Segunda y última parte
Cultivar la imaginación de un niño puede permitir que nazca un gran escritor que brinde a la sociedad aportaciones que trasciendan lo local y tengan un impacto en la humanidad, ponderó Melquiades Durán Carvajal, en entrevista para El Noticiero, quien a pregunta expresa recordó cómo empezó este viaje por la literatura, los poemas, los cuentos.
Cuando era niño, en la zona rural nayarita, le tocaba llevar los alimentos a su padre que estaba trabajando la parcela, con caminatas de una hora y otra de regreso. “En esos caminos me acuerdo que siempre iba inventando historias. Me divertía bastante, pero era algo inconsciente. En todas era yo el héroe, que pasaba de una situación a otra, entonces traía ahí un revuelo. Les contaba a mis hermanos más chicos, cuentos; todos eran inventados. Mi contexto era muy limitado; no tenía libros para leer en casa, pues era un rancho”.
Recordó que un día se encontró tirada en el camino una revista Selecciones, que aunque estaba deshojada, empezó a leerla. “Lo leí como tres veces y venía un libro condensado, como es característico. Se llamaba El Milagro Más Grande del Mundo. Era de un avión que estuvo a punto de estrellarse. Me emocionaba tanto, pero no encontraba el final, porque le arrancaron las hojas. Entonces, me regresé al camino a buscarlas. Encontré unas sí y otras no. Aunque no tenía secuencia, armé el final mentalmente y me quedé con mi versión”.
EL DETONANTE
En la secundaria tuvo una maestra de español que “la recuerdo con mucho cariño. A todos les caía mal, porque se agarraba hablando del Cid Campeador. A mí me emocionaba tanto que me contara sobre esas batallas. También me narraba de Amado Nervo. Talvez era el único que le hacía caso, porque era una escuela nocturna para trabajadores; eran señores de 50, 60 años, veladores, enfermeras, que les pidieron la secundaria y se metieron a estudiar. Y yo, por necesidad, trabajaba todo el día y estudiaba de noche. Me fascinó”.
Consideró que el detonante de su carrera como escritor fue cuando llegó a estudiar a la Escuela Normal, después de la secundaria. Grandes maestros le empezaron a prestar libros. “Yo leía mucho Julio Verne. Un día estaba leyendo La Isla Misteriosa acostado en el pasto y me dijo un maestro de español –¿Le gusta leer?– Al contestar que sí, me dijo –mire, lea esto– Y me dio El Llano en Llamas. Cuando yo leí eso, pensé: esto es lo que yo quiero hacer”.
Para mí, Rulfo me detonó –confesó–. Es el lenguaje que yo traía, que yo había escuchado, pero no sabía que se valía escribirlo de esa manera. Además, Rulfo es un genio para hablar el lenguaje de los campesinos. Me encantó desde ahí. Luego me trajo Pedro Páramo, que no lo entendí; lo volví a leer, lo volví a leer y bueno.
Ponderó que fueron ciertos maestros los que lo impulsaron a seguir leyendo, atiborrándolo de libros. Demian, de Herman Hesse. Dubliners, de Joyce. “¿Todo esto me estaba yo perdiendo? Luego me entregaron Cien Años de Soledad, y ese sí ya fue el boom; eso es lo que yo quiero hacer”. Al terminar los cuatro años de estudios, había ganado un concurso interno de una obra de teatro y creó un cuento que fue seleccionado.

Maestros pueden impulsar a las infancias prestándoles buenos libros y alimentando su apetito de lectura: Melquiades Durán Carvajal.
YA ESTÁ TODO ESCRITO
Al tener el ímpetu de escribir, le platicó a un amigo sobre su decisión de comenzar a prepararse en cuestiones de técnica y estilo. –¿Y qué vas a escribir? Ya todo está escrito–, “me dijo. Y sí me pegó la frase”. Después de un tiempo, la superó con la premisa de que, aunque las letras y las palabras siguen siendo las mismas, cada quien las cuenta a su manera. Así empezó a escribir las historias del pueblo y ya no paró.
“Las primeras veces hasta me daba vergüenza sacar mis textos. Un día vino un escritor que jamás lo he vuelto a escuchar, se llamaba Edwin Lugo. Yo trabajaba en Minatitlán y llegó a presentar un libro. Nunca había visto una presentación de libro. Al final, me acerqué y le dije –yo también escribo–, contestándome –¿Ah, sí? ¿Trae algo ahí?– Traía un portafolio lleno. –A ver, muéstrame algo– Y ya empezó a leer. –Ah, mira, está interesante. A ver este otro– Poemas, cuentos cortos, cuentos más larguitos. Me dedicó casi como una hora. –Oiga, ¿Y qué hace con todo esto?– me preguntó. –Aquí los traigo– le contesté. –Mira, te voy a dar un consejo. Haz muchos, pero muchos, muchos. Y haz un colchón. Y luego le pones una sábana y te acuestas a dormir– Y ya no me dijo más”.
“Entendí el mensaje; me vine un día a Colima. Conocí al señor Venegas Rincón. Tenía una librería y una tienda de sellos ahí por la Madero. A todo mundo ya le decía que escribía. Me dio una tarjetita y me recomendó ir al Diario de Colima. Me empezaron a publicar, cada 15 días enviaba un texto. Muchas veces salía cortado o le hacía falta algo; como que me enojé y dejé de enviarles. Entonces me puse a estudiar”.
Ejerciendo como maestro de primaria, ganó una beca para estudiar 4 años en la Sociedad General de Escritores de México (SOGEN), entre semana por las tardes de 5:00 a 9:00 y con horario intensivo los sábados y domingos. “Excelentes maestros; lo mejor de ese tiempo. Ahí aprendí, aparte de escribir, pues a leer, a leer mucho. A veces es más importante leer que ponerse a estudiar técnicas”.
IA CONSTERNA
A pregunta expresa sobre cómo vislumbra el impacto de la inteligencia artificial (IA) en la literatura y en general en el arte de la escritura, respondió pensativo: “A mí me tiene consternado este asunto. Muchos dicen que hay que abrirnos a las nuevas tecnologías, pero es preocupante. Yo me jacto de decir que yo identifico un texto cuando no está escrito por un ser humano; tiene un no sé qué, unas palabras mecanizadas que te dan a entender que es algo creado por inteligencia artificial”.
Aunque esto puede mejorar y seguir creciendo, consideró que el ser humano es irremplazable en áreas como las artes. Recordó que con la telesecundaria, se temía que se fuera a desplazar a los maestros en las aulas porque un solo docente impartiría todas las materias a través de una pantalla. “Ya estábamos todos espantados y no, no pasó nada; hay aspectos que siguen siendo irreemplazables como los maestros, como los artistas. Sí es un tema que se debe legislar para evitar el mal uso y podría obligarse a que todos los contenidos creados con IA tuvieran una marca de agua”.
Consideró que la IA puede ser una herramienta para temas de consulta rápida. Ejemplificó que si bien ChatGPT puede crear decenas de haikús en segundos, no lo hace con la esencia del pensamiento del haikú. “No es nada más que tenga las 17 sílabas, sino la profundidad, y eso en el humano se nota”.
Este miércoles 29 de octubre presentará su séptima obra literaria individual, Texticulario, un trabajo de treinta años, a las 19:00 horas en el Salón Verde de la Presidencia Municipal de Villa de Álvarez, con una exposición de sus obras plásticas.
