— ¿De qué se habla en una sala de espera?
— De todo. Sólo es cuestión de escuchar
y aguardar el momento.
Regresando
Lo que más me impresionó, no fue que las cosas hubieran cambiado tanto. Me impresionó cuán distinto eran, mis recuerdos, de la realidad que me encontré al volver. Lo que más me impresionó fue que los árboles —que al partir de ahí, llegaban apenas a la altura de mis hombros—, hoy eran más altos aún, que el edificio enorme en el que culminé algún día, con mi especialidad. Hoy daban una sombra hermosa y hacían más fresca la explanada que, ayer, parecía una plancha de concreto bajo el sol.
Caminando una vez más, entre las veredas serpenteantes de concreto del jardín, pude encontrarme a una antigua compañera del servicio. Me evocó de inmediato aquellos años que pasé por la Unidad de Investigación. Le abordé con la familiaridad amistosa de tanto tiempo compartido y le pedí, con entusiasmo, que pudiera enviarle mis saludos a todos los demás.
—Ya no les he visto desde hace mucho tiempo, ¿sabes? —me dijo, mirándome, extrañada.
—¡Oh! El tiempo pasa pronto —atiné a decirle.
Ella se encontraba ahí, casualmente como yo, para atender otros menesteres. Para ella habían pasado ya ocho años de su jubilación. De modo que muchos de aquellos que alguna vez formaron parte diaria en nuestras vidas, ni siquiera seguían ya, ahí, en el bello edificio que, con cuatro niveles había resurgido cual fortaleza de concreto, apenas unos años después de aquellos sismos del 85.
Tendría que renovar en mi mente, mis recuerdos, si quería que estos fielmente se apegasen a la realidad que hoy imperaba. Los frondosos árboles habían crecido tanto, que hoy anidaban a todo un ecosistema, que ahora se escuchaba al caminar, bajo sus sombras. La gente, en cambio, la que había estado ahí por tanto tiempo, se había marchado ya. Y, seguramente, esos cubículos, aquellos que acunaron alguna vez a las mentes más brillantes del país, ahora hospedaban los esfuerzos de las nuevas promesas de la ciencia y medicina.
Algunos de ellos, los que estuvieron conmigo, se habían marchado ya, a otro plano de existencia; su recuerdo perduraba solamente en fotografías de pared y, uno que otro, se perpetúa en escultura merecida, a la entrada del complejo hospitalario.
De mi parte, ya no había más a quien visitar, en esos espacios que fueron tan míos un día. Me sentí descubierto en mi propia ingenuidad. Era como pretender, que uno va a encontrarse con la misma gente que le acompañó algún día, en el mismo vagón del metro y en determinado tramo de un camino recorrido. Pero esto, no es así. La gente pasa, los lugares quedan; y así, nos convertimos después en el recuerdo de algunos y en el olvido de todos. Unos, antes; y otros, después. Pero, todos, al fin.
