muy mentirosos, pero yo me prefiero quedar con la idea que muchas de ellas son grandes novelistas aún no descubiertos, que transcurren en el anonimato. Si se aplicara psicología a esto que les cuento, diría que esas grandes obras que ellos contaban, eran producto del relax y la paciencia que fomentaba la pesca a cordel, pues desestresaba tanto, que se daban el lujo de componer grandiosas historias. Eso sí, todos aseguraban haber sacado el pez más grande.
LAS HISTORIAS DE EL TÚNEL
En la zona de El Túnel, principalmente por la calle Hidalgo, también iban muchos a pescar, pero no tantos como en el Puente de Ventanas, ya que ahí predominaban los adolescentes y niños, quienes vivían en los alrededores de ese sitio. No faltaba, sin embargo, uno que otro adulto que aventaba su tarraya, pero los niños y adolescentes eran los que predominaban, combinando la actividad de pescar con la diversión, pues se bañaban en la laguna y se lanzaban clavados desde la parte alta del barandal o bardita de protección que había por un costado de la calle Hidalgo, sobre la banqueta.
Siempre se cuidaban de que la corriente fuera hacia el vaso lacustre, y no hacia el mar, para que, si estaban pescando, no jalara sus cuerdas hacia la negra boca del túnel, y si se estaban bañando, no los fuera a arrastrar hacia allá. La bañada generalmente era cuando terminaban de pescar, como una forma de celebrar que habían terminado. Estos niños eran excelentes nadadores y clavadistas, ya que ese cuerpo de agua no tiene poca profundidad.
Todos hablaban también del enorme mero que se dice que vive al interior del túnel, aunque no pasa al parecer de ser una leyenda, porque el mero que hubiera ahorita, sería bisnieto o tataranieto del original. Igual que la enorme y monstruosa mantarraya que toditos los que van a pescar a Ventanas ven salir del canal. Quizá esos animales se hayan visto alguna vez por algunos cuantos, pero para hacerse los interesantes, todo mundo afirma seguirla viendo a cada rato, y no falta el que diga que la ha capturado.

Pescadores Laguna de Cuyutlán.
LA ALTERNATIVA DEL MUELLE FISCAL
Otro punto de pesca a cordel fue el muelle fiscal. Este lugar también llegó a abarrotarse en los años noventa y dos mil. Aquí quise retomar el hobbie de la pesca al lado de mi esposo y amigos, y he de decir que tampoco tuve mucho éxito, pues, a decir verdad, nomás iba a remojar los anzuelos y la cuerda; pero muchos porteños que seguramente tenían mejor técnica y talento que yo, llenaban hasta cubetas de peces.
Tristemente, este lugar, que era la recreación de muchísimas familias, y hasta el sustento de algunas, que cuando no tenían dinero sacaban de ahí su cena, ya fue privatizado, para uso exclusivo de la llegada de cruceros, impidiéndole a la población el poder pescar. Un espacio menos.
Sé que actualmente hay algunos grupos de amigos porteños aficionados a la pesca, que gustan de ir a ejercerla hasta por allá por Tepalcates, pero ya es muy lejano, queda a trasmano, y, por lo tanto, no cualquiera puede ir; así que es un grupo muy reducido.
A muchos niños y adolescentes les gustó muchísimo la pesca, tanto que, al llegar a la adultez, siguieron practicando tan honroso oficio, ya con más seriedad, y para mantenerse en la vida.
Pero, si algo he de destacar, es que muchos de esos jovencitos eran acompañados por su papá, y aquí sí no por la mamá, o solo en muy raras ocasiones. Pero por lo general era algo muy bonito que se tenía entre los padres varones y sus hijos, y que hoy en día, esa hermosa afición se ha ido perdiendo por falta de tiempo, pues muchos padres ya no disponen de él por los esclavizantes horarios de trabajo que se acostumbran en Manzanillo, y también por falta de espacios para ejercer la pesca a cordel, pues, debido al crecimiento portuario, estos últimos se están acabando y además, el producto marino también se ha ido extinguiendo por la misma razón, el crecimiento y desarrollo industrial, así como la contaminación que éste genera.
¡Ah, qué tiempos aquellos!