En una era donde la globalización parece devorar los vestigios de nuestra identidad, iniciativas como la propuesta del Club Primera Plana en Colima emergen como faros de resistencia cultural y progreso visionario. El pasado sábado 4 de octubre de 2025, durante un desayuno de trabajo con egresados del Instituto Politécnico Nacional residentes en Colima en el restaurante “La Troje”, el Capítulo Colima de esta asociación de periodistas lanzo una idea audaz: rescatar el edificio histórico ubicado en 5 de Mayo #36, declarado Palacio Federal en 1858 por el presidente Benito Juárez.
Este inmueble, hoy sumido en el abandono desde hace décadas, no es solo un caserón deteriorado; es un símbolo vivo de la lucha liberal por la República, un testigo mudo de cómo Colima se convirtió, por 15 días, en el corazón palpitante de México. Como colimense orgulloso, veo en esta propuesta no solo un acto de preservación, sino una oportunidad imperdible para transformar nuestro estado en un referente de sostenibilidad y educación, tejiendo el hilo de la historia con las necesidades del futuro.
La importancia de esta iniciativa radica en su capacidad para fusionar el pasado con la innovación, evitando que el patrimonio se convierta en reliquia polvorienta. El edificio, con sus dos plantas y 18 habitaciones invadidas por la maleza, fue el refugio temporal de Juárez y su gabinete durante la Guerra de Reforma (1857-1861), un conflicto que definió la nación moderna al defender la Constitución de 1857 contra los conservadores. En ese breve pero intenso periodo, del 25 de marzo al 8 de abril de 1858, Colima asumió el rol de capital provisional de la República, un honor que elevó nuestro estado de periferia a epicentro nacional.
Juárez, huyendo de las tropas conservadoras que lo habían apresado en Guadalajara, llegó escoltado por figuras como Melchor Ocampo, Guillermo Prieto y el general Santos Degollado. Allí, en ese Palacio Federal improvisado, despachó asuntos de Estado, consolidando la resistencia liberal en un momento de caos. Declarar este edificio como Palacio Federal no fue un gesto simbólico; fue un acto de soberanía que inscribió a Colima en la epopeya juarista, recordándonos que nuestra “familia grande” —como la describió el Dr. Francisco Rivera Alveláis en el evento— ha sido, a pesar de sus disfunciones, un pilar de la democracia mexicana.
La relevancia de esa designación en 1858 trasciende lo anecdótico: representa la tenacidad de un gobierno itinerante que, ante la traición de Ignacio Comonfort y el Plan de Tacubaya, se negó a rendirse. Juárez, liberado apenas en enero de ese año, proclamó su presidencia constitucional en Guanajuato y, ante las victorias conservadoras, se replegó a Colima para reorganizarse. Este episodio no solo salvó la llama liberal —que culminaría en la victoria de 1861—, sino que subraya el rol de regiones como Colima en la forja de la identidad nacional.
En un país donde la centralización ha marginado a los estados periféricos, este hecho histórico valida nuestra contribución: Colima no fue un refugio casual, sino un bastión estratégico que permitió a Juárez zarpar desde Manzanillo hacia Veracruz, reestableciendo el gobierno en la costa. Hoy, en tiempos de polarización política, rescatar este legado es un llamado a la unidad, recordándonos que la verdadera grandeza radica en honrar las raíces sin olvidar las lecciones de resiliencia.
Para Colima y su historia, esta propuesta del Club Primera Plana significa un renacimiento integral. Impulsada por Manuel Godina Velasco, presidente del capítulo local, y respaldada por el Dr. Rivera Alveláis —decano emérito del IPN y catedrático de la UNAM—, la idea transforma el edificio en la sede de una unidad del Instituto Politécnico Nacional (IPN) en Colima. La planta baja acogería un museo dedicado al paso de Juárez, preservando la placa conmemorativa y narrando cómo este sitio fue “la casa donde se alojó el Benemérito”.
La planta alta, en cambio, se convertiría en un centro de investigación sobre economía circular y permacultura, inspirado en la visión de la Dra. Katia Rivera Fernández. Su énfasis en técnicas agrícolas sostenibles —como el uso eficiente del agua de lluvia para combatir la erosión— posicionaría a Colima como líder en regeneración ambiental, aprovechando nuestros tres climas únicos: desde las tierras altas de Suchitlán hasta las zonas tropicales de coco. “Sin suelos no hay comida, y sin comida no hay vida”, advirtió Katia durante el desayuno, un recordatorio de que somos “hijos del maíz” y que cuidar la tierra es cuidar nuestra soberanía alimentaria.
Esta iniciativa no solo revitalizaría un inmueble abandonado desde 1988, sino que inyectaría vida al centro histórico de Colima, atrayendo turismo educativo y fomentando la colaboración con entidades como la Sociedad Colimense de Estudios Históricos, la Asociación de cronistas de Pueblos y ciudades y otros.
En un mundo que acelera hacia el olvido, propuestas como esta del Club Primera Plana nos invitan a pausar y reflexionar. Rescatar el Palacio Federal no es nostalgia; es un pacto generacional por la memoria viva, la educación inclusiva y la sostenibilidad. Colima, esa “familia disfuncional grande” de la que habló Rivera Alveláis con humor, merece soñar en grande. Hagamos que nuestra historia no sea solo recordada, sino habitada. Porque, como bien dijo la Dra. Katia, cuidar nuestra tierra es cuidar nuestra soberanía —y nuestra alma colimense.