Además del diseño adictivo de las aplicaciones, varios estudios aclaran los mecanismos que hacen que sea fácil perder la noción del tiempo una vez que se entra en un bucle de actividad digital
Existe bastante controversia sobre la relación entre el uso del smartphone y los problemas de salud mental, hay un enfoque innegable: muy poca gente se levanta y piensa “hoy voy a pasar cuatro horas mirando el teléfono”; y, sin embargo, el dispositivo acaba absorbiendo nuestra atención durante ese tiempo.
Uno de los principales culpables de que el smartphone nos absorba sin que nos demos cuenta es el diseño de las aplicaciones, pensado precisamente para atrapar y hacernos querer volver. “El ser humano se mueve, a grandes rasgos, entre dos grandes objetivos: evitar el dolor y buscar el placer. Estos dispositivos están diseñados para eso, para recibir a través de estas recompensas (los likes, las notificaciones), un chute de dopamina. Nos sentimos alegres, entretenidos”, señala Gabriela Paoli, psicóloga experta en adicciones tecnológicas.
Algunos estudios han investigado ya partes más específicas sobre por qué cuesta tan poco entrar y tanto salir. Un ejemplo: pese a que la lógica nos dice que, si ya hemos visto varios contenidos similares, seguramente querremos cambiar de actividad, se ha probado que lo que pasa es lo contrario: según un estudio publicado en 2021, los usuarios que habían visto cinco vídeos musicales seguidos tenían un 10% más de probabilidades de elegir ver otro más que quienes habían visto tan solo uno. Si, además, percibimos que esos vídeos pertenecen a la misma categoría, es un 21% más probable que veamos uno más.
Paoli coincide, haciendo referencia a cómo en ese bucle disminuyen nuestros niveles de autoconsciencia con la desaparición de esas señales del exterior. Pero esas señales disminuyen significativamente al estar en el teléfono; o viendo una película o con un videojuego, porque estamos con el ruido, con las luces, con los brillos.
Si bien es cierto que en ese estado de absorción se entra también dedicándonos a muchas otras actividades, como ver una película, el hecho de que las redes no tengan final es lo que lo convierte en más peligroso. Paoli añade otro factor fundamental: el autoengaño. “Lo de decirse ‘me paso un ratito en el móvil y luego ya trabajo’ es posponer conscientemente y procrastinar todo lo demás para poder estar conectados”, señala.
Una consecuencia de todo esto es que no solo cambia nuestra percepción del tiempo mientras estamos en el móvil, sino también, si el uso es muy intensivo, la de cualquier otra situación en la que nos encontremos: sentimos que el tiempo pasa más rápido, algo muy relacionado con esa sensación tan contemporánea de sentir que no nos llega el tiempo para nada. Ya en 2015, en una investigación se comparó a personas que estaban siempre conectadas con otras que apenas usaban la tecnología para ver cómo percibían el paso del tiempo.