Sala de espera.


Profesora Esthela López Ramírez.
Autor: Tafoya. Técnica: Retrato a lápiz, técnica de esfumado. Se desconoce año.

La educación es uno de los procesos más importantes de una sociedad; fortalecerla constituye una inversión social con miras al futuro.

| 16 de mayo de 2025

 

— ¿De qué se habla en una sala de espera?
— De todo. Sólo es cuestión de escuchar
y aguardar el momento.

 

A mi maestra

La educación es uno de los procesos más importantes de una sociedad; fortalecerla constituye una inversión social con miras al futuro. Como es el tiempo de conmemorar a maestras y maestros, apelo a la generosidad de su comprensión, al permitirme compartir con ustedes, un añejo manuscrito que hice público hace más de cuarenta años.
Hago esto, porque en ello va también mi reconocimiento perdurable a quienes, con su trabajo diario desde las aulas, construyen el futuro de la patria.

 

“A mi maestra:

Hoy encontré por la calle a mi maestra Esthela. Y mi corazón se llenó de alegría al mirar su rostro sonriente, como siempre, enmarcado ahora por el color plata de sus cabellos.
Hoy la encontré por la calle, y emocionado atiné tan sólo a saludarle: “Hola, maestra”. Y para asombro mío, respondió con alegría diciéndome: “Adiós, Carlos”.
“Adiós, Carlos”… como si ayer me hubiera dado clases, como si diez años sólo fueran un suspiro. ¡Cuántos gises han pasado y todavía recuerda a sus alumnos, como nosotros a ella!
La recuerdo siempre. La recuerdo repitiendo —sonriente— las vocales, mezclada su voz con el murmullo infantil que ya se ha ido y que ahora seguramente ocupa salones universitarios.
La recuerdo siempre, llenando de énfasis sus palabras y de impetuosa vocación sus acciones. Su mirada siempre fue un impulso seguro y en cada falla con las cuentas preguntaba, benévola: “¿Qué pasó? ¿No has entendido?”
Ahora le puedo responder a mi maestra: “Sí he entendido… he entendido que el recuerdo de un maestro no se borra; y mucho menos cuando se trata de una buena maestra”. Mi maestra Esthela. La que en ceremonias de los lunes buscaba siempre algo nuevo, la que en festivales ponía su empeño en prepararnos un número para bailar. Frescos todavía los recuerdos tengo.
Pero hoy, ya no es lo mismo. Hoy su figura se nota más cansada; pero en su mirada fulgura la alegría que llena su alma: la alegría de ser maestra. La alegría de ser estela en un mar de alumnos. ¡La alegría de vencer el tiempo y vivir para siempre en el recuerdo!
Hoy ya no es lo mismo. Ya no es la voz que un día tuve; ya no son mis mismas manos, ni mis emociones son iguales…pero ¡Cómo quisiera volver a formar ese murmullo, repitiendo a cada instante las vocales! Cómo quisiera seguirla viendo cuando explica —con su acento lleno de ilusión—, un nuevo tema. Volver a tener en mis libretas la letra “A” mezclada con su firma.
Hoy encontré a mi maestra Esthela, como siempre, ayudando a cruzar la calle a sus alumnos. En la misma escuela. Dando clases a los niños de primero, en los muros de aquella “Libro de Texto Gratuito” que un día cobijó mis ensueños.
Hoy hace diez años que fue mi maestra de clases… y ahora sigue siendo mi maestra porque con un sólo gesto suyo me ha enseñado, que los años no cuentan si se vive contento con su vocación; si se vive con la ilusión diaria de llamarse “Maestra” en toda la extensión de la sublime palabra.
Mi maestra Esthela, la que a menudo recuerdo, la que me llena de alegría al ver que, para ser maestra, tuvo y tiene vocación magisterial.
Hace diez años me enseñó a escribir y hoy, con las mismas letras, la describo. La describo para así dejar, en una hoja, su recuerdo eterno… perdurable.
Gracias Maestra”.

 

El texto que aquí se ha compartido fue reconocido en el marco de un certamen denominado “Describe a tu maestro inolvidable”, convocado —en su momento— por la radiodifusora XERL con el patrocinio de una empresa colimense que se promocionaba vendiendo barato.
Mi maestra Esthela López Ramírez —a quien describía entonces— no está más entre nosotros; pero, estoy seguro que su espíritu de entrega hacia la infancia sigue tan vigente como ayer, en el trabajo de miles de maestras y maestros, quienes continúan hoy construyendo sociedades; quienes siguen inspirando a la niñez y juventud de nuestra patria y quienes cada día tienden sus manos para brindar su ayuda al transitar la educación: siempre por el cauce correcto, por ese camino que lleva —finalmente— al glorioso destino que todo ser humano merece, para beneficio de la sociedad y de los suyos.