Desayunando en el restaurante Charco de la Higuera, lugar pintoresco ubicado en el jardín de San José de la ciudad de Colima, comentaba a unas maestras, que eran como flores del mismo jardín, bonitas y alegres, las Ruiz, García, Macías, Aguilar, Amezcua, Langarica, Cruz, que tenía un relato con bonito mensaje, que si me permitían narrárselos, para que a su vez lo contaran a sus discípulos. Con interés aceptaron.
Comenté así: Sucede que, en un bosque, como era normal cada que fallecía La Reina o el Rey de ese lugar, se formaba un comité donde eran representados todos por un grupo de animalitos del lugar, el búho que siempre era el coordinador, colocó carteles convocando a que presenciaran el debate para elegir a una o el más regio espécimen, que en los años futuros gobernara ese bosque.
Se citó en una pradera, que en el centro había un nacimiento de agua y éste formaba un arroyito, al margen había un gran árbol, clasificado como Parota, era casa y nido de miles de aves de distintas clases, y otros como tesmos, ardillas, roños, lagartijas, y hogar del búho.
En los breñales y cuevas de los acantilados, habitaban las zorras, venados, coyotes, linces y sin faltar el León. En el arroyo, peces, chopas, carpas, ranas que habitaban en las cuevas de las rocas o en los ramajes de los contornos.
Se había citado para la asamblea a las ocho de la mañana de ese domingo, la mayoría fueron puntuales y el Búho habló a los presentes diciendo: cuál era el motivo de esa reunión, hizo alusión a los grandes beneficios del anterior representante, explicando que el reinado era por toda la vida del nuevo elegido.
Pidió propuestas y nadie hizo ninguna, por lo que el conductor pidió mostrar algo sumamente hermoso, tocó a la puerta del hoyo que estaba en una de las gruesas ramas, saludó a la señora y señor ardilla, les pidió poder mostrar a su recién nacida hija y ellos con gusto aceptaron.
El búho tomó aquella hermosa ardilla, su pelo era brillante, sus ojos negros muy vivos, su cara era angelical y con voz fuerte dijo, propongo esta belleza para que sea la Reyna del bosque.
El león se acercó y dijo arrímala para poderle ver de cerca, al búho con mucho cuidado, guardando una considerable distancia la levantó y mostro a él y a todos los animalitos, habiendo una aceptación, unos peces brincaban al ver lo hermosa de la ardillita, los venados saltaban de alegría, los lobos y coyotes aullaron en aprobación, los pájaros y mariposas volaban en su rededor y cantaban, pero el león solo olfateaba, al tener cerca a esa bella creatura, mostró su gran y poderoso hocico, con unos descomunales colmillos, le miró atentamente, de pronto se sentó, con un gruñido, rugiendo poderosamente, y resoplando que se escuchó en los confines del bosque, dio su aprobación.
Así desde ese día la ardillita paseaba por todo el bosque y siempre se le reverenciaba, los pájaros le cantaban y todos se inclinaban al verle pasar.
Ahhh, pero como siempre en todo el mundo los ángeles femeninos están por doquier, uno de ellos fue con el Creador alabando la obra maestra que en esa ardilla había formado, le pidió un premio para ella por su hermosura.
El Señor, para no hacer cansado ese momento de petición, conociendo las actitudes de todos los ángeles femeninos, le dijo: bien, dile que cuando quiera comerse la nuez que le des en mi nombre, la aceptaré en el paraíso.
Ese ángel femenino todavía le agregó para darle mayor realce a la nuez, una cubierta de oro, bajo a su casa en aquel inmenso árbol y le confió todo lo que El Señor había concedido.
Rauda, la Reyna ardilla, con un esmero escarbó en lo más profundo de su cueva y tapó con hojarasca aquel premio y dijo: después de gozar lo que soy aquí en la tierra, me comeré la nuez de oro y me iré al paraíso.
El ángel con todo y siendo femenino, que son muy especiales, movió la cabeza en desaprobación por no aprovechar ese gran regalo y vio su vanidad partiendo en desacuerdo.
El tiempo no se detiene y en unos pocos inviernos la misma ardilla observó, que ya no le reverenciaban, que su boca ya no era jovial y que sus uñas habían encorvado, su pelo no brillaba, al darse cuenta de esto, corrió a la cueva que en el árbol tenía, escarbó con prontitud y con mucho trabajo encontró la Nuez de Oro, la levantó con gran júbilo gritando, “hoy estaré en el paraíso”, le asestó una tremenda mordida y lo que obtuvo fue desastroso, como ya no tenía dientes, no pudo comerse la nuez y murió abrazada de ella y todo por su vanidad.