Sala de espera.


Si en el camino de la vida se tiene un tropiezo, siempre habrá alguien que extenderá su mano solidaria y guardará el debido respeto a la dignidad de quien se cae.

— ¿De qué se habla en una sala de espera?
— De todo. Sólo es cuestión de escuchar
y aguardar el momento.

Acrobacias
Si en el camino de la vida se tiene un tropiezo, siempre habrá alguien que extenderá su mano solidaria y guardará el debido respeto a la dignidad de quien se cae. Mucho de esto y más, podríamos aprender de los ejemplos que nos dan muchas personas, incluso en la etapa de su infancia.
Había concluido ya el primer año escolar, como mejor podría haber sido. En la escuela primaria, transcurrían con éxito los ensayos para el festival de fin de cursos. Se habían sacado al patio los mesa-bancos de las aulas, a fin de que en estos, pudieran permanecer sentados, los padres de familia.
En estos mesa-bancos o pupitres, habíamos pasado infinidad de horas de estudio, en el ciclo escolar que se acababa. Era un mobiliario que había ocupado, por muchos años ya, los espacios en las aulas de primaria del país. Precisamente, en uno de esos, además de practicar mis letras iniciales, conocí también el sentimiento de vergüenza.
Uno de estos pupitres me tumbó, si puede así decirse, por andar fanfarroneando habilidades acrobáticas que nunca tuve y buscando, con ello, la atención de Lupita. Caí de espaldas, por mecerme con infantil necedad, sobre el antiguo mesa-bancos de madera apolillada, que hacía un chirrido curioso con cada movimiento. Tras un golpe en la cabeza, apareció lo que llamaba entonces, un “chipote” doloroso, verdadera protuberancia amoratada.
De inmediato llegó a asistirme la maestra, y a revisar el sitio de mi prominente contusión. Sobó después el sitio lastimado, para expiar quizás un poco, su injusto sentimiento de culpa, por lo que le había ocurrido a este niño inocente, que no estaba haciendo otra cosa que estar sentado, como gallo, sobre el infeliz pupitre, que no pudo más.
— ¡Jesús! —gritó la maestra; pero, como no me llamo Jesús, alcancé a entender que no se refería a mí— ¿Te lastimaste?
«No…no me lastimé, sólo me hice un “chipote”, pues tenía ganas de tener uno» me dije un poco molesto, en el interior de mi atolondrado pensamiento y con mi lenguaje de niño.
La maestra valoraba si debía llevarme al “Seguro Social”. Ese hospital estaba a unos pasos, solamente, de la escuela: apenas cruzando la estrecha calle de Corregidora.
— ¡Levántate! ¡Levántate! —me dijo, como si yo hubiera sido Lázaro. Yo sólo respondí, en mi mente confundida, con un: «Sí, pero deja de agarrarme la pata, para poder hacerlo…y vete de aquí para que no se dé cuenta Lupita». A esa edad, mi lenguaje sobre anatomía humana no daba para más. Hoy expresaría, tal vez, que mi querida maestra “me sujetaba de una pierna”.
Debió ser un buen susto para todos. Para mí fue sólo motivo de pena. En situaciones como esta, lo que pide uno es que no le opriman la cabeza así, con “chipote” incluido, y que mejor le ignoren; que se vayan y desaparezcan todos. Sólo así sería posible que este niño pudiera levantar la dignidad un poco, y hacer que no ocurría nada, que había sido planeado todo. Después, ya podría quedarme a solas, sintiendo el “chipote” palpitante, vivo.
Ella, en cambio, me vio únicamente de reojo y me mostró una gran sabiduría, como pocas personas la tienen desde inicios de su infancia. A pesar de lo breve de su edad, tuvo la inteligencia y cortesía de pretender que no había atestiguado la caída, que sólo había visto los momentos estelares de mi heroica acrobacia y que, instantes previos al bochorno, ya estaba dirigiendo su mirada hacia otra cosa. Pensó tal vez que, así, este niño contundido podría seguir tranquilo, porque ella no se había dado cuenta. Pero yo sabía que sí. Ya qué.
He hecho a un lado de mi vida las proezas acrobáticas, las cosas que no me quedan, los giros que pueden ser mortales. Y me he dedicado desde entonces, al trabajo callado; ese que se hace sentado en un cómodo aposento, sobre sillas que se mecen en silencio, suavemente, mientras escribo, recordando el ayer que me enseñó a ser lo que ahora soy.