Sor Juana Inés de la Cruz es una de las filosofas y escitoras más importantes de México, sus escritos aún siguen teniendo gran peso como inspiración de nuevas generaciones
Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695) fue una mujer sumamente valiente e inteligente, es la última gran poeta de los Siglos de Oro de la literatura en español. Su vida intelectual fue muy intensa y abarcó todos los saberes de la época. Escribió numerosos poemas líricos, cortesanos y filosóficos, comedias teatrales, obras religiosas y villancicos para las principales catedrales del Virreinato. Inscrita en el estilo barroco, su poesía es rica en complejas figuras del lenguaje, conceptos ingeniosos y referencias a la mitología grecolatina.
Durante su vida, la obra de sor Juana gozó de gran popularidad. Gracias a sus relaciones cercanas con los virreyes, fue publicada en España y leída con asombro en muchas partes del Imperio. Su poesía destaca por una deslumbrante belleza sonora, ingenio refinado y profundidad filosófica. Los siglos XVIII y XIX, dominados por un gusto adverso a la estética barroca, la desdeñaron, pero en el siglo XX se revaloró a sor Juana como un clásico extraordinario de la literatura hispánica.
De acuerdo con la estética renacentista de la imitación, sor Juana siguió los modelos literarios de la época y en muchos casos los superó. Sirvan de ejemplos el poema Primero sueño, la comedia Los empeños de una casa o el auto sacramental El divino Narciso, así también, Respuesta de la poetisa a la muy ilustre sor Filotea de la Cruz –normalmente presentada como Respuesta a sor Filotea de la Cruz– que es uno de los textos en prosa más importantes de toda la literatura novohispana.
Sor Juana Inés de la Cruz, cuyo nombre secular fue Juana Ramírez de Asbaje, nació en la Hacienda de San Miguel de Nepantla, actualmente en el Estado de México. Según la Vida, biografía escrita por el sacerdote jesuita Diego Calleja e incluida al comienzo de la Fama y obras póstumas publicadas en 1700, sor Juana nació el 12 de noviembre de 1651.
Puesto que sor Juana deseaba entregarse completamente al estudio y no estaba interesada en el matrimonio, siguió el consejo del padre Antonio Núñez de Miranda, confesor de los virreyes, y entró al Convento de San José de las Carmelitas Descalzas. Incapaz de resistir la austeridad y disciplina de esta orden, la dejó por motivos de salud para finalmente profesar como religiosa en el Convento de San Jerónimo en 1669, bajo el nombre de sor Juana Inés de la Cruz.
Durante su juventud, el prestigio de sor Juana provocó que distintas instituciones le encargaran poemas como el Soneto fúnebre a Felipe IV (1666), un romance al arzobispo fray Payo Enríquez de Rivera (1671), sonetos fúnebres al duque de Veraguas, un soneto acróstico a Martín de Olivas (1673) y sonetos fúnebres por el fallecimiento de la marquesa de Mancera (1674).
En 1689 se publicó en Madrid la Inundación castálida, que difundió la poesía de sor Juana en los territorios del Imperio español; fue acogida con mucho entusiasmo. El “Prólogo al lector” y los epígrafes que preceden cada uno de los poemas fueron escritos por Heras y constituyen un valiosísimo testimonio del modo en que la obra de sor Juana fue interpretada en su momento.
Antes de este libro, la obra de sor Juana sólo se conocía en Nueva España, donde se habían impreso algunos poemas protocolarios y varias series de villancicos (la primera de estas colecciones se publicó en 1676 bajo el título Villancicos que se cantaron en la Santa Iglesia Catedral de México en honor de María Santísima, Madre de Dios, en su Asunción triunfante). Entre 1689 y 1700, se publicaron tres tomos: Inundación castálida (1689); Segundo volumen de las obras (1692) y Fama y obras póstumas del Fénix de México (1700), los cuales incluyen gran parte de la obra de sor Juana y tuvieron sucesivas reimpresiones que llegan hasta 1725, en varias ciudades de la península Ibérica (Madrid, Barcelona, Zaragoza, Valencia, Lisboa y Sevilla).
La activa vida intelectual de sor Juana le produjo diversos conflictos eclesiásticos, pues la ideología de su tiempo excluía a las mujeres del debate teológico y filosófico. En 1690 escribió una crítica al Sermón del Mandato del afamado predicador portugués Antonio Vieyra, el cual fue publicado como Carta atenagórica por el obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz.
En 1694, sor Juana confirmó sus votos religiosos y protestó defender la Inmaculada Concepción. Puesto que la peste afectó a numerosas monjas recluidas en el Convento de San Jerónimo, y sor Juana cuidaba de ellas, se contagió y murió el 17 de abril de 1695.
Después de su muerte, la fama de sor Juana siguió expandiéndose por el Imperio. Son numerosos los poemas y diversos textos en donde se alaba su obra y vida. Sin embargo, la aversión por el estilo barroco, que marcó el gusto neoclásico en el siglo XVIII afectó muy pronto la apreciación de su obra. Ya en 1726, nos revela Antonio Alatorre, Benito Jerónimo Feijoo afirmó que “lo menos que tuvo fue el talento para la poesía, aunque es lo que más se celebra”.