Salir de la prepa


Cada día frente a grupo es una oportunidad para sembrar no sólo conocimientos académicos, sino también valores, motivación, sentido de propósito y confianza en uno mismo.

En unos días cerraré un nuevo ciclo escolar, esta vez con una mezcla de emociones difícil de describir. Como docente de bachillerato en la Universidad UNIVER Colima he tenido el privilegio de acompañar a varias generaciones, pero esta vez, es la primera vez que estoy con ellos desde que entraron hasta que salieron.
No es sólo que concluyan sus estudios de prepa; es que están por dar el siguiente paso hacia la vida adulta, hacia la universidad, el trabajo, o cualquier camino que decidan tomar. Ahora, después de haber caminado a su lado, también cierro un ciclo con ellos, con la esperanza de que lo sembrado en el aula siga dando frutos fuera de ella.
No hay mejor lugar para comprender la importancia del papel del maestro que una escuela. Lo expongo con la nostalgia de haberlos visto llegar, a niños y niñas rebeldes en plena adolescencia, y verles, ahora, convertidos en hombres y mujeres.
Cada día frente a grupo es una oportunidad para sembrar no sólo conocimientos académicos, sino también valores, motivación, sentido de propósito y confianza en uno mismo.
El aula es un espacio donde la juventud construye su identidad, cuestiona al mundo, se cae, se levanta y, en muchos casos, se encuentra a sí misma. Como docente, he aprendido que nuestras palabras y acciones pueden tener un eco duradero en la vida de nuestros estudiantes. Una frase de aliento puede convertirse en un motor, una corrección a tiempo puede evitar un tropiezo mayor.
Durante estos tres años, he visto a muchos de ellos transformarse. Llegaron al primer semestre con miradas inciertas y, a veces, con la rebeldía propia de la adolescencia. Ahora, los veo partir con una madurez que, en algunos casos, me emociona.
Algunos ya tienen claro qué carrera seguirán, otros aún no lo saben del todo, pero lo importante es que todos han crecido, aprendido y vivido experiencias que los marcarán. No todos seguirán estudiando, lo sé; algunos tendrán que incorporarse de inmediato al mundo laboral.
Y esto no lo veo como una derrota. No es una derrota, ni un fracaso: es parte de la realidad que viven muchas familias en nuestro país. Pero eso no impide que puedan seguir aprendiendo, ni que sean personas de bien.
Ser “persona de bien”. Esa es, para mí, la meta más importante. Más allá del título universitario o del empleo que consigan, deseo que cada uno de mis estudiantes actúe con responsabilidad, con empatía, con honestidad.
Que sepan que la vida no siempre es lineal ni justa, pero que cuando uno actúa con propósito y con principios, las cosas —tarde o temprano— encuentran su cauce. La formación académica es valiosa, sí, pero es la calidad humana lo que define el verdadero éxito.
He tenido la oportunidad de hablar con muchos de ellos en los pasillos, fuera del horario de clase, en momentos que a veces valen más que cualquier lección formal. Me han compartido sus sueños, sus dudas, sus miedos.
También, en muchos trabajos, me han hablado de sus logros, grandes o pequeños, pero importantes. En esos intercambios, uno comprende que ser maestro es también ser guía, escucha, referente. No somos figuras perfectas, ni pretendemos serlo. Pero sí aspiramos a ser una presencia significativa. A veces basta con estar ahí, con escuchar sin juzgar, con decir: “Sí puedes”, para cambiarle el día a un joven.
Sé que vendrán nuevos grupos, nuevas generaciones. Pero no puedo evitar sentir nostalgia al despedirme de esta. Hemos compartido tanto, aprendido juntos, superado obstáculos, como la adaptación tras la pandemia, las dudas existenciales, los desafíos personales que es imposible no crear un lazo. Les he dado lo mejor de mí, y estoy seguro de que me han hecho mejor persona.
Lo esencial es que caminen con integridad. Que recuerden que el mundo necesita más personas honestas, justas, compasivas. Que la verdadera educación no termina con un diploma, sino que sigue con cada decisión que tomamos.
Y a mis colegas, maestros y maestras que también están cerrando el ciclo: recordemos que lo que hacemos sí importa. Que nuestro trabajo, aunque a veces parezca invisible, deja huella. Que educar no es sólo instruir, sino también inspirar. Que cada joven que ayudamos a creer en sí mismo, estamos contribuyendo a un futuro mejor.
Termina el ciclo escolar, pero no nuestra labor. Porque cada vez que uno de nuestros alumnos cruza una meta, nosotros también avanzamos. Porque enseñar no es sólo dar clases: es confiar, acompañar, sembrar. Y al ver a esta generación partir, me queda la certeza de que algo bueno está por venir. Que estos jóvenes, con todo lo que llevan dentro, harán del mundo un lugar más justo, más humano, más lleno de esperanza.
Gracias, generación que parte. Gracias por dejarme ser parte de su historia.