Sala de espera.


El significado profundo que tienen las canciones va cambiando con el tiempo, conforme va creciendo uno.

— ¿De qué se habla en una sala de espera?
— De todo. Sólo es cuestión de escuchar
y aguardar el momento.

El significado tardío de las viejas canciones
El significado profundo que tienen las canciones va cambiando con el tiempo, conforme va creciendo uno. La primera vez que estas llegan a la vida, sobre todo si esto ocurre en tiempos lejanos de la infancia, suelen ser escuchadas poniendo la mayor atención al ritmo, los sonidos, la belleza y a la estrofa principal. Más, conforme va creciendo uno, la letra de cada melodía —su contenido verdadero—, comienza a tomar preponderancia para después dejarnos un significado que ya será distinto.
De mi madre aprendí a apreciar la buena música de aquellos setentas que hace mucho que se fueron. Así, cantamos muchas tardes —acompañados por el rasgueo de su vieja guitarra— a Mocedades, con “El vendedor” y “La otra España”; con “El color de tu mirada” o su “Himno” —aquella de “voy a correr caminos de verdad”—. Cantamos también a José Augusto, con “Candilejas”; y a “Pequeña y Frágil” de Sabú. Eran los tiempos aquellos en que se apreciaba la costumbre de interponer versos recitados entre las estrofas de cada melodía; y aunque también puedo decir que crecí escuchando a Demis Roussos en la radio, con “When I am a kid”; o canciones estridentes como “Nunca te cases con un ferrocarrilero”, o más suaves como “El último tren a Londres”, las canciones que más disfruté en la vida fueron aquellas baladas cursis que había en español y a las que siempre regresaba: “…Quiero recordar esta noche, momentos que no volverán…”, como interpretaban “Los Pasteles Verdes” a Raúl Arias.
Pero había de todo: así, “Rosas en el mar” era un ejemplo de canción de protesta, cuyo significado comprendí tardíamente, muchos años después, cuando el concepto de libertades sociales tomó un mayor significado, y cuando pasaron a segundo término los recuerdos de los atardeceres en casa y la imagen de aquella grabadora Sanyo, traída de fayuca desde el puerto, que nos obligaba a anotar en libretas pautadas, el orden en el cual se habían grabado las canciones, sobre la superficie de aquellas cintas magnéticas de casete. No había otra forma, si es que queríamos localizarlas más rápido, después. Y aunque de estas, era imposible evitar el sonido permanente de la “zzz” pasando por la cinta, éramos felices escuchando esas canciones.
Hoy que la vida ya ha marcado algunos años en mi rostro, el significado antiguo de las viejas melodías se acrecienta. Esto ocurre tal vez, porque las viejas canciones se van comprendiendo de un modo distinto; como si se estas se añejaran con el tiempo. Además el paso de la vida, lo pone a uno —después—, en el mismo camino sinuoso que inspiró alguna vez a cada autor; y entonces, se vuelve fácil comprender todo mensaje de esperanza, aun cuando el vendedor no haya logrado vender nada aún en la plaza vacía; es más fácil comprender el amor —como emoción profunda— porque, como tantas veces ha pasado, surge a veces imponente a partir de una mirada; y es más fácil comprender también, cuán efímera puede ser —en nuestras vidas— cualquier felicidad que, entre candilejas, haya llegado un día, a iluminar el camino a veces largo y a veces breve de nuestra existencia.